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Séptimo Día |EL RECONOCIMIENTO MERECIDO A UN CREADOR

Roberto Themis Speroni llegó a las grandes ligas

La colección “Los Maestros” que dirige Antonio Requeni, dedicada a exaltar a los grandes de la literatura argentina, incluyó al poeta citybelense. Introducción a cargo del platense Rafael Felipe Oteriño. Testimonios

Roberto Themis Speroni llegó a las grandes ligas

Roberto Themis Speroni

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

20 de Diciembre de 2020 | 06:41
Edición impresa

“Una de las actividades que realiza la Fundación Argentina para la Poesía es la edición de una serie de cuadernillos con el título de “Los Maestros “, colección que tengo la responsabilidad de coordinar. Esta publicación constituye un homenaje a los poetas que escribieron en la primera mitad del siglo XX, algunos de ellos de indudable y merecido prestigio, y otros semi olvidados, lamentablemente, a pesar de la calidad de sus obras”, fue lo primero que le explicó Antonio Requeni al cronista de El DIA.

Pocas voces más autorizadas que la de Requeni, nacido en 1930, escritor y periodista que trabajó durante cuatro décadas en La Prensa, luego en La Nación y en numerosos periódicos del interior y exterior del país, director de revistas de relieve, miembro de la Academia Argentina de Letras en donde ocupa el sillón Miguel Cané y de la Academia Nacional de Periodismo. Se trata de un indiscutido referente de la literatura argentina.

El motivo de la entrevista radica en que la colección “Los Maestros” que dirige acaba de editar el libro “Roberto Themis Speroni-La alegoría del homo faber”, con la introducción a cargo de otro poeta platense, Rafael Felipe Oteriño, también miembro titular de la Academia Argentina de Letras. Dice Requeni ahora; “Tuve la suerte de conocer a Speroni a comienzos de la década del 60. Fue durante un banquete literario en La Plata, creo recordar que en agasajo a Ana Emilia Lahitte. A pedido de los comensales, Themis Speroni se levantó a los postres y recitó un poema”.

Añadió Requeni: “Recuerdo su apostura de galán cinematográfico y su voz áspera, viril, leyendo un soneto. Era un poeta a la vez clásico y moderno. Clásico por la estructura formal de sus versos y moderno por la originalidad de sus imágenes y metáforas. Aquella fue la única vez que lo vi. Como bien dijo Oteriño, “La Plata o City Bell eran una afirmación de su lugar en el mundo “. No creo que jamás se lo haya propuesto, pero Roberto Themis Speroni fue, o es, también, un maestro”.

Un maestro. Después de décadas de no figurar en las grandes antologías de la poesía argentina, Speroni (1922-1967) ingresó ahora a las grandes ligas. ¿Cuánta gente talentosa del interior del país –y La Plata, pese a los pocos kilómetros que la separan de Buenos Aires pertenece a ese interior cultural- quedó desconocida, omitida en el más allá del Riachuelo y de la avenida General Paz? Los porteños podrían replicar que el cosmopolitismo es generoso, pero nadie podría negar que ellos cuentan con las puertas cercanas y siempre abiertas de los principales cenáculos, galerías y redacciones. Aunque también es verdad que la digitalidad va convirtiendo a todos en habitantes de un solo territorio.

LOS MAESTROS

De modo que aquel bohemio citybelense que murió tan joven se encuentra mucho más visibilizado ahora, acompañado por los escritores de fuste que fue eligiendo la editorial Vinciguerra, a cargo de Lidia Vinciguerra, junto a la Fundación Argentina de la Poesía, y que se plasma en la colección “Los Maestros”, iniciada en 1995.

Los escritores escogidos, cada uno de ellos con un libro dedicado que lleva la introducción de un poeta, son: Conrado Nale Roxlo, por Antonio Requeni; Carlos Mastronardi, por Roberto Alifano; Juan Carlos Dávalos, por Santiago Sylvester; Olga Orozco, por Diana Irene Blanco; Enrique Banchs, por Antonio Requeni.

Jorge Calvetti, por Beatriz Shaefer Peña; José Pedroni, por Antonio Requeni; Ricardo Molinari, por Félix Portiglia; Alfonsina Storni, por Cristina Piña: Alberto Girri, por Alina Diaconù; Pedro Miguel Obligado, por Antonio Requeni; Evaristo Carriego, por Norberto Barlean; Roberto Juarroz, por Rubén Balseiro; Raúl González Tuñón, por Horacio Salas; Arturo Marasso, por Hugo Bauzá.

La colección “Los Maestros” se completa con los libros dedicados a Horacio Rega Molina, por Fernando Sánchez Zinny y finalmente el estudio correspondiente a Roberto Themis Speroni, por Rafael Felipe Oteriño. Se encuentran en prensa el correspondiente a Arturo Capdevila, por Fernando Sánchez Zinny y otro sobre Almafuerte, con la introducción de Alfonso Nassif.

“La Plata o City Bell eran una afirmación de su lugar en el mundo “

 

Requeni finalizó señalando que las últimas décadas “dieron al país al país nombres como los de Lugones, Banchs, Carriego, Almafuerte, Alfonsina Storni, Fernández Moreno, Martínez Estrada, Borges, Mastronardi, Nale Roxlo, González Tuñon,Girondo, Molinari, Marechal, a los que siguieron los poetas de la Generación del 40: Enrique Molina, Olga Orozco,Armani, Calvetti, Girri y Themis Speroni, entre otros. Sobre este último, quiero señalar la lúcida y acertada introducción del poeta Rafael Oteriño”.

OTERIÑO

“Ya no se puede escribir como un ser cuerdo; hay que escribir como un ciego, como un loco, como un desesperado. Entonces sí estará completa la fórmula, este extraño y doloroso sentido del arte...”. La cita es de Speroni y preside la introducción escrita por Oteriño que de entrada dice que Speroni “es un poeta venerado en su ciudad natal, pero poco conocido fuera de ella”, atribuyendo el hecho a varios factores. Uno de ellos, a que “casi no salió de su ciudad natal ni de su reducto campesino” en City Bell, “a lo que cabe sumar su escasa asistencia a los salones de Buenos Aires”. Todos sus libros fueron publicados en La Plata.

“Luego de ensayar su ritmo literario en libros iniciales de musical composición, propios de su generación, halla maduro su canto en “Paciencia por la muerte”, acaso su libro central, que data de 1963. Una visión idealizada del paisaje rural, a la que Speroni no abandona en ninguno de sus libros, se une a un sentimiento metafísico acerca del hombre y del paisaje”, dice la introducción.

Ya está en las grandes ligas Speroni, junto a los maestros de la poesía argentina

 

Importan y mucho las vivencias del propio Oteriño que, junto a Horacio Ponce de León y Néstor Mux, entre otros, fueron muy cercanos a Speroni. Allí cuenta Oteriño que Speroni murió en forma temprana, a los 45 años de edad y que pasó a “integrar el cuadro de los jóvenes poetas platenses que murieron jóvenes, cuyo exponente más reconocido es Francisco López Merino. De primavera trágica se habló respecto de ellos, uniendo varios episodios tristes del pasado literario de la ciudad capital. Yo lo visitaba en su casa de City Bell y lo frecuentaba en la confitería del Círculo de Periodistas, donde concurría entre las 11 y las 13 a beber su copa de vino y fumar sus cigarrillos Particulares o Fontanares negros sin filtro”.

Si tuviera que destacar un rasgo para mejor describirlo, añade Oteriño, “no dudaría en señalar su voz ronca, varonil, con la que convertía la lectura de poesía en una ceremonia sagrada, haciendo que, luego de escucharlo, todo el salón quedara sonando en clave speroniana”. El tono grave que imponía a la lectur se veía acentuado por la percusión de su dedo índice sobre la mesa, con la que acompañaba el ritmo y la censura del verso”.

El trabajo de Oteriño analiza versos de Speroni, que muchos podrán recordar como el soneto “A la paloma que maté de niño”, que dice así: “Todavía conservo entre las manos/ el pequeño temblor de tu agonía/ y tu cuerpo de luz, donde cabía/ la forma de los aires provincianos./ Herido ante un aliento de manzanos/ cayó tu corazón, y el mediodía/ se quebró en tu garganta y en la mía/ con dolores opuestos y lejanos./ Dejé tu muerte azul bajo un ciruelo./ El verano cruzaba por el cielo,/ jinete de un delgado escalofrío./ La infancia se me fue con el asombro:/ por eso, cuando en pájaros te nombro/ tu corazón regresa con el mío”.

Agrega Oteriño: “La ciudad de La Plata y su reducto en City Bell eran su territorio y su paisaje. De allí recogía los sabores y colores de la naturaleza y adivinaba, por contraste, las paredes convencionales de la simetría que le gustaba desobedecer. No necesitó alternar con el mar ni con la montaña ni con el desierto, para comprender la peripecia humana. Alguna vez escribí que para saber sobre las fuentes de la poesía de Speroni bastaba con conocer City Bell”.

Speroni tuvo una pulseada con un rival de fuste, con Dios, al que encuentra instalado cerca de la leña encendida del hogar “sin dirigirme nunca la palabra/ alto y hermoso como un sable”. En silencio, con la sola mirada de ambos, se entabla el desafío: “Arrojo el vino. Tiro de la mesa/ los mendrugos, las moscas, los papeles;/ tenso mis antebrazos, crispo el nervio/ más hondo, y con rudeza lo fustigo,/ lo invito a que se mida con mi angustia/ crecida en los confines de su obra./ No responde. Se ubica acomodando/ su codo en la madera, y sin testigos,/ pulseamos al igual que dos labriegos/ en honesta y tristísima disputa”.

En el libro dedicado a Speroni por Ana Emilia Lahitte, se transcribe este poema que escribió Norberto Silvetti Paz, que fue publicado en El Día pocas jornadas después de la muerte del poeta citybelense: “Era un pájaro silbador, recóndito/ aventurero del paisaje: estaba/ desde el amanecer entre las ramas/ atento al cielo. Acantilados altos/ lo segregaban de lo otro-el mundo-/ aunque lo devolvían a su abismo/ más lúcido que un lúcido vigía”.

Ya está, no es más el olvidado de las antologías. Ya está en las grandes ligas Speroni, junto a los maestros de la poesía argentina.

 

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