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Una cerveza tras la muerte de Dios

Una cerveza tras la muerte de Dios

Uno de los segmentos de la polémica publicidad / Captura

JOSÉ MARÍA TAU (*)

2 de Febrero de 2020 | 08:26
Edición impresa

El flamante Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación cobró presencia mediática por posteos sobre la publicidad de una nueva cerveza, que algunos consideraron misógina, o machista.

Mostraba una muchacha en la playa rodeada de jóvenes, quienes aparentemente la discriminan por preferir un jugo. Otra mujer le arrebata de su mano el “traguito de color” y, casi a empujones, era conducida por el grupo hasta el mar, donde con brazos abiertos la esperaba un personaje indiscernible, tipo gurú, que le acercaba una lata de cerveza a su boca, rodeaba su cintura y forzadamente la sumergía de espaldas, como bautizándola.

Bajo el agua ella probaba el contenido de la lata, para emerger finalmente con el rostro feliz, renovado -tras eso que allí llaman, justamente, “bautismo birrero”- y terminaba bebiendo la cerveza y bailando con sus antiguos acosadores…

Luego de esos twitts se retiró la publicidad y la empresa hasta emitió un comunicado en el que declaró, con estudiada redacción, su compromiso con una sociedad más justa e inclusiva.

ETICAS Y MORALES

Respecto a la denominada “muerte de Dios” (por Dostoyevski y Nietzsche) un filósofo y un teólogo dialogaron sobre su significado cultural en una época en que en Occidente hay cristianos, pero habría dejado ya de existir propiamente la “cristiandad” (“Después de la Muerte de Dios, conversaciones sobre religión, política y cultura, 2007”, G. Vattimo y J. Caputo).

La expresión no trata decir que Dios haya muerto (lo que literalmente expresaría un absurdo, ya que el Absoluto no puede morir) sino que, en un mundo secularizado la fe religiosa ha dejado de dar sustento a una moral colectiva y todo estaría éticamente permitido.

A fines del siglo XX, Gilles Lipovetsky hablaba del crepúsculo del deber (“El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas”). La moral kantiana, como imperativo que debía cumplirse más allá del interés personal, también habría muerto. Felicidad equivale hoy a placer. Impera cierta “ética indolora” propia de la era del vacío: alguna conciencia puede quedar tranquila destinando unos dólares para los koalas afectados por los incendios de Australia.

Tras a las liberaciones que trajo la Modernidad, otro sociólogo de la cultura caracterizaba a este tiempo como de “post orgía” (Baudrillard, Jean, ”La Transparencia del mal”, 1990) y más recientemente, otro gran pensador, en coautoría, profundizó en la que consideraba ceguera moral (Zygmunt Bauman, “Ceguera Moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida”, 2015).

HABLANDO DE ”VIOLENCIA SIMBÓLICA”

Religión, moral y ética en la licuadora posmoderna, el mercado de la aldea global sólo presta atención a la corrección política. Y en materia de género o violencia contra la mujer, ninguna falta se considera allí irrelevante.

Sólo el tiempo dirá si el machismo y tantas asimetrías patriarcales residuales exigían de nuestro hipotecado estado la creación de un nuevo Ministerio.

Los twitts presuntamente respondían consultas recibidas por su competencia -visibilizar la problemática de género, igualdad y diversidad- y sería indiscutible la “violencia simbólica” que señalaba.

Pero, paradojalmente, al enfocarse exclusivamente sobre la mujer, ese concepto desarrollado y aplicado por el sociólogo Pierre Bourdieu (“La dominación masculina, 2006 entre otras obras) da como resultado una mirada sesgada, extremadamente selectiva y pone en evidencia algunos silencios.

Porque para la conciencia del argentino y argentina de a pie (acaso también para el titular del Ejecutivo, quien participó del acto interreligioso realizado el mes pasado en Luján), esa publicidad vulneraba algo más que la sensibilidad de una joven.

Aun “después de la muerte de Dios” una mirada libre de prejuicio antirreligioso podía observar allí, también otra violencia simbólica. De algo sagrado (entendiendo con este término “separado”) y, como tal, digno de respeto. Signo visible de una realidad invisible (sacramento) y, para los no creyentes, símbolo.

Con la misma óptica, esa bizarra dramatización de un rito bautismal requería coherentemente alguna palabra, acaso ulteriores posteos, de Ministerios como el de Culto, de Educación o de Cultura.

Obvio que el mercado (“único totalitarismo aceptado en democracia” -Lipovesky-) posiblemente salga triunfante: pese al tirón de orejas oficial, o a partir del mismo, muchos vieron la publicidad y hasta probarán la cerveza.

 

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