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OSVALDO GRANADOS
Por OSVALDO GRANADOS
El cacerolazo sorprendió. En el gobierno dicen que detrás están los grupos económicos.
Para enfrentar el desafío, el presidente cerró la alianza con Hugo Moyano.
En esa reunión, Axel Kicillof anunció que el virus terminará con el capitalismo, con la especulación financiera y la acumulación de riqueza.
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Todo un anuncio de lo que viene. El populismo entiende que es ahora o nunca. No solo no habrá menos gasto del Estado, sino mucho más control sobre la actividad privada.
En la Casa de Gobierno dicen: “Le querían marcar la cancha a Alberto, ahora viene lo mejor”.
Hasta ahora, la carga mayor la lleva el sector privado.
El Estado, con mucho poder, en un momento de emergencia , apunta a congelar alquileres, créditos UVA, le exige a los bancos que paguen el salario de marzo de los trabajadores en blanco. Cerraron cines, teatros, restaurantes, negocios. Pero salvo dos provincias que bajaron el sueldo de todos los funcionarios, no hay noticias de ejemplos parecidos.
El dato, que hay 18 millones de personas que todos los meses reciben un cheque del Estado, motivo la bronca.
Impositiva parece que decidió que todo es normal. En una situación de extrema emergencia se suponía que postergarían todos los vencimientos impositivos y previsionales. Ampliar la moratoria para todos.
Pero según pudimos averiguar, su titular Mercedes Marcó del Pont no quiere pagar el costo político del derrumbe de la recaudación. Solo si se pide desde la Casa de Gobierno aceptaría sacar el pie de la cabeza de miles de empresas.
Cayó el consumo de combustibles 75 por ciento. El 40 por ciento es impuesto.
Es muy raro que pequeños comerciantes, industriales, autónomos, se endeuden para pagar sueldos. Va contra todas las leyes de la lógica. Síntesis: el costo del confinamiento forzado pasa a los privados.
Hay también un odio social de clase que está en aumento.
Empresarios miserables; persecución a los que aumentan precios, los que trajeron el virus, según un funcionario de Santa Fe, son los chetos que viajaron al exterior.
Los medios hacen buen letra. Todos los canales ignoran las revueltas en las cárceles, principalmente en Clorinda.
Mientras tanto, algunos periodistas oficialistas junto con Paco Durañona, intendente de Areco, señalan: “que buen momento para avanzar con el Estado en las empresas de servicios públicos de luz y gas, producción y distribución de alimentos y diferentes mega monopolios, como algunos vinculados a los medios”. Una vieja obsesión. La tentación: volver al Estado.
¿Pero cuál?
El martes se vivió algo muy particular. Desde unos balcones golpeaban las cacerolas y de otros los insultaban.
La grieta al rojo vivo.
El título sería: la ilusión autoritaria.
Lo señaló el mismo Jorge Asís.
Comenzó cuando desde el poder se marcaba: solidaridad sí, meritocracia no.
Desde el Gobierno algunos tratan de crear un clima como Malvinas.
La suspensión casi completa de las actividades hizo crecer formas de vigilancia mutuas entre vecinos y personas cercanas. Mas allá de las cámaras.
El afuera es un espacio peligroso, todo toma un cariz autoritario. Un canal se dedica a perseguir jóvenes de clase media alta. Alimentar el odio de clases.
A tres meses de asumir, en la Capital hubo cacerolazos.
Si el Gobierno pierde credibilidad no es posible que las medidas -quizás- necesarias persistan en el tiempo.
El peronismo kirchnerista aplaude y muestra como ejemplo el éxito en esta crisis de países asiáticos. Señalan que logran controlar el virus gracias a un sistema autoritario, la vigilancia militar extrema, el monitoreo y control de los ciudadanos.
Alguna vez, en varios países de América Latina vivieron gobiernos de esas características. Se añoran los dictadores; para un sector de los militares, para el otro de los populismos de izquierda. Los cantos de las sirenas.
En esos regímenes, el que primero pierde, es la verdad.
Se precisa transparencia de los gobiernos para tomar decisiones.
Todavía en Argentina, un enorme sector de la población prefiere la meritocracia, la democracia, la privacidad y que la división de poderes y las instituciones funcionen. Los hombres providenciales terminan mal.
Ya lo vivimos.
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