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Deportes |OPINIÓN

Messi y el Barça: una historia de amor que no podía terminar como una película de tiros clase B

Nicolás Nardini

Nicolás Nardini
nnardini@eldia.com

5 de Septiembre de 2020 | 05:05
Edición impresa

Lionel Messi dio otro paso a la inmortalidad como figura singular e irrepetible en la historia del FC Barcelona. Es que además de haberle dado sus años más maravillosos, se guardó para el final el decoro de no marcharse de la gigantesca entidad catalana por la puerta de atrás. En un negocio multimillonario como lo es el del fútbol de élite, el gesto del rosarino en procura de evitar un enfrentamiento en estrados judiciales con el club con el que mutuamente se han dado todo, no tendría que ser visto sólo como un recule, sino más bien como un freno dictado desde lo más profundo de su corazón.

Es verdad –y le consta a quien escribe estas líneas- que Messi tuvo oportunidades –muchas- en su esplendor para marcharse detrás de cuantiosas cantidades de euros. Superiores, incluso, al mega salario que le paga el Barcelona. La idea no es apelar a un romanticismo ramplón, el contrato de la Pulga en el club azulgrana es estratosférico, pero en varias ocasiones le ofrecieron hasta doblarlo. Y siempre dijo no. Entonces, está claro que el famoso burofax (carta documento) no escondía detrás un afán mercantilista, más bien expresaba hastío. El crack estaba harto de los malos manejos deportivos e institucionales, de una Junta Directiva que llegó al colmo de contratar a una empresa –lo probó la policía catalana y ahora la Justicia será la encargada de dar la palabra final- para desprestigiar su imagen a base de fake news y de perfiles robóticamente simulados en las redes sociales. Si hasta parece un dato menor, comparado con esto, la impotencia que el 10 acumuló en estos últimos cursos por los errores de la dirigencia en la confección (o falta de) de los proyectos deportivos. En los despachos del Camp Nou creyeron que el capitán podía cargar en soledad sobre sus espaldas la presión de liderar un equipo competitivo en Europa mientras dilapidaban los 220 millones de euros que le ingresaron por la venta de Neymar, con adquisiciones que jamás dieron la talla y que se sabe a esta altura que jamás serán amortizadas deportivamente.

Si Valverde nunca convenció, mucho más irritó al crack la intempestiva medida de echarlo en medio de la competición. Pero los que están empecinados en equivocarse siempre pueden dar un poco más, así que con esmero Bartomeu apostó por Quique Setién. Todos saben cómo terminó. Así, a Messi se le tornó imposible ser competitivo. Se cansó de nadar contra la corriente mientras en otras esferas del club iban a todo vapor en la dirección contraria. Todo este combo fue el preámbulo ideal para decidir poner punto final a casi 20 años de relación.

Desde el punto de vista jurídico, la postura de Messi era irreprochable: si el espíritu de “final de temporada” se corrió de junio a agosto para que los clubes puedan utilizar a las estrellas hasta el cierre de un ciclo deportivo cuyo calendario se vio afectado por la pandemia, se sobre entiende que el mismo espíritu debería correr para la totalidad de las cláusulas de ese mismo contrato que se prorrogó con el aval de la FIFA. Pero como Bartomeu se mostró inflexible y, quizás para no dilapidar el insignificante caudal político que aún posee (sería el presidente al que se le escaparon Neymar y Messi), mostró los dientes afilados en el cara a cara con Jorge Messi bajo amenaza de ir hasta las últimas consecuencias en los estrados.

Eso lo cambió todo para Messi. El rosarino, si ya estaba dudando después del sacudón que hubiera significado para su familia (tal como le confesó a los colegas de Goal España) irse de Catalunya con el descrédito total de la gente, maduró la marcha atrás definitiva al vislumbrar que el único camino para una salida ahora era el de un conflicto judicial. Sin saberlo, Bartomeu, quien creyó darle a Messi una estocada para perturbar al ídolo hasta en el último acto de su gobierno, en verdad dejó la mesa servida para elevarlo a la figura de ídolo incondicional. Le regaló lo único que al 10 le faltaba para tener crédito ilimitado en la afición culé: además de goles, gambetas, asistencias, títulos y magia, el rosarino le regaló una caricia de gratitud pocas veces vista en el deporte profesional. Es que a la corta o a la larga, en la justicia Messi podría perder pero igual salía ganando con lo que le hubiera tocado firmar en otro club. Optó por el camino del agradecimiento. Aquel niño que llegó cargado de ilusiones a Barcelona hasta convertirse en la máxima leyenda de uno de los clubes más grandes del mundo, hizo pesar el amor que se prodigaron mutuamente para escaparle a un final donde los abogados y los insultos le hubieran ganado la escena a los goles, los festejos y los abrazos que ya vendrán cuando el coloso de 98.300 butacas vuelva a abrirse para el gran público que dirá “presente”.

Un catalán y culé como pocos, Pep Guardiola, decidió en su día marcharse de su casa. Estaba harto de Sandro Rosell, un presidente con el que no concordaba en nada, que lo empujó a precipitar su idea de experimentar cómo sería entrenar en otras ligas. Enfrentó, en varias ocasiones, de manera directa al Barcelona. Jamás le reprocharon nada públicamente. Fue libre de tomar para sí el camino profesional que le fue en gana. Messi buscaba hacer lo mismo y como se lo pusieron difícil al punto de enfrentarlo con su gente y con el escudo de su club en un estrado, no dudó en retroceder sobre sus pasos. Sólo con el tiempo, cuando todos logren digerir el final de esta novela, se pondrá en valor el altruismo de un ídolo que ya luce inalcanzable en la galería de los más grandes del FC Barcelona.

Es verdad, hay una obscena cantidad de euros en el medio. El fútbol es un gran negocio, como tantos otros, pero al final del camino, además, terminó influyendo el sentimiento. A Messi no le dio todo igual. Una historia de amor no podía cerrarse como una película de tiros Clase B…

 

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