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Títulos nobiliarios: de adorno o en disputa

En la actualidad, estas etiquetas sólo suelen decoran el nombre de quienes las poseen. Sin embargo, en algunos casos, implican importantes herencias monetarias y mobiliarias

Títulos nobiliarios: de adorno o en disputa

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

24 de Enero de 2021 | 09:05
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Nobleza obliga, dice el dicho.

Y así era en los lejanos tiempos en que los monarcas comenzaron a otorgar títulos nobiliarios. Fue el emperador Justiniano II, en el siglo VII, el primero en nombrar duque en lugar de gobernador a aquellos guerreros que dejaba a cargo de una provincia. Luego surgieron los marqueses que eran los encargados de cuidar las “marcas del reino”. O sea, las fronteras. Y más tarde hubo condes, vizcondes, barones y señores. Que esta gente tenía prebendas muy convenientes y que era mejor ser noble que plebeyo, no hay duda. Pero, como decíamos al principio, conllevaba múltiples obligaciones para con su rey. En ese entramado de privilegios se basó el sistema feudal de la Edad Media que imperó hasta el siglo XV. La nobleza llegó a ser tan poderosa que derrocaba gobiernos, elegía papas, declaraba guerras y conspiraba contra su propio monarca.

Cayetana no sólo era duquesa de Alba: tenía además otros 47 títulos nobiliarios

 

En los siglos posteriores los reyes recuperaron el poder absoluto y los nobles comenzaron a formar parte de la corte o del gobierno. En Inglaterra constituyeron la Cámara de los Lores; en Francia, Luis XIV se los llevó a Versalles para vigilarlos de cerca, y en España revoloteaban alrededor de la familia real, creaban intrigas y luchaban sin escrúpulos por un poco de poder.

Todas las monarquías sostuvieron títulos nobiliarios que desaparecieron una vez que se constituyeron en repúblicas y, de las monarquías que hoy existen, la inglesa y la española tienen un gran número de títulos vigentes que se rigen por normas constitucionales. El resto de los reinos conservan unos pocos que, en su mayoría, pertenecen a integrantes de la familia real.

Pero… ¿cómo se obtiene un título? Para contestar esta pregunta debemos primero distinguirlos. Existen títulos nobiliarios asociados a la función que se cumple: por ejemplo el rey de España es también, conde de Barcelona. Otros títulos están asociados a la corona y el monarca en ejercicio puede otorgarlos a su gusto; por ejemplo, cuando Guillermo se casó con Kate, la reina de Inglaterra le “regaló” el título de “duque de Cambridge”.

Por otro lado están los títulos asociados a propiedades. Son los más antiguos y los que fueron pasando de generación en generación. Claro que no todos los herederos pudieron conservarlos y muchos perdieron sus tierras de cultivo o abandonaron sus castillos. Y, finalmente están los títulos nobiliarios honoríficos que pueden ser hereditarios o no. Estos títulos eran muy convenientes a la hora de “premiar por sus servicios” a las amantes reales, a los maridos cornudos y a los hijos extramatrimoniales. Aunque ya es raro que esto suceda, este tipo de títulos siguen existiendo y sirven para condecorar servicios extraordinarios al país. Recordemos como el rey Juan Carlos de España nombró marqués a Vicente del Bosque, el director técnico que llevó a la Selección Española de fútbol a consagrarse campeona mundial en 2010.

En la boda de su hijo mayor, Isabel conoció a Liliane Dahlmann, con quien se casó

 

Aclaremos en este punto que ni Vicente del Bosque ni ninguno de los nobles que existen en las monarquías constitucionales tienen ningún beneficio especial ni social ni económico.

Aunque durante siglos hubo más varones con títulos que mujeres ya que ellos tenían preeminencia a la hora de heredar, la genética a veces se confabula y nos da grandes personajes femeninos que rompen con la tradición machista de la monarquía. Y así pasó en España en la segunda mitad del siglo XX: los titulares de las tres casas ducales con más abolengo, la casa de Alba de Tormes, la casa de Medinaceli y la casa de Medina-Sidonia estuvieron encabezadas por mujeres. Y de ellas la más conocida es la duquesa de Alba, la más duquesa de todas las duquesas. María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva había nacido en 1926 en una noche de tormenta. Se casó tres veces: de su primer matrimonio tuvo seis herederos, la segunda boda fue con un exseminarista de izquierdas que los hijos de su primer matrimonio calificaron como siniestro y la tercera fue poco antes de morir, con Alfonso Díez.

En 2008 Cayetana se reencontró en la fila del cine, con un hombre que había sido amigo de su difunto marido y que, supo después, había estado secreta y profundamente enamorado de ella durante años. Alfonso tenía 58 años, estaba soltero y tenía muy buena pinta. Cayetana ya había soplado 82 velitas y aunque aún lucía bikini en Ibiza, su salud estaba bastante resquebrajada y las cirugías estéticas no le habían devuelto la juventud. Pero su espíritu estaba intacto y comenzaron una relación amorosa tan profunda que decidieron casarse. La noticia despertó el interés de los medios y una revolución entre los hijos de la duquesa. Pero Cayetana no pensaba renunciar al amor otoñal así que repartió títulos, propiedades y efectivo en vida, lo hizo renunciar al novio a lo que le podía corresponder si quedaba viudo y les pidió permiso al rey Juan Carlos y a la reina Sofía para casarse, tal como marcan las tradiciones de los nobles. Dicen que el rey le dijo “Cayetana… ¿a estas alturas volver a casarte?” y que ella, pudorosa, le contestó que no podía convivir en pecado. La boda fue en Sevilla el 5 de octubre de 2011 y los novios salieron a saludar a las miles de personas que se había concentrado afuera del palacio. Cayetana, vestida de tul rosa como una muñeca de porcelana antigua e igual de frágil, a punto de quebrarse, bailó flamenco ante el terror del novio que la seguía de cerca para poder sujetarla si se caía. Pocos años después, murió con una sonrisa en los labios.

Cayetana no solo era duquesa de Alba: tenía 47 títulos nobiliarios entre ducados, marquesados y condados. Fue la mujer que más títulos ostentaba en el mundo pero no estaba sola en ese limbo de abolengo. La acompañaba Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, duquesa de Medinaceli, diez años mayor que Cayetana y mucho menos mediática.

Mimí Medinaceli, como se la conocía, se casó en 1938 y enviudó en 1992. A diferencia de Cayetana nunca volvió a casarse. El matrimonio tuvo una hija y tres hijos varones y el mayor de ellos hubiera heredado el título principal y la mayoría de los ducados y condados si no fuera porque en 2006, en España, se reformó la ley que daba preeminencia al varón por sobre la mujer. Así fue como su hija Ana se convirtió en su heredera. Claro que el destino quiso que al morir Mimí, a los 96 años, ninguno de sus tres hijos mayores estuvieran vivos y el ducado pasó a manos de su nieto Marco de Hohenlohe-Langenburg, hijo de Ana. Se habrá revolcado en su tumba por no haber podido dejar todo su legado a su hijo menor, Ignacio, quien siempre fue su favorito y al que nombró presidente de la Fundación Medinaceli, encargada de conservar el patrimonio de la Casa.

Marco falleció en 2016 y hoy el ducado vuelve a estar en manos de una mujer: su hija Victoria Elisabeth von Hohenlohe-Langenburg, criada en Alemania y de 23 años. Es hoy la aristócrata con más títulos y, a pesar de su bajo perfil, está protagonizando el mayor escándalo de la nobleza de este 2021. Resulta que su tío abuelo, ese hijo menor preferido de la duquesa Mimí, ha expulsado de la Fundación Medinaceli a ella y a algunos de sus primos porque considera que no tienen como objetivo salvaguardar el patrimonio (palacios, archivos y obras de arte) cobijado en la Fundación sino que privilegian sus intereses personales. Algo de razón tiene pero estos herederos alegan que no han recibido un solo peso y que no pueden hacer usufructo de la herencia porque todo pertenece a la Fundación que con mano dura regentea su tío. Reclaman que el 30% de esa fortuna sea liberada y pase a sus manos. El tiempo dirá como se resuelve este entuerto familiar.

Por el lado de Medina-Sidonia, el ducado hereditario más antiguo de España, no venimos mucho mejor. Luisa Isabel Álvarez de Toledo nació en 1936, se casó en 1955, tuvo tres hijos y a la muerte de su padre heredó el ducado de Medina- Sidonia y otros tantos títulos más. Hasta aquí, lo normal. Pero Isabel no era una duquesa “normal”. Por empezar, decidió que no quería seguir atada a un matrimonio sin amor y una vez que “cumplió” al haberle dado a la casa ducal y a su marido tres retoños, se separó y solicitó la nulidad.

Aunque el ducado no tenía tierras anexadas se trasladó a vivir a su palacio de Cádiz en donde, en lugar de dedicarse a bordar, formó la primera cooperativa de pescadores de Sanlúcar de Barrameda, fundó comisiones obreras y defendió a un grupo de pobladores que habían sufrido los estragos de la guerra. De más está decir que nada de esto le cayó bien al régimen franquista y en cuanto pudo la metió presa. Después de ocho meses de cárcel y teniendo prohibido cualquier acercamiento con sus hijos, la duquesa roja, como se la llamaba, se exiló en París donde comenzó una prolífica y combativa carrera literaria. Regresó a España luego de la muerte de Franco.

En 1983, en la boda de su hijo mayor, Leoncio, conoció a Liliane Dahlmann, de quien se enamoró perdidamente. Juntas se establecieron en Cádiz y se dedicaron a catalogar y poner en valor el legado de los Medina-Sidonia. Isabel nunca pudo restablecer la relación con sus hijos y para evitar que, a su muerte, ellos se hicieran cargo del legado, creó una fundación y la nombró presidenta a Liliane. La duquesa enfermó gravemente en 2008 y como un tributo a la que había sido su compañera de vida, diez horas antes de morir contrajo matrimonio con ella. Liliane se convirtió así en la duquesa viuda de Medina-Sidonia y es, hasta hoy, la presidenta de la fundación.

Leoncio se convirtió en el nuevo duque de Medina-Sidonia pero tuvo que iniciar acciones legales para que se le reconociera parte de la herencia. Los tribunales fallaron a su favor y al de sus hermanos: la tercera parte de todo debía ser de ellos pero el fallo fue tramposo ya que el acervo del palacio (documentos, obras de arte, objetos y condecoraciones) es indisoluble y no puede convertirse en metálico. Liliane, además, no lo permitiría ya que lo custodia con obsesión y no se mueve del palacio ni para ir a la panadería. En un reportaje le confesó al autor Jonh Carlin: “Esto debería estar protegido como un banco. En cambio aquí estoy yo, una prisionera con sus perros. Sigo por un compromiso con Isabel, que me eligió a mí como presidenta y conservadora y directora de la fundación. Pero el precio es muy alto. Me jodí la vida, pero no me rindo. Cada vez que veo su foto digo: ‘Isabel, ¿qué me hiciste?”.

Claro que desde el 2019 no está sola… aunque el estatuto establece que solo ella puede vivir en el palacio, la duquesa viuda tiene “ocupas”: Leoncio y su mujer le pidieron si podían quedarse unos días en las dependencias que se usan como hotel pero, aduciendo que ellos son herederos, nunca más se fueron. Lo peor es que ambos suelen aparecer durante las visitas guiadas, y les explican a los turistas que esa es su casa y que todo lo que está contando la guía es mentira. Y así están… madrastra e hijastro en dulce convivencia. Desconocemos si han superado sanos y salvos el confinamiento por la pandemia.

No podemos cerrar esta reseña sin nombrar a una joven que representa mejor que nadie a la nueva generación de la nobleza: a la muerte de su padre, Tamara Falcó se ha convertido en VI marquesa de Griñón. A Tamara, España la vio crecer a través de las páginas de la revista Hola ya que su madre es la socialité Isabel Preysler, ex de Julio Iglesias y actual de Mario Vargas Llosa. Tamara, además, ahora es protagonista por mérito propio ya que fue la ganadora de la cuarta edición de Masterchef Celebrity y es panelista de los programas más vistos de la televisión. No es que sea experta en nada pero su gran carisma y ahora su título nobiliario bastan para hacer de ella un simpático personaje mediático.

Como pudimos ver, pertenecer a las grandes casas ducales no nos ahorra problemas sino todo lo contrario. Entre los impuestos que hay que pagar y los palacios que hay que mantener, mejor plebeyos. Y que nobleza obligue a otros.

 

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Tamara Falcó, duquesa de Griñón

Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, la duquesa de Medinaceli (Izquierda)

Los archivos de la Casa Ducal de Medina-Sidonia

Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina-Sidonia

María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, duquesa de la casa de Alba

Victoria Elisabeth von Hohenlohe-Langenburg, heredera del ducado de Medinaceli

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