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Camila Parker-Bowles: del odio al amor y la corona

Fue una de las mujeres más despreciadas del Reino Unido, cuando se supo que era la tercera en discordia entre el príncipe Carlos y Diana. Sin embargo, el tiempo que todo lo cura, le dio una revancha

Camila Parker-Bowles: del odio al amor y la corona

Carlos y Camila en los años en que comenzó su romance

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

20 de Febrero de 2022 | 08:46
Edición impresa

Los cuentos de hadas ¿existen? Todo parece indicar que sí y no solo en la imaginación de un niño sino también en el imaginario popular. Que sean VERDAD (así, en términos absolutos y con mayúsculas) ya es otro cantar pero, en el juego de la inmediatez y la realidad paralela de estos tiempos ¿tiene importancia esa VERDAD?

El 29 de julio de 1981 muchos de los lectores veteranos que leen estas páginas presenciaron el cuento de hadas más fabuloso del siglo XX. Ese día se casaron Carlos, príncipe de Gales, con lady Diana Spencer, hija de un conde muy cercano a la familia real. La entrada de la novia fue una metáfora de lo que resultaría su vida: el vestido era tan pero tan enorme y pesado que Diana casi no podía manejarlo, le quedaba incómodo y grande al igual que poco después le quedaría su papel como consorte del heredero del trono.

Diana cometió el error de creerse el cuento de hadas. En ese aspecto tenía más cosas en común con la turba que la aclamaba en las calles de Londres que con la familia de su marido a la que, a partir de que dijera “Yes, I do”, pasaría a pertenecer.

Carlos y Camila el día que celebraron 15 años de casados

Los Windsor, por el contrario, son lo suficientemente realistas y cínicos como para no creer en cuentos de hadas. Son más de creer en el juego del ajedrez en el que todos los miembros de la familia son, por más alcurnia que tengan, peones, alfiles, caballos y torres que se mueven solo y únicamente para que nadie le haga jaque a la reina. Diana, eso, no lo aceptó.

Por otra parte, la figura de la hermosa y joven princesa nunca hubiera sido tan adorada si, como en los cuentos, no hubiera tenido como contrafigura a la malvada necesaria, a la fea y vieja Camila Parker- Bowles.

Aunque la historia es más o menos conocida vale la pena refrescarla. Carlos y Camila se conocieron en 1970, cuando él tenía 22 años y ella 23. Pertenecían al mismo círculo de amigos que pasaban las tardes arriba de un caballo de polo y las noches en castillos centenarios y en discretas discotecas. No hay duda de que se enamoraron pero él era muy joven y tenía por delante años de instrucción para ser algún día un buen rey. Además sus padres preferían que su esposa tuviera un mínimo, aunque sea, de sangre aristocrática. Ella, por su parte, era católica, plebeya y sin ganas de hipotecar su vida en función de “la firma”, como autodenominan los Windsor a su familia y a la parafernalia que los sostiene. Carlos y Camila mantuvieron un romance hasta que ella se casó con Andrew Parker Bowles, otro de los integrantes de la pandilla del polo y tuvo dos hijos. Nunca dejaron de ser amigos (ellos sabrán si algo más) al punto de que Carlos es padrino de uno de sus hijos. Obviamente Andrew y Camila fueron invitados a la boda de Carlos y Diana.

Foto oficial de la boda de Carlos y Camila

La inestabilidad emocional y trastornos en la alimentación que Diana arrastraba desde su adolescencia recrudecieron con la revolución hormonal de sus embarazos y en cuanto comenzaron los conflictos en el matrimonio. Carlos tampoco se coronó como el rey de los maridos comprensivos. Ella necesitaba el amor y la atención permanente de un hombre y él solo quería ser su príncipe. Él no quería una mujer sino una princesa que caminara dos pasos más atrás sin hacerle sombra. Ambos encontraron lo que buscaban en sábanas que no eran las del palacio: Diana, según ella misma contó, se enamoró primero de su guardaespaldas y luego, de su instructor de equitación; y Carlos volvió a Camila.

No hubiera sido la primera vez que un matrimonio royal, una vez que han procreado suficientes herederos, comienza a hacer su vida en camas separadas pero manteniendo el status quo y sonriendo en público. Pero Diana lloraba. Y, además, hablaba, gesticulaba, mostraba su tristeza sin pudor. Y cuanto más desazón mostraba más subía su popularidad. La reina, su suegra, que siempre se había jactado de que no había que llorar ni mostrar emociones en público para no desestabilizar la monarquía no entendía como Diana hacía un mohín y la gente la adoraba mientras que Carlos no movía un músculo y la gente lo odiaba.

Diana fue la princesa del pueblo y la familia real, con Carlos y Camila, como los villanos

 

Finalmente todo saltó por los aires y en una operación de marketing extremadamente eficaz, Diana se coronó como la princesa del pueblo y la familia real, con Carlos y Camila a la cabeza, como los villanos de la historia. Una villanía que alcanzó su punto más alto cuando respondieron tarde y mal al fervor y tristeza que se desató luego del accidente terrible que le costó la vida a Diana.

Camila pasó a ser conocida como la bruja, la “scarlet woman (mujer escarlata) y otros eufemismos ofensivos. Carlos encarnaba a Judas, el mayor traidor de todos los tiempos. Y la reina, se convirtió en una estatua de hielo, incapaz de sentir la más mínima empatía.

Ante ese panorama que hoy, 25 años después, la reina Isabel II sea la mujer más aclamada del Reino Unido, la mayoría de sus súbditos hayan aceptado de buen grado a Carlos como su heredero y consideren que Camila merece ser reina consorte por su dedicación y aporte al país, es realmente un milagro.

Posado de Camila, duquesa de Cornualles

Tal vez Carlos y Camila, en un mundo donde el estereotipo del amor se representa en una pareja joven, de cuerpo escultural, de sonrisa abierta y que muestran su amor irrefrenable sin tapujos, hayan estado subvalorados. ¿Qué es el amor sino? ¿Una historia en Instagram que dura exactamente 24 horas o un lazo inquebrantable que lleva ya 42 años?

Diana y Carlos se separaron en 1992 y se divorciaron en 1996. El año anterior lo había hecho el matrimonio Parker-Bowles. Nunca sabremos cómo habría sobrevivido la relación con Camila a la sombra de Diana porque cuando apenas los actores se estaban acomodando en el nuevo escenario, la princesa falleció. El desafío era, ahora, que los ingleses aceptaran a la sustituta, a esa señora típicamente inglesa, que no vestía Armani, que había superado los 50 años, divorciada, sin rastros de tratamientos estéticos, caderona y con dentadura prominente. En apariencia distaba bastante del ideal de belleza pero si algo tenía de valioso era que Carlos, el príncipe, parecía feliz a su lado y hasta tenía una mejor relación con los medios. En 2003 comenzaron a convivir y en 2004 anunciaron su boda para abril de 2005. Ante la opinión pública los favoreció que los príncipes Guillermo y Harry hablaran maravillas de su madrastra y fueron cariñosos testigos de la boda.

Junto con el anuncio del compromiso, aclararon también que Camila no sería conocida con el título de princesa de Gales (aunque por ley le correspondía) porque estaba demasiado asociado a Diana. Por ese motivo es que la conocemos hoy como la duquesa de Cornualles, el título del heredero del trono que sigue en importancia. Se dijo, también, que Camila no pretendía ser reina el día que a Carlos le tocara ser rey sino que prefería ser llamada “princesa consorte”.

Aunque ahora ese anuncio pueda parecer irrelevante, en aquellos años no lo era. La reina tenía casi 80 años, una edad en la que la vida tambalea. Si a Carlos le hubiera tocado ser coronado en esos años, Camila hubiera tenido que atravesar el pasillo de la Abadía de Westminster a su lado y, además, tendría que haber lucido la corona de platino que tiene incrustado el diamante Koh-i-Noor, una joya reservada para la coronación de la reina consorte. Los Windsor y Camila, con buen criterio, consideraron que los ingleses aún no estaban preparados para ver a la archienemiga de Diana en estas funciones.

Pero el tiempo les jugó a favor. Y la salud de Isabel II, también. Luego de la boda, el 9 de abril de 2005, Camila encontró su estilismo de la mano de los hermanos Valentine, eligió con inteligencia las ONG a las que dedicarse, aprendió a la perfección a ser una pieza de ajedrez útil y acompañó, discretamente, a su marido en cada una de sus misiones. Le vino bien no ser cool ya que los medios comenzaron a fijarse más en lo que hacía y como lo hacía que en lo que llevaba puesto. Y como lo que hacía, lo hacía bien, su figura se fue afianzando como una de las columnas más firmes en las que se basa la monarquía inglesa.

Llegado a este punto la reina Isabel II habrá sopesado que no tenía sentido que no fuera reina consorte como las anteriores esposas de reyes y el 6 de febrero pasado, al cumplir 70 años en el trono dijo: ‘Me gustaría expresar mi agradecimiento a todos ustedes por su apoyo. Sigo estando eternamente agradecida y honrada por la lealtad y el afecto que continúan brindándome. Y cuando, en la plenitud de los tiempos, mi hijo Carlos se convierta en rey, sé que le darán a él y a su esposa Camila el mismo apoyo que me han dado a mí; y es mi sincero deseo que, cuando llegue ese momento, Camila sea conocida como reina consorte mientras continúa con su leal servicio”. Y con esto zanjó la cuestión.

La corona de la reina consorte

La respuesta de Carlos no se hizo esperar: “Somos profundamente conscientes del honor que representa el deseo de mi madre. Mientras buscamos juntos servir y apoyar a Su Majestad y a la gente, mi querida esposa ha sido mi apoyo constante en todo momento”. Y en tiempos en que todo pasa por las redes, Guillermo y Kate, mostraron su aprobación retuiteando el anuncio y publicándolo en Instagram.

En cambio, los exilados duques de Sussex, Harry y Meghan, no dijeron ni mu. Y es que parece ser que a Camila nunca le cayó bien la actriz y cuando estalló la pelea entre padre e hijo se la escuchó decir que era una descarada a la que le había fascinado celebrar su boda por todo lo alto y con toda la pompa para dar después un portazo. En los medios se especula que Camila no la va a sacar barata en las memorias que Harry está escribiendo.

Carlos y Camila mantuvieron un romance hasta que ella se casó con Andrew

 

De todas formas, Camila y Carlos parecen ser dos contra el mundo. Son los dos integrantes de casas reales europeas que a más actos y visitas de estado asisten, están siempre de buen humor y, también, de buen amor. Como ejemplo basta decir que hace pocos días en un discurso él la llamo “mi mehbooba”, un término que significa “mi amada” en urdu.

Si bien los integrantes más populares de la familia siguen siendo la reina, los duques de Cambridge y la princesa Ana, Carlos y Camila son los que más han ascendido en popularidad y se encuentran muy por arriba de Harry, Meghan y el príncipe Andrés, quien en estos momentos se encuentra en sus horas más bajas por el juicio que lo enfrenta a una demanda por corrupción de menores. Además, el 55 por ciento de los ingleses aprueba la decisión de la reina de que Camila sea reina consorte.

Finalmente parece que los cuentos de hadas existen solo en la imaginación y que el triunfo del amor verdadero llega con un trabajito de hormiga en el que todo se construye sin prisa pero sin pausa y no con fuegos artificiales y fanfarrias.

 

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