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Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com
Analizado con una mirada muy benévola, el video de siete minutos con el que Alberto Fernández anunció ayer que no buscará la reelección arroja una veta naíf que casi conmueve. A cambio del “renunciamiento”, se arroga el Presidente una suerte de rol de fiscal del proceso electoral interno del Frente de Todos, un garante de que, sobre todo el candidato a sucederlo, surgirá del proceso de Primarias Abiertas. Que él, desde su cargo de titular formal del peronismo nacional, se asegurará que ya no sea un capricho de la lapicera de Cristina Kirchner (a quien no mencionó ni una vez y la hizo aparecer en un par de ocasiones efímeras en el spot difundido) la definición del nombre que encabece la boleta oficialista.
Surge una pregunta inevitable: ¿Por qué pasaría eso Alberto? ¿Por qué el cristi-camporismo no leería el paso al costado del Presidente como el envión que necesitaba para avanzar con una estrategia de hegemonización de las definiciones electorales, como una suerte de rendición presidencial? ¿O Alberto no hizo lo que querían los kirchneristas, bajarse de una postulación a la reelección casi quimérica que taponaba la instalación de otros nombres?
“Se abre una nueva etapa para reordenar las prioridades del Frente de Todos”, remarcó por medio de un mensaje en Twitter la agrupación La Cámpora. No habló de PASO. ¿En verdad el kirchnerismo cambiará su postura histórica de nunca realizar internas para definir postulaciones?
El posteo de La Cámpora fue acompañado de una fotografía del estadio de Racing durante el acto de cierre de campaña de Unidad Ciudadana en 2017, cuando Cristina Kirchner se postuló a senadora por afuera del PJ oficial. Aunque perdió con el macrismo, la ex presidenta retuvo en el imaginario social y en el mundo peronista el papel de jefa de la oposición.
¿Un aviso de lo que viene? Se recuerda: desde hace meses el camporismo se mueve como si no integrara el Gobierno, aún cuando maneja cuantiosas cajas políticas, en un rol de observador de todo lo malo en materia de gestión y de cuestionador de las prioridades que se fijó Fernández. Lo mismo hace Cristina, pero con apariciones públicas muy selectivas.
El Presidente no aparecería con la fuerza política suficiente para imponer su criterio. Aún así, en algún punto la bajada de Alberto interpela al kirchnerismo: ¿tiene este espacio un candidato más competitivo? Cerca de Cristina responden que la única manera de lograr eso, de hacer crecer un “bendecido”, es despegarse todo lo posible del Gobierno y, claro, que Fernández ni figure en la campaña. Crueles, lo tildan de “pianta votos”.
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Es notable el empeño del Instituto Patria por reescribir la historia a su favor para contar un relato en el que Cristina no sería la responsable estratégica de la llegada de Fernández al poder y según el cual ella no tiene nada que ver con la gestión, porque es la cabeza de otro poder del Estado.
Como si el ministro de Economía, Sergio Massa, su gran aliado interno, al que lo une un cierto desprecio por Alberto, no hubiera ensanchado su espalda política porque justamente cuenta con el respaldo de la Vicepresidenta para avanzar con lo necesario para no chocar el barco antes de tiempo, haciendo cualquier malabar que esté a su alcance. Como el dólar soja pro campo o la venta de la cartera de bonos en dólares de la Anses, manejada por el cristinismo.
Alberto adelantó los tiempos. Era improbable que fuera candidato. Pero pensaba anunciarlo más cerca del cierre de listas. Pesó en su decisión de blanquear la rendición ahora una semana de inestabilidad de los mercados, con una corrida cambiara evidente y dañina para la ya mellada confianza en su gobierno, y un dato que le marcaron consultores amigos: hoy, el Frente de Todos podría estar fuera del eventual ballotage de noviembre; los números dicen que se disputaría entre Juntos por el Cambio y el libertario Javier Milei.
El jueguito de la indefinición personal para no caer en el síndrome del pato rengo antes de tiempo, en efecto, estaba esmerilando al frentetodismo. Que por otra parte está desconcertado desde la borrada de Cristina. Hablamos de aquel anuncio cuando fue condenada por corrupción respecto a que no será candidata a nada este año y el posterior silencio de radio, la falta de directivas claras a una tropa que siente la orfandad de la “jefa” y que, en definitiva, deja en evidencia las profundas diferencias conceptuales dentro de una alianza que sólo sirvió para ganar los comicios del 2019 y la incapacidad de ésta para generar nuevos liderazgos. Infinidad de voces K claman ahora, con más fuerza, la revisión de la postura de la vice.
Fernández se bajó de la reelección en un momento de absoluta debilidad objetiva. Tuvo que sacrificar a su jefe de asesores por pedido de Massa cuando trascendió una movida que disgustó al ministro y aceleró reacciones negativas del mercado. Axel Kicillof había amenazado con desdoblar las elecciones provinciales de las nacionales en Buenos Aires si el Presidente mantenía su obsesión por competir. El gobernador lo veía como un lastre, una amenaza para el objetivo de retener la Provincia. Que es el objetivo de Cristina, claro.
En los siete minutos del video (ningún experto en comunicación hubiera aprobado tal extensión) Fernández hizo un discurso exculpatorio con tono épico. Todo lo malo del país es culpa de otro; de Macri, la pandemia, la guerra en Europa, la sequía. Además de asegurar la democratización del Frente, promete que hará lo posible para que no vuelva “la derecha”, ese demonio que en el discurso oficialista encarna todo lo que no es peronismo pero que las encuestas muestran como la alternativa que evalúan muchos argentinos al cabo de años y años de inflación, pobreza y endeudamiento.
La pregunta es cómo seguirá ahora Fernández, un poco más debilitado desde lo simbólico y desde lo real. Faltan seis meses para la elección presidencial y es una situación inédita que un presidente peronista ya no pueda vender futuro frente a la gente y a los factores de poder.
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