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Copetro: las historias que hicieron posible la condena

Detrás del fallo que condenó a Copetro a indemnizar a unas 17 familias por un valor cercano a los 2 millones de pesos, se esconden los casos de decenas de vecinos que viven junto a la planta y luchan contra ella desde hace casi 20 años. Enfermedades, reclamos y una impotencia infinita conforman una historia vecinal que, según cuentan quienes la viven, se escribió y se escribe con el costo de la propia vida

Copetro: las historias que hicieron posible la condena
23 de Abril de 2006 | 00:00
Textos: Facundo Bañez
Fotos: Julieta De Marziani

El nombre del barrio no es casualidad: allí se radicaron hace más de cien años las carpas de los obreros que, a fuerza de pico y pala, construyeron el viejo puerto de La Plata. Ensenada era por aquellos años un remanso cercano al río donde las familias elaboraban sueños y casas con la misma intensidad, y el barrio Campamento la piedra inicial de un ideal compartido: el de vivir en paz. Sin miedo. Sin peleas. "Así era este lugar -confirma Titina Almada, vecina del barrio de casi toda la vida-. La gente en la vereda. Los chicos jugando en cualquier lado. No había preocupaciones. No había miedos. Pero claro: llegó Copetro y todo cambió. Las calles se pusieron negras. Los pibes dejaron de jugar y los grandes nos fuimos de la vereda. Y fue el principio, porque después vinieron las enfermedades; el asma, la tos, los dolores. La muerte. Por eso ahora la plata ya no interesa. De verdad que no interesa. Salud no podemos comprar. Y ningún dinero va a poder devolver todo lo que el carbón nos robó".

Titina vive a 30 metros de Copetro y es una de las tantas personas que le ganó la batalla judicial. Ella fue la primera, y su caso sirvió de antecedente para el fallo conocido esta semana a través del cual la justicia condenó a la empresa a indemnizar a 17 familias por un valor cercano a los 2 millones de pesos. "Mi marido murió de un infarto porque no daba más -cuenta-. No soportaba tener la casa repleta de carbón y que nadie hiciera nada. Una noche me dijo: 'vamos a ponerle una bomba y listo'. Con los vecinos lo calmamos pero él se ponía cada vez peor. Y así terminó. Le agarró un infarto en el 89, dos años después de iniciar la demanda. Yo seguí por él y por mis hijos. Y acá estoy, cansada y con un hipertiroidismo terrible por culpa del carbón".

Lo que dice Titina no es raro. En el barrio es repetido y común, tanto que llama la atención el nivel de hipertiroidismo y diabetes que existe entre sus pobladores, dos enfermedades cuyas causas, se sabe, encuentran origen en los conflictos emocionales. "Yo me lo agarré por Copetro", asegura Alberto Sagarduy, titular de la demanda que llevó a la justicia a fallar contra la planta y una de las 47 personas que deberán ser indemnizadas. "Yo tenía una vida normal y esta gente me la robó. Empecé con problemas nerviosos y terminé con diabetes y tiroides. Vivir acá no se puede. Te la pasás sacando carbón y los pibes se crían negros. ¿Si pensé en irme? Mil veces. Pero claro: ¿a quién le vendés una casa acá?".

Otro que pensó en irse es José Barrese, pero como todos allí se encontró con el mismo problema: "Nadie quiere vivir en un lugar contaminado". José también deberá ser indemnizado, pero, al igual que el resto, jura y perjura que el dinero no le va a cambiar nada: "Nos sacaron un pedazo de vida", se lamenta el vecino, y al hacerlo evoca los tiempos en que el nombre del lugar lejos estaba de los expedientes judiciales. Su historia allí comenzó en el año 74, cuando se casó y se fue a vivir a un lugar que por aquellos años ostentaba aires de barriada pujante. "Pero a principios de los ochenta todo cambió. Mi mujer no podía tender la ropa porque se llenaba de hollín y los pibes no podían jugar afuera porque quedaban negros. Así comenzó el drama y así sigue, porque si vas ahora a mi casa vas a ver lo mismo que hace veinte años atrás: carbón y más carbón".

Los nombres cambian pero las historias se parecen. O casi, porque también está el caso de Marcela Cardozo, la madre de Agustina, una nena de casi seis años a la que, por orden judicial, Copetro debió alquilarle hace cuatro años una casa alejada del barrio. "La nena no daba más", cuenta Marcela, quien todavía recuerda aquella época en la que su hija pasaba más tiempo en los hospitales que en casa. "Vivía internada y nos decían que tenía bronqueolitis. Se iba del hospital y a los pocos días volvía a entrar. Nadie entendía nada, hasta que un médico me hizo la pregunta: '¿señora, usted a dónde vive?'. Cuando le dije que era vecina de Copetro, el doctor supo de qué se trataba todo".

Lo que se supo, en realidad, es que Agustina tenía un problema que generaba que el polvillo le impactase más que al resto de las personas, una hiper reactividad. Si bien es cierto que ella tenía una predisposición especial, también lo es que el carbón que flotaba y flota por el barrio ponía en serio riesgo su salud. "Es increíble cómo cambió la nena -cuenta ahora su madre-. Antes no podía hacer nada y hoy es una chica normal. Desde que se alejó de Copetro volvió a vivir".

La instalación de la empresa fue conflictiva desde sus comienzos. Ni bien empezó a circular la versión de la llegada de una planta de tratamiento de carbón de coque, el miedo y la bronca sellaron para siempre la suerte del barrio. "En el 79 me acuerdo que pasó un vecino por la puerta de mi casa y me dijo: 'de acá hay que irse porque van a poner una carbonera'. Yo en su momento no entendía nada. Pero cuatro años después, cuando me encontré con toda la casa llena de carbón, lo primero que me acordé fue de aquel vecino. Y ahí supe que arrancaba un drama".

Quien recuerda y habla es Osvaldo Figoni, dirigente de la agrupación vecinal "Campamento sin Contaminación". Osvaldo tiene 52 años y hace más de 25 que vive en Campamento. Llegó al barrio porque allí vivía Adriana, su novia de aquel entonces y hoy la madre de sus tres hijos. Para Osvaldo nada fue fácil, tanto que, según cuenta, la lucha interminable contra Copetro lo lleva ahora a tener que estar medicado a causa de los repetidos problemas nerviosos.

"Vivir con dolores permanentes durante más de veinte años desestabiliza a cualquiera", dice Figoni, quien en la actualidad padece ardor al orinar, problemas de colon irritable y dolor de nuca continuo "debido al estrés que causa vivir a pocos metros de Copetro. Es un infierno porque esta gente no son empresarios. Son piratas. Dicen que modificaron varias cosas, pero lo cierto es que todo está igual: el carbón sigue depositado a cielo abierto y cada vez que sopla un poco de viento lo tenemos encima".

Lo que dice Osvaldo es cierto: en Copetro aseguran que, debido a las molestias causadas, de un tiempo a esta parte fueron muchas las cosas que se modificaron: mallas que rodean al carbón, regadores artificiales para que el polvillo no se expanda o la plantación de árboles que sirvan como cortina natural. Sin embargo, para cualquier vecino de Campamento todo lo que se hizo hasta ahora no es suficiente. "Y no es suficiente porque el carbón sigue adentro de nuestras casas -dispara Osvaldo Sagarduy-. Ellos pueden hacer lo que quieran, pero si el problema no desaparece es lo mismo que nada".

Mientras Sagarduy habla y acusa, Figoni asiente en silencio como si conociera de qué se trata todo. Y en realidad lo conoce: "Yo empecé con esta lucha a los 28 años. Tenía unas ganas bárbaras de cambiar las cosas. Y hoy la verdad es que estoy destruido, cansado de reclamar. Yo vendo sanitarios pero desde que arrancó toda esta locura me puse a pintar cuadros como terapia. Es mi forma de calmarme, de estar en paz. Uno de los trabajos que hice se llama '¿Es justicia?' y representa el despacho antiguo de un juez. Con eso yo me descargo. No soy un artista plástico, desde ya, pero si no me ponía a hacer cuadros creo que agarraba una ametralladora y hacía un desastre".

En Campamento todos tienen una historia para contar. Con bronca, tristeza o impotencia, todos recuerdan un tiempo mejor y el momento aciago donde comenzó la tragedia. Son historias de lucha pero también de destierro, porque allí son varios los que, como la mamá de Agustina, debieron irse por culpa del carbón. "Mi hijo se fue porque sufría de conjuntivitis crónica -relata Titina-. Acá no hay nadie que no tenga algo por culpa de la planta. A mí me agarró la tiroides pero no es lo único. Yo nunca en mi vida tuve un cigarrillo en la boca, y sin embargo cuando me hice los estudios médicos saltó que tenía los pulmones a la miseria. ¿Vos te pensás que la plata a mí me va a devolver todo lo que me quitaron?". Bronca, impotencia y tristeza. Puede ser por parte o todo junto a la vez. No importa quien lo cuente: los nombres cambian pero las historias se repiten. Se parecen. Todas dirán algo distinto pero estarán cruzadas siempre por lo mismo: bronca, impotencia y tristeza. No importa quien lo diga. Importa lo que es.

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