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El Mundo |ANALISIS

Obama, Trump y el país de los vaivenes

CALVIN WOODWARD (*)

11 de Noviembre de 2016 | 02:49

Un país, dos tribus: EE UU eligió a Barack Obama y luego a un presidente que no podría ser más diferente. Los votantes primero eligieron a un hombre de raza negra, criado en un entorno urbano, liberal, de 48 años, y luego a un hombre blanco impenitentemente burdo de 70 años que es conservador, o algo así. ¿No es así EE UU?

El cambio se da en todas las formas y con desgarradores vaivenes en una nación que fue fundada con una revuelta sangrienta y allanada a lo largo de generaciones por revoluciones políticas y culturales, a veces estando a punto de caer en el derramamiento de sangre o cayendo directamente en él.

No hay forma de comprender a este país. EE UU ofrece una cultura de vaqueros, una contracultura intransigente, movimientos políticos fundados en la fe, socialismo al estilo de Bernie Sanders y muchas más oportunidades de fumar marihuana legalmente, así como vidas rutinarias y trajes a rayas. Los estadounidenses votan por artistas del cambio, no siempre, pero las suficientes veces como para poder distinguirla de otras democracias donde el timón del Estado gira con mayor lentitud y majestuosidad.

“La ruta que este país ha tomado nunca ha sido una línea recta”, afirmó Obama el miércoles. “Hacemos zig y hacemos zag”.

Obama, el zig, era un tipo tan llamativo a los ojos de gran parte del mundo que obtuvo un premio Nobel de la Paz antes de que tuviera oportunidad de hacer gran cosa (en esa época, en su primer año, EE UU peleaba dos guerras). Trump, el zag, es alguien que arroja insultos, un orador crudo del cual uno no puede apartar la vista si entra en sintonía con él, un grosero con las mujeres, un vendedor de falsedades pero que habló con una verdad más grande a los ojos de sus partidarios.

Los extranjeros sacuden la cabeza ante un país que a lo largo de los años define lo que es cool, y luego representa cómo se ve lo extravagante. Trump ganó con el respaldo de un segmento preciado pero en declive: los votantes blancos, en especial hombres, en especial los que tienen menos educación. Estuvieron en la cima del mundo político durante muchas épocas, fueron parte de la Mayoría Silenciosa de Richard Nixon, los demócratas de cuello azul de Ronald Reagan, y los hermanos sureños de Bill Clinton. Ahora se están diluyendo en un país cada vez más diverso. Pero el martes todo lo viejo fue otra vez nuevo y ellos dijeron: “Sí, aún podemos”.

Obama llegó al escenario nacional con un discurso lleno de poesía y poder que soñaba que los estados rojos (republicanos) y azules (demócratas) estuvieran unidos espiritualmente. Dejó sin aliento a algunos republicanos y a muchos demócratas. Eran castillos en el aire, reconoció años después. Las divisiones entre rojo y azul, blanco y negro, joven y viejo, costero y del interior, son épicas ahora, tribales.

Aunque son totalmente opuestos en carácter, política y experiencia, Obama y Trump tienen algunos puntos en común. Ambos aprovecharon la insatisfacción y gozaron del impulso revolucionario hasta alcanzar el éxito. Aunque no es un neófito como Trump, Obama tuvo que luchar contra la dirigencia de su partido -personificada en 2008 por Hillary Clinton, rival suya en las primarias- y se benefició de estar en esa posición de no favorito. En esta ocasión, los demócratas eran la clase dirigente, y apoyaban a Clinton, la candidata que tildó de “deplorables” a los que respaldaban a Trump, y que el miércoles se despertó ante un escenario de devastación, si es que pudo dormir.

Obama y Trump aprovecharon sus diferentes tribus políticas en su ruta hacia la Casa Blanca, pero éstas se encimaron un poco.

En el condado Belmont de Ohio, que Obama ganó en 2008, Trump se llevó casi 70% de los votos. En el cercano condado Mahoning, en el que Obama triunfó por 28 puntos en 2012, Clinton superó a Trump por sólo tres unidades. En otras palabras, algunos de los estadounidenses de clase trabajadora que habían votado por Obama lo hicieron por Trump en esta ocasión. Así que ahora, una nación que está bastante contenta con el trabajo que el presidente negro está haciendo, entrega las riendas a un hombre que promovió teorías conspirativas sobre el lugar de nacimiento de Obama. Estarán juntos el día de la inauguración del próximo mandatario, el 20 de enero, para hacer una transición pacífica del poder. Suele ser un momento agraciado y probablemente, de alguna manera, lo será una vez más. Y luego seguirá el zigzag, una época en la cual no habrá ninguna certeza salvo que la revolución, proveniente de alguna parte en algún momento, llegará de nuevo.

 

(*) Analista de AP

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