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"Para la guerra" Jugar al combate y recordar infiernos con el cuerpo

La ópera prima del cineasta nacido en La Plata Francisco Marise mostró en el Festival de Mar del Plata el retrato de un ex combatiente cubano y su memoria física de las infernales batallas vividas

17 de Noviembre de 2018 | 15:09

A Francisco Marise siempre “me gustó lo más artesanal, esa actitud más punk rock de hacerlo uno solo”: y con esa actitud hazlo-tú-mismo en la carne, pasó 15 meses filmando en el monte cubano a un ex combatiente que encontró en una noche de juerga, hasta que lo echaron de la isla.

La de su ópera prima, “Para la guerra”, es apenas la última aventura para Marise, nacido en La Plata pero que pasó sus días adolescentes en Pergamino, estudió cine en Cuba y editó la película que grabó durante esa estadía en la isla del Caribe en Madrid, apadrinado por un profesor, Javier Rebollo.

Muy ligado a la Ciudad (“tengo un tío muy cercano en La Plata, es fanático del Pincha y toda mi vida me regalo camisetas), Marise tiene recuerdos de La Plata por sus visitas ya más grande, siguiendo bandas de rock, su pasión de juventud. De hecho, fue plomo de La Mancha de Rolando y su debut en la tarea fue en la ciudad en la que estudiaba su padre.

“Enseguida nos fuimos a vivir a Pergamino, una ciudad con alma de pueblo, yo viví toda mi vida ahí”, cuenta el cineasta que presentó esta semana su primer filme en la Competencia Latinoamericana del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

“A los 15 me agarró que quería tener una banda, terminé la escuela y le dije que me quería ir a estudiar a Buenos Aires, pero en realidad quería ir a ver bandas de rock”, se ríe recordando aquellas épocas donde estudio Comunicación Social e Imagen y Sonido mientras trabajaba para La Mancha y comenzaba su labor como fotógrafo: Marise llegó a tomar fotos para Diego Bosio en ANSES, retrasando sus estudios mientras su carrera en la fotografía crecía.

“Pero en 2015 ya estaba medio aburrido”, relata. Fotógrafo de moda y política, un día fue parte de una sesión de fotos con Valeria Mazza, “que no quiso sacarse la foto porque no estaba su manicura personal, y estuvimos seis horas. Y no quiso sacarse la foto, que era un plano de la cara, porque faltaba su manicura. Ahí me saturé un poco”.

Justo entonces, cosas del destino, recibió el llamado del equipo de “El Árbol Negro”, también presentada en Mar del Plata, para trabajar en el rodaje: una producción en un lugar lleno de víboras, viviendo con los QOM durante varias semanas, que lo reconectaron con su espíritu más salvaje. El “flash” de ese rodaje, el cansancio, el cambio de Gobierno, todo conspiró para que Marise viaje a Cuba a estudiar en la mítica Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, fundada por Fernando Birri.

“A mi siempre me gustó lo más artesanal, esa actitud más punk rock de hacerlo uno solo, lo que se estudia acá tiene más que ver cine industrial”, cuenta Marise, a quien la escuela cubana le abrió la cabeza. “Nunca antes me había emocionado una clase de cine hasta ese momento”, cuenta.

Aunque, claro, estar estudiando en medio de ese ambiente selvático, y también “en esa especie de Gran Hermano” que es la institución cubana, lo llevaban a desear perderse en noches de ron: en una de esas veladas encontró a Andrés, un ex combatiente cubano y el sujeto de su ópera prima.

Andrés lo invitó a tomar y “como tenía ron, entré”, se ríe Marise. El soldado estaba “viendo Pearl Harbor y gritándole a la pantalla al soldado lo que tenía que hacer”, y entre el calor de Cuba y los calores del alcohol, el cineasta “no sabía si estaba en Vietnam o en Cuba”. Comenzaría así la historia de “Para la guerra”.

Un rodaje que llevó más de un año, en los que Marise propondría temprano que Andrés, que combatió en Nicaragua y Angola, realizara los ejercicios de entrenamiento para el ejército cubano en la cámara, una idea que nació cuando, caminando ambos por el monte, Andrés se echó al piso sin previo aviso para reptar cuerpo a tierra, demostrando como se anda en un campo minado.

Así empezamos a “jugar a la guerra”: el Ejercicio Número 1 del Manual de Entrenamiento tipeado a máquina que todo soldado cubano tiene pide “recuperar la seriedad de los juegos de niños”, y en ese arenero parece sumergirse lúdico el documental. Y sin embargo, en los intersticios de ese juego surge algo, emerge la evidencia de un pasado violento, siniestro.

“Me di cuenta con el tiempo que una vez que rodábamos dos o tres ejercicios, había como una especie de trance, él entraba en la guerra: el tipo estaba recordando a través del cuerpo”, dice Marise, que transforma así a la cámara en un médium entre un cuerpo y su pasado: “Me parecía importante recordar no a través de la palabra sino a través del cuerpo”, explica.

Y entre ejercicio y ejercicio comienza a emerger también un boceto de la vida de ese protagonista, todavía convencido, viviendo en el monte de manera austera, con el cuerpo entrenado, listo para la batalla, y que llama a sus compañeros de batalla y es feliz, una felicidad de insondable tristeza.

¿Está loco Andrés? Es fácil pensarlo, desde la juventud, desde la distancia de aquellas épocas de compromisos a los que se le ponía el cuerpo. Pero Marise dice que más allá de la intensidad de sus ideas, de su mirada, de su forma de vivir en ese monte que no puede sino recordarle cada día a la guerra de guerrillas, Andrés es lúcido, y se inventa todos los días ese personaje, la ficción del compromiso por la patria, del soldado sexagenario, como cualquiera se inventa ficciones para sobrevivir al peso aturdido de la realidad.

Una reformulación que, lanza el director, no consiguen hacer los olvidados ex combatientes de Malvinas, que como los cubanos eran chicos lanzados a la batalla y descartados: la estadística marca que murieron más tras la guerra, por suicidios, que durante el combate.

Marise rodó con Andrés durante meses, hasta que “una situación extraña” (quizás las noticias de un documental no del todo alineado con el discurso oficial realizado por un extranjero) provocó que lo acusaran de robo y le quitaran la visa. Moría “Para la guerra”, resucitada por Javier Rebollo, profesor de Marise en Cuba que le compró un billete de avión para montar el filme en Madrid. La película terminó estrenada en San Sebastián, semanas antes de su estreno latinoamericano en Mar del Plata.

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