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“El último confín de la Tierra”, una majestuosa historia de Tierra del Fuego narrada por Lucas Bridges. Su libro es considerado un clásico de la literatura. La relación del autor con las tribus indígenas: lo llamaban “Jefe Blanco”
Lucas Bridges
MARCELO ORTALE
Cualquier lector que quiera volver a reencontrarse con héroes –no de ciencia ficción, sino de carne y hueso- podrá identificarlos en “El último confín de la Tierra” (Editorial Sudamericana, 2005), una majestuosa historia de Tierra del Fuego, escrita por E. Lucas Bridges (1874-1949), el tercer hombre blanco nacido en ese territorio, hijo de un pastor inglés que fundó la Misión Anglicana junto al Canal de Beagle y que abrió en 1886 la estancia Heberton, el primer establecimiento productivo de Tierra del Fuego.
Los viajes desde Malvinas por aguas siempre tormentosas, la fluida relación de los Bridges con los indios onas y yamanes, estos últimos nómades canoeros de los canales fueguinos, la soledad, la rudeza del clima, el esfuerzo desplegado por colonos recién llegados a esas tierras frías y olvidadas, la fiebre del oro que se desató en Tierra del Fuego a fines del siglo XIX –coincidente en el tiempo con la que reflejó Charles Chaplin en su película “La Quimera del Oro”, una ficción que se desarrolla en el nevado Polo Norte- son algunos de los capítulos del libro de Bridges, que convoca, en sus 500 páginas, a una lectura apasionada.
“Este es un relato veraz e imparcial de mi vida en Tierra del Fuego”, dice Bridges en el prefacio de la obra, luego de señalar que intentó “sinceramente” reprimir todas las opiniones románticas sobre él mismo, “pero dudo mucho en haberlo conseguido”.
El prólogo de la obra está escrito por Aymée Tschiffely, el suizo autor del inmortal “Mancha y Gato”, una crónica del viaje que en 1928 hizo a caballo entre Buenos Aires y Nueva York “sin perder ninguna de sus dos cabalgaduras”, dirá Bridges. Los dos, Bridges y Tschiffely, se admiraron mutuamente y fueron, acaso, gemelos literarios del norteamericano Jack London, otro prototipo de escritor aventurero que vivió cruzando fronteras y al que alguna vez también acosó la fiebre del oro.
El padre Thomas Bridge y su madre Mary Ann Varder habían llegado de Inglaterra y conformaron la primera familia blanca en habitar Tierra del Fuego, luego de haber vivido unos años en Malvinas. En la misión asentada en las islas, Thomas aprendió la exuberante lengua de los indios yamanes y escribió un diccionario con unas 30 mil palabras aborígenes. En 1863 Thomas hizo su primer viaje a Tierra del Fuego y la ventaja que él tenía era que podía hablar el idioma yámana, y de esa forma decirles que no quería lastimarlos y solo quería ayudar, tal como lo harían luego su hijo Lucas y el resto de los Bridges.
Lucas nació en Ushuaia y así cuenta sus primeros recuerdos de Tierra del Fuego: “En aquella región desolada y salvaje no había médicos, ni policías, ni gobierno alguno; y en lugar de vecinos pacíficos, se estaba rodeado por tribus sin ley, disciplina ni religión, a merced de quienes se vivía”. Pero los Bridges pacificaron y convivieron con los onas y yamanes.
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Desde el punto de vista doctrinario, Thomas Bridge se encargó de refutar las que calificó como falacias de Charles Darwin, que en alguno de sus viajes por la Patagonia había calificado a los indios fueguinos como “bestias” y “caníbales”. Interrogados después por Lucas, los indios le dijeron sonrientes que sólo se comían a la gente mala y a las ancianas de la tribu.
“El último confín de la tierra” fue publicado por primera vez en Londres, en 1948
Al escribir un estudio titulado “El imaginario patagónico de la literatura hispanoamericana!”, los investigadores Silvia Bittar, Silvia Casini, Viviana Polli y Estela Saint-André aludieron a cinco características identificatorias : asombro ante la amplitud territorial; la consideración de la zona como desértica e inhóspita; un clima severo; el abandono geopolítico y el ser tierra de paso con posibilidades de enriquecimiento fugaz. Esas notas se perciben con facilidad en “El último confín de la Tierra”.
En 1902 Lucas Bridge creó la estancia Viamonte en la costa norte de Tierra del Fuego y construyó el sendero conocido por su nombre, para comunicarla con la Haberton. Al desatarse la Primera Guerra Mundial, viajó a la tierra paterna y al terminar la contienda marchó a Rhodesia donde creó un rancho, pero sintió el llamado de la Patagonia y volvió, para vivir sus últimos años por todos. Una enfermedad cardíaca lo obligó a venir a Buenos Aires, donde falleció.
“El ultimo confín de la Tierra” fue publicado por primera vez en Londres en 1948, un año antes de la muerte y Bridges fue aclamado por The New York Times y The Sunday Times de Londres. Su libro, traducido de inmediato al francés y al italiano, es considerado un clásico de la literatura y la mejor obra escrita sobre Tierra del Fuego. Como se señala en las crónicas de su vida, el libro de Bridges es mucho más que una mera autobiografia, abarca un siglo de Tierra del Fuego y constituye una muy rica combinación de crónica de viaje, exploración, historia familiar y relato antropológico. Además de que aporta leyendas y enigmas de nuestro sur.
El investigador español Eduardo Civila sostiene que la obra de Lucas Bridge “es un libro de aventuras tan apasionante o más que cualquier obra de Jack London o Joseph Conrad y, desde luego, un hermoso canto a la vida natural y al esfuerzo y la superación personal. A lo largo de la obra E. Lucas Bridges, aparte de como un aventurero infatigable y casi sobrehumano, se nos presenta con el carácter propio de un inglés hijo de un pastor protestante. Sus mayores valores son la austeridad, la disciplina, el trabajo y el progreso, y esos son los valores, no exentos de un cierto paternalismo, que pretende inculcar a yaganes y onas. Pero no por ello deja de mostrar en todo momento un profundo respeto a la cultura de estas etnias, y una gran admiración por sus cualidades y su forma de vida. De hecho, si Bridges no hubiera escrito este libro casi nada se sabría de yaganes y de onas”.
Existe una literatura patagónica, que refleja la lucha contra el medio y el alma heroica de los primeros argentinos, galeses, ingleses y yugoslavos que poblaron la isla a partir de mediados del siglo pasado.
El polémico y talentoso Charles Darwin escribió en 1830: “Al revivir imágenes del pasado, encuentro que con frecuencia se cruzan ante mis ojos las planicies patagónicas, pese a que ellas son juzgadas por todos como las más miserables e inútiles. Se caracterizan sólo por cuanto poseen en negativo: sin habitantes, sin agua ni árboles, sin montañas, sólo poseen plantas enanas. ¿Por qué entonces —y el caso no es peculiar sólo para mí— tienden esas tierras áridas a tomar posesión de mi mente?”
También el botánico sueco Karl Skottsberg, nacido en Gottemburgo, que participó en expediciones a la Antártida, escribió en “La Patagonia salvaje” que había visto un hemisferio insólito con mesetas lunares e islas crecidas vertiginosamente, herida por fragmentos de montañas dolomitas en medio el océano y que había transitado por esas tierras “profundamente emocionado porque ningún pie humano había calcado su huella, todo estaba inmerso en una quietud misteriosa de millones de años”.
Otro científico que dejó una obra encandilada por el sur argentino fue el perito Francisco Pascasio Moreno, autor de “Noticias de Patagonia” (1876); “Viaje a la Patagonia Austral” (1876-1877); “Viaje a la Patagonia Septentrional (1876); “Apuntes sobre las tierras patagónicas (1873); “El estudio del hombre Sudamericano (1878); y “Notas preliminares sobre una excursión a los territorios de Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz, Frontera Chileno-Argentina” (1902).
Otro científico que dejó una obra encandilada por el sur argentino fue el perito Moreno
Cuando el perito Moreno falleció (el 24 de noviembre de 1919), el diario La Nación lo despidió, antes que como a un gran científico apegado a sus libros, como a un creador imantado por las tierras que recorrió: “Geógrafo sin cartas, geólogo sin laboratorios, topógrafo sin instrumentos, con las manos limpias, pero con el corazón contento a pura juventud, Pancho Moreno galopó hacia el desierto, se entendió con las tribus bárbaras, recorrió miles de leguas en la soledad sombría, repechó montañas, cruzó ríos a nado y a saltos los torrentes, caldeó su sangre en el rescoldo de los volcanes y cuando repletó su alma con emociones inauditas, regresó al poblado trayendo la clave de la patria futura. Ahí está su gloria”.
Todo fue y sigue siendo grande en aquel Sur argentino. Lucas Bridges se compenetró tanto con el paisaje y con las tribus primitivas, que los indios lo empezaron a llamar “Jefe Blanco”. Pero Tchisffely añade que además “fue considerado como el rey sin corona de la Patagonia”. Añade el suizo: “Después de haber viajado a través de diversos partes de América Central, del Sur y México, cuando decidí visitar la Patagonia y Tierra del Fuego, mi decisión fue sacar a luz a ese casi legendario Indio Blanco”.
“En Tierra del Fuego me informaron que esa quimera vivía en un lejano valle...Allí mismo decidí continuar con mi cacería humana. Algunas semanas más tarde, después de haber viajado por imponentes regiones montañosas de singular belleza, llegué a una granja situada en un amplio valle. Una figura alta, cincelada por el clima, apareció en la puerta para recibirme...Era mi hombre”.
***
El idioma de los indios yaganes era más rico que el castellano y que el inglés, dice Bridges: “Tenían por lo menos cinco palabras para el vocablo “nieve”: la elección del que correspondía tenía que ver con el lugar en que estaba la nieve, si cerca de la playa o en la montaña, etc. “Una palabra empleada estando en una canoa tenía distinto significado que cuando se la pronunciaba en tierra”. ¿Cómo no lo iba a imantar el Sur?
Lucas Bridges
Familia yagán a bordo de una canoa.
Indígenas yaganes en Cabo de Hornos 1883 / Archivo General de la Nación Argentina
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