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Vivir Bien |EL TRABAJO MÁS RECONFORTANTE

Espíritu navideño todos los días

No llevan gorro, ni barba, ni bolsa con juguetes, pero son la alegría diaria de cientos de chicos que sufren distintas carencias. En vísperas de la Navidad, las responsables de un hogar, un comedor y un espacio comunitario de La Plata, cuentan cómo su trabajo cotidiano ayuda a sostener la vida de los niños a la vez que transforma las suyas

Espíritu navideño todos los días

Miriam Pedrozo junto a su hermana Raquel, en la casa donde funciona el comedor La Esperanza

YAEL LETOILE / Fotos SEBASTIÁN CASALI, DOLORES RIPOLL Y DEMIAN ALDAY

23 de Diciembre de 2018 | 06:00
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Papá Noel llegará mañana pasadas las 12 para alegría de nenas y nenes. Los de esta nota pidieron motos, muñecas y “no te puedo contar porque sino no cumple”, dijo uno de pelo rubio mostrando la carta celosamente doblada. Y si la ilusión tiene cara de niño, el amor y el sostén diario de estos pibes pobres o sin familia, tienen cara de mujer.

Elena Vita (62), Miriam Pedrozo (44) y Mimí Caro (65) simbolizan el hogar, la mesa servida y hasta la opción de terminar la escuela para cientos de niños y adolescentes de distintos barrios platenses que no tienen otras posibilidades.

En vísperas de la Navidad, estas Mamás Noel de la vida diaria -referentes del Hogar el Ángel Azul, el comedor La Esperanza y la entidad 17 de Agosto, respectivamente- cuentan cómo es trabajar todos los días para brindar mejores condiciones de desarrollo a los más chicos y sus familias, un camino arduo pero gratificante que transformó sus propias biografías.

DONDE VIVEN LOS ÁNGELES. El Hogar del Ángel Azul funciona desde hace 20 años en una casa ubicada en 117, entre 36 y 37 del barrio Hipódromo. Hoy viven allí 25 chicos, que van de los 18 meses a los 21 años, y han pasado unos 600 en total. Todos llegaron con una medida de abrigo dictada por un juez que consideró necesario brindar un ámbito alternativo al grupo de convivencia para proteger los derechos vulnerados, según lo establece la ley provincial 14.357.

"Los chicos me enseñaron a vivir de otra manera. me enseñaron lo que es el amor. me salvaron la vida, porque la situación emocional cuando uno pierde un hijo es muy fuerte", dijo Elena Vita

 

Es viernes, llueve y en el hogar se cocinan pastelitos. Hay juguetes regados en el piso; dos adolescentes rellenan la masa con forma de pañuelo y los más chicos toman leche en distintas mesas ubicadas frente a un smart TV de 42’’. Un bebote de rulos negros -no llega al año- mimosea en el hombro de una piba de 13. “Desde los seis meses está acá”, apunta Vita.

El comienzo fue un dolor grande, infinito. “¿Tenemos que empezar por ahí?”, trata de evitar Elena mientras enciende un cigarrillo en el patio de la casa, “cómo se formó esto es la parte más difícil”. Enseguida dirá: “Después de tantos años no me hace mal: yo era una mamá común con dos hijos, que en el 97 tuvo un accidente de auto donde falleció mi hija de siete años”.

Dos años después la invitaron a conocer un hogar grande con un montón de chicos. Era 20 de diciembre y una de las personas le ofreció llevarse uno. “Si llego a mi casa con un bebé me matan”, respondió ella. Pero al dejar el lugar, una nena de tres años se le aferró a la pierna y le dijo: “¿Mamá me llevás con vos?”.

Fue el click. “Ahí dije no puedo creer esto, cómo puede haber tantos chicos en esta situación y yo voy todos los días al cementerio a poner flores arriba de una piedra”. Habló con su marido y su hijo - Hernán Améndola, hoy también coordinador del hogar- y al contar con la aprobación de ellos, avanzó. “En marzo de 2000 tuve la personería jurídica y desde ahí hasta acá seguimos trabajando”.

¿Qué le dejó el hogar en 20 años? “Me salvaron la vida. Porque la situación emocional cuando uno pierde un hijo es muy fuerte”, dice con voz quebrada hasta que algo llama su atención.

“Date vuelta, despacio”, dice. Un colibrí aletea frente a un bebedero colgado entre brillantes helechos verdes. “Las personas que queremos están bien, por eso vienen, y tienen agua fresca todos los días”, agregó y muestra un picaflor tatuado en su antebrazo y retoma.

“Los chicos me enseñaron a vivir de otra manera. Me enseñaron lo que es el amor. No porque antes no lo haya tenido, pero las carencias de ellos son tan fuertes, que ya nomás con un dibujo o una cartita que te hagan te ponés bien”.

PARADA LA ESPERANZA. Para alimentar nueve bocas hay que darse maña. Si lo sabrá Miriam Pedrozo, mamá de ese batallón de entre 26 y 9 años y coordinadora del Comedor La Esperanza, ubicado en 603 entre 9 y 10 del barrio Aeropuerto.

“Me gusta cocinar para muchos. Hoy me levanté a las 5 y amasé pan dulce. En un rato hago varias comidas. Aprendí a ser económica: con medio pollo comen 12”, dice con inconfundible tono misionero que ni los 27 años de residencia en La Plata logran disimular.

"Es una tarea en la que aprendimos a querer a todos los chicos por igual. A veces sacamos de lo nuestro para darle a los que necesitan", contó Miriam Pedrozo

 

Miriam vivía en otro barrio y trabajaba en un comedor hasta que se mudó y, junto a una hermana, Raquel, la nuera y una de sus hijas abrieron La Esperanza, un sitio que da de comer a 45 chicos por día y a más de 100 durante celebraciones o cumpleaños.

“Es una tarea en la que aprendimos a querer a todos los chicos por igual. A veces toca sacar de lo nuestro para darle a los que necesitan”, reflexiona. A lo largo de 14 de años de experiencia, dice, “vimos muchos que venían cuando eran chiquitos y hoy son padres”.

A Miriam le cuesta hacerse un hueco para hablar de lo que hace; vive en movimiento. Durante la semana trabaja en un minimercado y, a veces, cuida pacientes. Es que hace ocho años operaron a su marido del corazón y ella es sostén del hogar. “También hacemos cosas para vender, ahora por ejemplo hicimos manteles navideños, así y todo soy bastante gordita”, no le falta humor.

Su deseo de Navidad es “poder tener su casa y que los hijos estudien y progresen, que el comedor pueda seguir funcionando y haya una mejoría”. ¿Su próximo objetivo? Conseguir guardapolvos y útiles para arrancar en marzo el año escolar.

EL LEGADO DE MIMÍ. Mimí Caro nació en Tucumán y se crió en La Plata, en la zona de Los Hornos.Tiene tres hijos, dos varones de 38 y 32, y Cristina, de 33, que “es la que ayuda y banca esto cuando no estoy”. Es que desde hace cuatro meses “de golpe porrazo” dejó de mover las piernas, no saben los médicos si por la diabetes o, dice ella, “de la tristeza de ver a la gente con tanta necesidad y no poder ayudarla”.

Arrancó con el comedor hace 38 años junto a su marido ya fallecido Raúl Cárdenas “cuando todo esto era campo”, señala los alrededores de la casita ubicada en 54 entre 144 y 145, donde hoy funciona una escuela, clases de apoyo, consultorio odontológico y asesoría legal para los vecinos.

La institución -llamada 17 de Agosto por la fecha de nacimiento del hijo mayor de la pareja- surge por un niño. Se llama Víctor y hoy ya es abuelo. “Él siempre iba a la casa a pedir diarios o hacía mandados y le daban un pesito. Como no tenía para comer, le empezamos a dar a él, y después eran uno, dos, 10 y muchos más”, rememora.

Mimí Caro arrancó con el comedor hace 38 años. en la casita hoy funciona una escuela, dan clases de apoyo y asesoría legal a los vecinos

 

La institución fue comedor hasta 2003. “Ahí dejó de haber mercadería para seguir ayudando a la gente. El intendente Bruera vino personalmente a entregar las tarjetas para que la gente coma en su casa. Con eso iban al banco, cobraban y compraban alimentos. Después las retiraron y les dieron la Asignación Universal por Hijo (AUH), y él me dijo: Mirá Negra vas a tener que seguir con la escuela, el consultorio y lo que se puede”, revive.

Mimí dice que “con la escuela es una pelea, porque la gente grande trabaja y quiere estudiar, entonces la maestra les pone tarea y vienen a dar sus exámenes y así los va ayudando porque no pueden dejar de trabajar como está la cosa, veremos el año próximo si podemos tener la secundaria. Es muy importante porque la gente la pide muchísimo”.

Hubo un tiempo en que hacían el pesebre viviente. “Conseguíamos las ovejitas, el caballo, el bebé verdadero y hacíamos la despedida de Navidad”, una especie de previa del 24 de diciembre, cuenta con nostalgia. “Hoy ya no puedo, no me da el cuerpo”, pero desea “Que toda la gente la pase bien y en paz. Tanta gente, dios mío”.

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Miriam Pedrozo junto a su hermana Raquel, en la casa donde funciona el comedor La Esperanza

Elena Vita, fundadora del Hogar Ángel Azul

Mimí Caro con algunas de las mujeres que se acercan a su centro comunitario de Los Hornos

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