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En pocas palabras

25 de Marzo de 2018 | 09:43
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Por SERGIO SINAY
sergiosinay@gmail.com

Según un antiguo adagio, si dos personas están sentadas a la mesa y una de ellas come un pollo entero y la otra no prueba bocado, la estadística dirá que en esa mesa se consume medio pollo por persona. La sentencia procura alertar contra la fe ciega en las estadísticas, porque, en cierto modo, una estadística es una generalización, elimina matices, borra características individuales, uniformiza. Muestra un mapa, pero, como bien se sabe, el mapa no es el territorio. Y los fanáticos de las estadísticas suelen llevarse menudas sorpresas cuando salen de los números y porcentajes y entran en la realidad. Si no, que lo digan varios candidatos políticos y gobernantes de por aquí y de todo el mundo.

Una vez hecha esta salvedad, tomemos una estadística que se dio a conocer hace pocos días. Los resultados de la evaluación Aprender 2017, prueba en la que participaron 309.000 estudiantes del último año de escuelas y colegios públicos y privados de todo el país, además de 580.000 alumnos de sexto grado de primaria de colegios públicos y privados en todo el territorio nacional. Las pruebas a que fueron sometidos estos chicos incluyeron dos materias: matemáticas y lengua en el nivel secundario, y ciencias sociales y ciencias naturales en el primario. En términos generales parecieron más satisfactorios los resultados de los chicos de primaria, que en ambas materias orillaron un 70% de niveles de conocimiento altos. En la secundaria se mostraron cifras dispares. Solo un 31,2% (3 de cada 10 chicos) exhibió niveles satisfactorios o avanzados en matemáticas. Y ahora viene lo interesante: 62% de los estudiantes (6 de cada 10) mostraron niveles satisfactorios o altos en lengua.

Aquí es donde cabría cotejar las estadísticas con la realidad. Cuando decimos lengua nos referimos a nuestro lenguaje, herramienta esencial de la comunicación humana. A las palabras, a las reglas y normas con las que construimos nuestras frases, con las que escribimos nuestros textos, al modo en que nuestras ideas se expresan y a qué es lo que entendemos cuando leemos. Si las estadísticas de la prueba Aprender tienen una matriz diferente a la que mide el consumo de pollo en aquella mesa de dos comensales, estaríamos ante una magnífica noticia, pero no solo eso. Nos habríamos encontrado con un fenómeno insospechado. Los adolescentes estarían demostrando riqueza de lenguaje, articulación léxica, buena sintaxis y apreciable comprensión de textos. ¿Es así?

UNA RARA TRANSFORMACIÓN

El doctor en Letras Pedro Barcia, que fuera durante varios años presidente de la Academia Argentina de Letras, sostiene con sobrado conocimiento de causa que el 52% de los egresados de la escuela secundaria no comprende lo que lee. Eso luego de doce años de educación, y en el umbral de la Universidad. Ellos serán los profesionales, los comerciantes, los trabajadores, los gobernantes del futuro. ¿Cómo conciliar estos datos con la triunfal exposición de ese 62% de niveles altos en lengua, sobre todo cuando se habla del mismo país y de los mismos estudiantes? ¿Los que egresan del secundario con niveles se transmutan en universitarios que tienen dificultades para comprender un texto?

“Se habla mal, se escribe peor y se entiende poco y nada”, según manifestó reiteradamente el doctor Barcia

 

Sin embargo, no es necesario llegar al nivel universitario para comprobar cómo se manifiesta en los jóvenes el empobrecimiento general del lenguaje, un preocupante fenómeno de la época. La pobreza del lenguaje oral, la precariedad y el primitivismo de los mensajes de whatsapp, redes sociales, foros de internet, mensajes de textos y correos electrónicos son pruebas irrefutables y permanentes. Se habla mal, se escribe peor y se entiende poco o nada. Según manifestó reiteradamente el doctor Barcia, y lo señaló especialmente en su libro “La comprensión lectora: aprender a comprender”, es preocupante la pobreza y la vulgaridad del lenguaje, especialmente el oral. La oralidad es la forma básica de la comunicación humana y, por lo tanto, debe ser rica, clara y fluyente. Más de la mitad de nuestra vida nos relacionamos hablando y, como bien subraya este lingüista, que las personas se entiendan es un capital prioritario de la vida democrática.

La repetición de estribillos y frases hechas, el insulto fácil y repetido (del que no escapan lamentablemente los medios de comunicación audiovisual y demasiados comunicadores en su afán de parecer “distendidos”, “espontáneos” y “actualizados”), contribuyen poco a una comunicación verdadera. A los seres humanos nos llevó miles de años, se calcula que unos diez mil, desarrollar el lenguaje tal como lo conocemos y experimentamos hoy. Partió de una necesidad esencial de comunicación, de llegar al otro, de establecer puentes de encuentro, comprensión y contacto. El lenguaje evolucionó con la historia humana, se hizo más complejo en la medida en que eso mismo ocurría con las sociedades, y así llegó a diversificarse en lenguas distintas, con reglas propias, al compás de la multiplicidad de las culturas. No nacemos hablando ni escribiendo. Lo aprendemos. Ese aprendizaje nos integra a la comunidad humana. Y así como el lenguaje, en sus modalidades oral y escrita, se incorpora a la formación de un niño para su trasformación en persona, también ocurrió con la especie. La humanidad incorporó el lenguaje en su propia niñez y lo fue transformando a lo largo de su historia. Deshonrar semejante legado maltratándolo, empobreciéndolo y embruteciéndolo es un retroceso grave.

ATENCIÓN AL SÍNTOMA

Pruebas de lo que se viene exponiendo. El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua incluye alrededor de 88.500 palabras. La misma Academia detecta, además, unos 283.000 registros léxicos, es decir palabras y conceptos que forman parte del lenguaje, aunque no hayan llegado aún al diccionario. De acuerdo con Marco Martos, presidente de la Academia Peruana de la Lengua, solo usamos 300 (trescientas, no hay error). Este es un promedio, que se puede desglosar así: una persona considerada culta e informada usa 500 palabras, un escritor o periodista puede llegar a las 3.000. Es tan rica nuestra lengua que Cervantes escribió su Quijote, monumento a ella, con “apenas” 8.000 palabras.

El lenguaje encoge día a día. Y eso es grave, porque se trata de un síntoma. Lenguaje pobre equivale a pobreza de ideas, ya que estas se expresan y ordenan en palabras. Equivale a pensamiento anémico, porque pensamos en palabras. Equivale a comunicación precaria, porque nos comunicamos con palabras (cuando estas escasean, aparecen los golpes, los insultos). Equivale a dificultad para entender lo que otros dicen o escriben, más aún cuando usan vocablos desconocidos para quien tiene un vocabulario pobre.

¿En dónde se aprenden y enriquecen el vocabulario y el lenguaje? En primer lugar, en el hogar, junto a los primeros adultos significativos, luego en la familia, en la escuela, en la vida. Dime cómo hablas, escribes y comprendes y te diré en qué sociedad vives. Se estima que los adolescentes y jóvenes nacidos y criados en la era de la nuevas tecnologías, internet, redes sociales y mensajes de texto y whatsapp usan solo 200 palabras (muchas de ellas abreviadas). Siempre hay que mirar primero la vida real y luego las estadísticas.

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