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La hora del micromecenazgo

Como parte de una tendencia creciente, muchos autores con proyectos editoriales que no entran en los cánones del juego de mercado de los grandes sellos, apuestan por la modalidad de financiamiento colectivo y así poder desarrollar iniciativas independientes con el apoyo económico de quienes quieran colaborar

La hora del micromecenazgo
25 de Marzo de 2018 | 09:42
Edición impresa

El crowdfunding es un sistema que en nuestro país y el resto del mundo está ganando terreno. Con la idea de encontrar mecenas que apuesten por un proyecto literario y ayuden a su concreción, escritores, gestores y pequeñas editoriales empiezan a sumarse a la tendencia de convocar a todos aquellos que quieran convertirse en mecenas editoriales.

Menciones especiales en los agradecimientos, ejemplares en formato PDF o impreso, libros dedicados por su autor, tapas enmarcadas y hasta envíos de botellas de vino. Las recompensas para los “mecenas”, dependiendo del monto de su colaboración, son tan variadas como los proyectos editoriales que se encuentran si se exploran las plataformas para crowdfunding.

A nivel mundial, la experiencia demuestra ser exitosa, como ocurrió con “Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes”, de las italianas Elena Favilli y Francesa Cavallo, quienes se convirtieron en las autoras más financiadas por sus ‘mecenas’, tal como se define a quienes aportan dinero.

Posteriormente, el proyecto de Favilli y Cavallo fue publicado por la editorial Planeta y en Argentina está entre los libros más vendidos. Pero así como éstos hay otros que nunca llegaron a recaudar el 100 por ciento necesario para su desarrollo.

Para Álex Ayala, periodista boliviano que en 2012 financió colectivamente su primer libro de crónicas, “Los mercaderes del Che”, “el crowdfunding puede ser una “forma de que se extiendan cordones umbilicales entre un creador y su público” y “una buena herramienta basada en las redes de colaboración”.

Para su libro, Ayala necesitaba recaudar 1.200 euros que serían destinados a una parte de la impresión. La campaña salió como esperaba: llevó el libro a imprenta, entregó las recompensas y vendió más ejemplares de los previstos. Hoy, a seis años del proyecto, sigue pensando que el micromecenazgo es “una modalidad adecuada cuando no hay posibilidad de cubrir los costos”.

El escritor recurrió al micromecenazgo en un momento en que la crónica no estaba tan en auge y porque el sello con que publicaba no tenía demasiados recursos. Fue la única vez que buscó financiamiento colectivo pero no duda en recomendarlo “cuando alguien tiene un proyecto en ciernes que cree que merece la pena, y no quiere que se muera en un cajón”.

Federico Bianchini ya tiene publicados tres libros por editoriales reconocidas -”Desafiar al cuerpo”, “Antártida. 25 días encerrado en el hielo” y “Cuerpos al límite”-, pero decidió publicar el cuarto por esta vía y embarcarse en “una aventura interesante”. Una vez que el contenido estuvo listo, financió de manera colectiva el diseño, la imprenta y la distribución.

“Varios de los cuentos los trabajé en el taller de Abelardo Castillo y otros los fui escribiendo después”, explica Bianchini sobre “Sordidez”, el libro de cuentos que ya alcanzó la recaudación esperada pero que jerarquiza su publicación con los aportes que se siguen realizando, hasta que concluya el periodo pactado de colaboración.

Justamente, “contra lo que uno podría pensar en una sociedad tan ansiosa en la que todo debería hacerse rápido, el cuento (un género breve e intenso) aún no recuperó el valor que solía tener. Varios editores me han dicho ‘el cuento no vende’ y cada vez pensé: ‘¡Vayan y hagan algo para que venda!’. Quedarse de brazos cruzados esperando que algo cambie nunca fue una solución”, dice el periodista y escritor.

“Entiendo que haya gobiernos que prefieran ciudadanos analfabetos (y maleables) pero se supone que las editoriales ganan vendiendo libros. Si los cuentos no se venden deberían generar mercado para que eso suceda, campañas de lectura, promociones con ebooks, audiolibros -reflexiona Bianchini-. Una opción, que aún no sé si funciona, sería recurrir al financiamiento colectivo. Aquí estoy viendo qué pasa”.

También la revista Un Caño -digital desde 2014 por sus altos costos- apostó por el micromecenazgo para acercar a sus lectores un proyecto de libro con historias mundialistas, en sintonía con Rusia 2018 pero lejos de la coyuntura, sin fixtures ni listas de jugadores, más cerca del registro literario.

“Publicamos con Planeta bajo la colección Un Caño y ahora queremos desarrollar, con apoyo de los lectores, nuestro propio proyecto -explica Mariano Mancuso, uno de los responsables de la publicación-. Y, pese a las reservas iniciales, nos decidimos por el crowdfunding porque vemos que es un método de financiamiento cada vez más usado por medios independientes y que sus públicos responden” .

El financiamiento se hace a través de la plataforma Idea.me. “Queremos sumar nuestra comunidad y la de ellos para llegar a la mayor cantidad gente posible -señala-. Es un sistema sencillo, que resuelve varias cuestiones técnicas, confiable y de uso bastante extendido. Estuvimos probando el proyecto en nuestras redes sociales y vemos mucho interés. Somos muy optimistas”.

Otra experiencia es la de los impulsores de la plataforma digital El Gato y la Caja, quienes se definen como una comunidad que produce cultura.

Según uno de ellos, Pablo González, “el paso más desafiante fue entender dónde hay una comunidad”, definida no como “alguien que tiene muchos seguidores de Instagram” sino partiendo de la idea de que “hacer un crowdfunding (o preventa de un producto) implica dar un paso de ‘economía de confianza’: yo no puedo hacer esto solo, pero si me bancás comprarlo ahora, en un tiempito hacemos juntos un producto zarpado”.

Para González, “el concepto de comunidad necesita que exista un vínculo real entre los creadores y la comunidad. Las personas que interactúan tienen que creer que son parte de la creación de algo significativo, que pueden empoderarse y dejar de consumir lo que el mercado les ofrece para pasar a ser ellos y ellas productores. Agentes reales de la generación de un producto cultural que va a salir a disputarle espacios a los productos actuales, y ‘tener seguidores’ definitivamente no alcanza para formar una comunidad”.

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