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Séptimo Día |PERSPECTIVAS

Padres e hijos en tiempos tecnológicos

8 de Abril de 2018 | 09:32
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Por SERGIO SINAY
sergiosinay@gmail.com

Una sensación se extiende entre los padres de chicos y adolescentes. Sienten que sus hijos no solo pertenecen a otra generación sino, quizás, a otra especie. O que son ellos, los padres, los miembros de una especie en extinción, como les ocurrió a los dinosaurios. Las nuevas tecnologías de información y conexión, así como internet y las redes sociales son un factor decisivo en esta sensación, malestar en el que se mezclan, en diferentes dosis, la culpa, la angustia y la impotencia, para dar como resultado la confusión. Y la parálisis.

Según propias y reiteradas confesiones, recogidas de primera mano en reuniones familiares y sociales, en reuniones de padres en colegios, en seminarios y talleres sobre educación y crianza, esta angustia paterno-materna podría sintetizarse en una serie de preguntas: ¿qué hacer con los chicos y el celular? ¿cómo manejar el tema de las redes sociales? ¿de qué modo controlar la manera en que navegan y los sitios y páginas que visitan en internet? ¿cómo prevenir los riesgos que corren durante el uso de estas redes y tecnologías?

Los chicos y adolescentes de hoy nacieron y se criaron en plena euforia neo-tecnológica. El uso de celulares y computadoras, así como el acceso a sus contenidos les resulta fácil, familiar y, se podría decir, “natural”. Mientras sus padres son inmigrantes en el mundo tecnológico (así hayan inmigrado siendo muy pequeños), ellos resultan oriundos. Y, en el vínculo, los padres son víctimas de una suerte de complejo del inmigrante. Se sienten ajenos, no entienden el idioma, desconocen las costumbres y hábitos, sienten miedo de actuar de manera inadecuada o de que se les note demasiado lo forastero.

Como resultado de esto, copian conductas para mimetizarse con los hijos, u omiten intervenir en la vida virtual y digital de estos. Y como los chicos derrochan muchas horas de sus días en las prácticas, usos y abusos digitales, el resultado suele ser ausencia en la vida de los hijos y desconocimiento de lo que ocurre en ella. Ahí se combinan la culpa por no saber si se está actuando correctamente, o no, y el temor a proceder según los dictados de su conciencia, su amor y su intuición y quedar desacreditados, por “obsoletos”, ante la mirada de los hijos.

A CADA CUAL SU NOVEDAD

En realidad, cada generación de hijos accedió a una novedad tecnológica o científica que sus padres desconocieron durante su propia niñez. Se podría decir que hubo hijos del ferrocarril, de la electricidad, del automóvil, del avión, de la fotografía, de la radio, del cine, de la televisión, etcétera. Sus padres asistían con estupor y temor al advenimiento de esas novedades, mientras para los hijos las mismas formaban parte “natural” de su entorno. Desde esa perspectiva, nuevas son las tecnologías, pero no las diferencias que marcan el tránsito de las generaciones. Y, con seguridad, en cada generación los padres debieron de sentir que les tocaba vivir una experiencia inédita. Para ellos lo era. Como lo es hoy para los padres de los nacidos y criados con las TIC (tecnologías de información y conexión). Siempre la vivencia más difícil es la que a uno le toca. De las otras tenemos testimonios y relatos, pero no la experiencia en carne propia.

De manera que un desafío visible para los padres de hoy es cómo criar y educar hijos “digitales”. Y cómo hacerlo en una época en la que muchas cosas tienden a complicarse gratuitamente a partir de la creencia de que debe haber siempre fórmulas y recetas que resuelvan todo rápido y bien. Esta es una de las tantas promesas incumplidas de la tecnología. La de eliminar tiempo, espacio, esfuerzo, dedicación, ensayo, error, procesos. Pero no hay fórmula mágica, y menos cuando se trata de vínculos entre seres humanos. Es decir, seres complejos, que no es lo mismo que complicados.

Cada generación de hijos accedió a una novedad tecnológica o científica que sus padres desconocieron durante su propia niñez

 

Quizás haya que empezar por recordar lo esencial. En la relación padres-hijos, los adultos son los padres. El adulto es el responsable de esta relación, pues la creó (sea por vía biológica o adoptiva). Y ser adulto y responsable significa tomar decisiones, ejecutarlas y responder a las consecuencias. Internet, los celulares, las computadoras, las redes sociales son herramientas ya incorporadas a nuestra vida, como en algún momento se incorporaron el teléfono, la electricidad, el gas natural o tantos otros recursos. Las herramientas surgen al servicio de necesidades humanas, en este caso de comunicación e información. Y es importante que la relación no se invierta. Es decir, que los humanos no se pongan al servicio de la herramienta.

Entender esto y ayudar a que los hijos lo entiendan es una manera de encauzar y fortalecer el vínculo entre adultos y chicos. Nadie deja cuchillos, serruchos o martillos (herramientas útiles en manos adultas) en manos de niños pequeños. Es el adulto quien debe decidir desde cuándo, para qué y de qué manera se usan las herramientas. También es quien debe comprender para qué usarlas y cómo.

LAS REGLAS DE JUEGO

Las nuevas tecnologías son hoy, ante todo, negocio. Así se piensan y así se diseñan. Un negocio, para funcionar, necesita mercados amplios. Y a mayor sencillez en el uso, mayor mercado. De manera que cualquier adulto puede aprender a usar estas tecnologías. No hay misterios, no se trata de ciencias ocultas. Desde ese conocimiento se sentirá seguro para poner las reglas de juego según las cuales los instrumentos serán usados, llámense celulares, computadoras, internet, redes, etcétera. Esto significa, desde qué edad, en qué horarios, para qué propósitos. Que un chico pequeño aprenda los riesgos de la electricidad y no meta los dedos en el enchufe, es responsabilidad del adulto. Los peligros de estas tecnologías (más allá de sus utilidades) también debe enseñarlos el adulto. Y debe ser quien orienta y limita su uso. Si esto parece fatigoso, es porque se trata de un trabajo. Criar y educar a nuestros hijos es un trabajo maravilloso, pero no es sencillo y, así como genera gozo y trascendencia, también procura fatigas, discusiones, obstáculos. Y es un trabajo indelegable.

Los fanáticos de estas tecnologías suelen adjudicarles cualidades mágicas en materia de comunicación, socialización e información. No las tienen. Quien las hace valiosas es la persona con su uso. Los chicos y adolescentes son personas en formación, y según como se formen se relacionarán con los instrumentos a su alcance. Usadas sin una guía adulta en materia de propósitos y valores, estas tecnologías pueden ser causa de aislamiento, pérdida de capacidades de socialización y vehículos de información falsa y deformante. Por eso se trata de ir al grano. Tomar al toro por las astas, asumirse como padres, como adultos responsables, relacionarse con las tecnologías para conocer y definir su uso y, como consecuencia, establecer qué papel, y con qué límites, jugarán en la vida de nuestros hijos y de nuestra familia. Padres e hijos pertenecen a la misma especie, no hay padres dinosaurios ni hijos con súper poderes tecnológicos y, como en todas las generaciones, el papel de los padres es el de transmitir valores, modelos de vida y de vínculo y visiones de futuro. Y hacerlo con la más antigua y moderna de las tecnologías. La de la presencia, la atención, el tiempo y el amor.

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