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Información General |Frutos Ortiz, médico y vecino de esa ciudad, resolvió el acertijo

Este coronel tiene quien le escriba

¿Cuál es el verdadero nombre del coronel Federico Brandsen? En documentos oficiales el militar francés aparece como “Brandsen, Brandzen, De Bradsen, de Brandsen y Debradsen”

Este coronel tiene quien le escriba

Brandsen, ese apellido que da nombre a la ciudad y que encierra una historia que vale la pena contar

ALEJANDRO CASTAÑEDAafcastab@gmail.com

24 de Julio de 2018 | 03:35
Edición impresa

¿Al apellido del coronel Brandsen le sobra una “n” y le falta un “de”? ¿Hablamos de uno o de dos hombres distintos? ¿Va con “s” o con “z”? ¿Es Federico Brandsen o Federico de Brandsen o Federico Brandzen? El que pudo resolver este acertijo fue Frutos Ortiz, que nació, trabajó y sigue allí, en la ciudad que lleva el nombre del ilustre coronel francés. Ortiz, tras un implacable seguimiento, pudo dar al fin en París con los nombres del prócer. Porque son varios. Y ahora ya está listo para presentar un libro que recoge esta búsqueda, este rompecabezas y esta revelación.

El apellido del coronel fue mutando con los años. Se escribió con “s” y con “z”. Su hija y su mujer le ponían Z y él, lo usaba con S. De pronto apareció en algún documento que su apellido iba tras una “de”, herencia al parecer de su padre, “Debradsen”, un médico holandés que desapareció pronto de escena y que lo único que dejó fue ese “de”, intruso y esporádico. Y desde allí, como siguiendo los pasos de aquel padre furtivo, su nombre anduvo dando vueltas, entrando y saliendo, cambiando letras, esclavo a su manera de los caprichos de un destino que, al dejarlo sin papá, le fue restando legitimidad a su apellido.

La intriga empezó años atrás, cuando un día Ortiz quiso saber si a Brandsen había que escribirlo con “s” o con “z”. Parecía un interrogante de fácil dilucidación. Sin embargo, a medida que avanzó en su búsqueda, no sólo la “s” y la “z” se disputaban el honor de estar allí. Sino que surgieron nuevas variantes. Cuando apareció el “Debradsen” reclamando su lugar, Ortiz se preguntó: ¿Se hablará del mismo hombre? Como los libros le adjudicaban origen parisino (el acta de bautismo lo confirmaba) por eso, con sus 90 años a cuesta, Ortiz armó a fines del año pasado este viaje. Esperaba encontrar en la ciudad luz la respuesta capaz de cerrar un laberinto que a esa altura estaba más allá de una “z” o una “s”. Antes de viajar sorteó un larguísimo y agobiante tramitar. Había rastreado fechas y piezas antiguas, hizo docenas de averiguaciones, escribió, indagó, contrató genealogistas, hurgó entre viejos textos, consultó historiadores y académicos, apeló a internet, se contactó con el Consulado Argentino en Francia, con la Embajada, con estudiosos de allí y de aquí y envió no menos de 40 mail y varios mensajes telefónicos. Fue el Archivo Histórico, a la Academia Historia Nacional, siempre tras los pasos de ese coronel valeroso y huidizo que, con “s” o con “z”, entraba y salía de viejos documentos. Y al final, se fue a París. Quería desandar el viaje que el gallardo coronel de Napoleón había emprendido 200 años atrás. Imaginaba que allí, andando por sus calles y escuchando las voces que aquel niño había escuchado, la verdad se haría transparente. Y su origen y su apellido tendrían la marca de lo definitivo.

Cuando volvió trajo una noticia no inesperada pero sí sorprendente: el nombre de nacimiento no es Brandsen, como siempre creímos, sino Debradsen, como ya Ortiz lo había descubierto en algunos de sus múltiples rastreos. No fue fácil llegar a dar con una revelación que obligará a darle algún lugar a esa “De” que se fue perdiendo gracias al empeño o al descuido de ese coronel que, por alguna razón, quiso jugar a las escondidas con su ascendencia y borronear los contornos de ese padre que se había borrado.

Ortiz es un investigador que llena sus horas con “conocimientos”, una meta que ha generado una docena de textos que han tenido como faros a la medicina y a la historia. Sus muchos años de quirófano le enseñaron a limpiar el camino y buscar respuestas. Ahora su bisturí sigue operando con otras preguntas. Haberse autoimpuesto esta tarea, conmueve. Aprender, preguntar e investigar ha sido la mejor compañía de este hombre dedicado que aquí estuvo a la altura de su personaje. Y aunque le cuesta andar, de a pasitos fue entrando en la vida de este coronel. Más que la búsqueda de una letra definitiva, lo que se destaca en este caso es el camino, largo y sinuoso, que el autor recorrió. Y que enseña que a veces es más apasionante la búsqueda que el hallazgo. Ortiz sabe que el apellido no es contingente sino determinante. Que con esas letras, que desde el nacimiento te identifican y te definen, el ser humano cruzará por la vida. El nombre califica y compromete. Y pone en juego, no una letra sino un destino. Borges ya lo había dicho: “Si como el griego dijo en cratilo/el hombre es arquetipo de la cosa/ en las letras de ´rosa´ está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra ´Nilo´”.

Cuando partió hacia París llevaba entre sus maletas las posibles filiaciones de ese reguero de celadas que el coronel fue dejando en el camino. ¿Era Brandsen, Brandzen, Bradzen, De Bradsen o Debradsen? Nombres que aparecían y desaparecían en diferentes documentos oficiales, un equívoco que hasta lo sostuvo el propio coronel, que fue ganando y perdiendo letras como si fueran batallas, despistando con sus cambios y tendiéndole emboscadas a sus seguidores.

Hoy, dichoso por el hallazgo, Ortiz nos cuenta que estuvo dos veces en la biblioteca del Castillo de Vincennes. Horas y horas revisando y fotocopiando documentos tratando de ponerle fin a estos dos interrogantes: ¿Cómo se llamaba Brandsen? ¿Estamos hablando de uno o dos hombres? Finalmente, en su hotel y en un domingo parisino lluvioso y frío, pudo dar con lo que andaba buscando: en un certificado de domicilio, firmado el 18 de junio de 1814, el tío del protagonista de esta historia daba como lugar de nacimiento la misma casona que figuraba en el acta de bautismo de 1785. Aunque entre una y otra fecha otra vez la caligrafía había tendido una nueva trampa: el “Debradsen” del bautismo se había transformado, 29 años después, en “Mr.C.L.F de Brandsen” del certificado de domicilio. Un espacio y una mayúscula prolongaban el misterio. Pero se trataba de una sola persona, porque en los dos casos se mencionaba el mismo hogar: Tour D´ auvergne N° 15. Ortiz allí al fin lo supo: había un solo coronel para varios nombres.

Esa incógnita se despejó. Pero lo que no se sabe y no se sabrá nunca, es por qué razón el apellido fue perdiendo y ganando letras. Como era hijo natural quizá la madre haya preferido agregar una “n” y separar el “De”, para borrar acaso a ese padre que, al abandonar el hogar, le acabó dando destino andariego y apellido ambulante a un hijo que lo fue combatiendo con ausencias y lejanías. El coronel acaso cambió letras para no tener que ceñirse a los contornos de un nombre que, como la figura de ese padre furtivo, fue desapareciendo entre tantas correcciones. Con “s” o “z”, con “de” o sin “de”, el gran militar se ocupó en dejar rastros confusos. Para poder gambetear su verdadera identidad se fue escondiendo detrás del alfabeto. ¿Huyó como su padre? Lo que este coronel jamás se podría haber imaginado es que 200 años después, en una ciudad chiquita que lleva su nombre, un empecinado perseguidor de 90 años iba a cruzar el océano para entrever la vida de un chico que jugó a la guerra y se alimentó con sopa de letras.

El autor
Frutos Ortiz fue profesor titular de Cirugía, decano de la Facultad de Medicina de La Plata y fue jefe del servicio del H.I.G.A. del Policlínico General San Martín de La Plata. Fue director de varias revistas médicas y tiene más de una docena de libros -sobre Medicina, Historia, Cultura, Humanística- publicados. Un hombre incansable que aún atiende su consultorio, en Brandsen, y sigue haciéndose preguntas.

 

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