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Ciudades cuidadas como si fueran piedras preciosas

Un fenómeno que se presenta especialmente en Europa y que excede a lo urbanístico. El ejemplo de Matera, situada en el sur de Italia y hoy capital de la cultura europea, que atrae a miles de visitantes

Ciudades cuidadas como si fueran piedras preciosas

Una escultura de Salvador Dalí en una plaza de Matera / web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

3 de Noviembre de 2019 | 05:34
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En Europa las ciudades pasaron a ser más importantes que los países a los que pertenecen. Cada una de ellas -y se habla no sólo de las capitales sino de centenares de ciudades- son cuidadas y valoradas como si fueran piedras preciosas. El propósito no es meramente turístico, va mucho más allá.

Este fenómeno, que se remonta a varias décadas atrás, se vio plasmado en 1985 cuando la entonces ministra (y antes popular actriz) griega, Melina Mércuri, impulsó el proyecto de “Ciudad Europea de la Cultura” y, desde entonces, año tras año, la iniciativa fue puesta en práctica por los europeos, con el resultado de un creciente impacto socio-económico, dado el gran número de visitantes y turistas que convoca.

En realidad, existe en Europa una tendencia más política que urbanística que valoriza hoy a las ciudades como núcleos de asociación humana, considerándoselos más trascendentes que los países a los cuales ellas pertenecen. Bien administradas, vertebradas por eficaces redes de servicios y, fundamentalmente, con una urdimbre cultural no teórica sino práctica y vivible, Europa va mostrando este futuro posible. Se apunta, dicen, a una suerte de federación futura de municipios. Los Estados nacionales se ven cada día más impotentes para administrar.

En 2005 los europeos unificados decidieron compilar, en el contexto de la Auditoría Urbana Europea, un trabajo cuyo resultado se tradujo en un informe titulado “Estado de las Ciudades Europeas”. Allí, la auditoría comunitaria proporcionó datos valiosos sobre demografía, aspectos sociales, condiciones económicas, educación y formación, consulta y participación ciudadana, el medio ambiente, el transporte y la cultura.

Dos ciudades fueron elegidas como capital cultural de Europa para este año: ellas fueron la de Matera (Italia) y Plovdiv (Bulgaria). El año venidero serán las de Rijeka (Croacia) y Galway (Irlanda). En todos estos casos, el título es conferido por el Consejo y Parlamento Europeo y se traduce, además, en subsidios y diversos tipos de ventaja para las ciudades seleccionadas.

Desde 1985, las ciudades seleccionadas fueron Atenas, Florencia, Amsterdam, Berlín, Paris, Glasgow, Dublín, Madrid, Amberes, Lisboa, Luxemburgo, Copenhague, Tesalónica, Estocolmo, Weimar, Aviñón, Bergen, Bolonia, Bruselas, Cracovia, Helsinki, Praga, Reikiavik, Santiago de Compostela, Oporto, Rotterdam, Brujas, Salamanca, Graz, Génova, Lille, Cork, Patras. Luxemburgo, Sibiu, Liverpool, Stavanger, Linz, Vilna, Essen, Estambul, Pécs, Tallín, Turku, Guimaraes, Maribor, Kósice, Marsella, Umea, Riga, Mons, Pilsen, Breslavia, San Sebastián, Aarfus y Pafos.

MATERA

A Matera no llegó Cristo, se detuvo antes, en un pueblito llamado Eboli ubicado más al norte de la bota italiana. Esto es lo que dijo el escritor italiano Carlo Levi: “Cristo nunca llegó allí, ni tampoco el tiempo ni el alma individual ni la esperanza ni la relación entre las causas y los efectos, la razón y la historia (…) a esa tierra oscura, sin pecado y sin redención, donde el mal no es moral, sino un dolor terrenal que está para siempre en las cosas, Cristo no bajó. Cristo se detuvo en Éboli”.

Levi causó un escándalo político de proporciones con su libro titulado justamente “Cristo se detuvo en Eboli”, en el que relató la terrible y miserable vida de los varios miles de personas que habitaban las “casas-cuevas” -llamadas “sassi”- excavadas y talladas en la montaña que sostiene a la ciudad. La malaria hacía estragos en esa población. La reacción fue airada en todo Italia y el gobierno entonces erradicó a los habitantes de esas casas-cuevas de Matera, pero el operativo fue tachado de autoritario e inconsulto. Levi fue perseguido y encarcelado por los fascistas y los nazis en Italia.

Luego del desalojo, el proceso de regeneración se inició en 1986, cuando la Unesco calificó al los sassi “como un completo y milenario sistema de vida que se debía preservar para la posteridad”.

Ese paisaje primitivo de Matera –que se mantiene intacto, con las casas-cuevas vueltas a habitar en muchos casos- fue utilizado para filmar desde entonces películas inolvidables, dirigidas por artistas como Lattuada, Rossellini, los hermanos Taviani, Tornatore o Fernando Arrabal. En 1964 el director-escritor Pier Paolo Pasolini rodó en las casas-cueva su inolvidable “Evangelio según San Mateo”. Siete años después Francesco Rossi llevó al cine el libro de Levi –Cristo se detuvo en Eboli- protagonizado por Gian María Volonté, Irene Papas y Lea Massari. Pero también utilizó el paisaje de las casas-cuevas Mel Gibson para su “Pasión de Cristo” (2004), y en este año se filmó en Matera la última versión de James Bond.

El viajero ingresa a la ciudad histórica como a un teatro. El enorme Ayuntamiento, la iglesia, el ventanal-mirador que permite ver las casas cuevas, al fondo, sobre la barranca y, desde luego, signos evidentes de su condición de capital cultural europea en este año, con una programación nutrida que se extenderá hasta el 31 de diciembre.

Donde arranca una calle casi medieval se ve una escultura: un elefante enorme, altísimo, con patas de jirafa. Es la primera obra de Salvador Dalí con la que se encuentra el visitante. La segunda, también a cielo abierto, es un piano negro de cola grande, apoyado sobre cuatro piernas de mujer. Encima del piano emerge una bailarina dorada y desnuda, con los brazos en alto.

Calles labradas en piedra, con arcos y callejones transversales donde viven con mucho sosiego sus 60 mil habitantes. Pequeñas iglesias rupestres con frescos medievales, palacetes antiguos y conventos primitivos, junto a los stazzi ubicados en los suburbios, fueron suficientes argumentos para que Unesco la declarara también patrimonio mundial.

Matera, al sur de Italia, pertenece a la región de la Basilicata. Cerca de ella se encuentra Alberobello, una pequeña ciudad de cuento, de unos 10 mil habitantes, que pertenece a la provincia de Bari (la Apulia). De ella son famosos los “trullos”, declarados patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1996: pequeñas casas cónicas, hechas de piedra (construcción seca) ideadas en la edad media. Los trulli de Alberobello se mantienen enhiestos, se encuentran habitados y dan un vívido testimonio de lo que significa respetar el pasado y convertirlo en un patrimonio intemporal.

“Quizás la obra maestra de Puglia sea precisamente Alberobello: no hay un manual turístico que lo ignore, ni un libro de geografía para escuelas secundarias que no lleve la fotografía de sus trulli”, dijo Pasolini, para describir ese “lugar de hadas”. Años antes, otro escritor italiano, Gabrielle D´Annunzio, expresó fascinado que cuando pernoctaba en Alberobello, “me despierto y veo una ciudad de ensueño, como si todavía estuviera durmiendo”

OTRAS VENTAJAS

¿Qué importancia tiene todo esto? Lo dicen los expertos: donde hay cultura –no la superficial- disminuye el delito, crece la productividad, las relaciones humanas se enriquecen

Barcelona fue una ciudad insegura hasta fines de los 80. El turismo la esquivaba, no era recomendable ir a ella. El barcelonés Toni Puig, artífice de la modernización de Barcelona a principios de los 90, asegura que se sumaron dos factores como decisivos para cambiar esa imagen: reconquistar la costanera y acercar el mar a la ciudad; y enhebrar en ella una red de pequeños centros culturales, ubicados en distintos barrios. Estos lugares de contención hicieron mucho para que Barcelona dejara de ser un lugar inseguro.

La idea de Barcelona prendió en muchas otras ciudades, inclusive de América latina. La cultura fue el arma principal que se utilizó para enfrentar la enorme inseguridad que sufrían ciudades como Bogotá, Medellín y Curitiba. Las estadísticas delictivas de las dos ciudades colombianas –antes y después de “culturizarse”- no dejan margen a duda alguna, sobre la efectividad de una fórmula basada en la contención social y en la mayor educación pública.

Cuando Puig fue convocad para disertar en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, dijo en esa ocasión: “¿Cómo enfrentar la violencia en Buenos Aires? Como lo hicieron en Medellín: a partir de bibliotecas, grandes bibliotecas, no pequeñitas, que sean orgullos de ciudad y, conectadas entre ellas, que sean centros culturales para la paz. Nosotros las llamamos “áreas de nuevas centralidades’ bien conectadas, con transporte”. En las ciudades, no debiera hablarse más de periferia y de centro –agregó- “sino de conexiones”.

El concepto de “cultura” del que habla el “gurú de las ciudades” es el mismo que el de los europeos, que hoy apuestan a las ciudades como escenarios esperanzadores: “Debemos dejar de hacer “cositas’; la cultura que no apela a cada persona para que transforme su vida, para que viva mejor, con más convivencia y más creatividad, es sólo espectáculo; no sirve para nada, es una superestructura innecesaria. Hay que llegar a la gente para que se haga preguntas, para que se cuestione y decida vivir con más sentido, compartiendo más y creando más”.

 

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