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Séptimo Día |La Iglesia de hoy

Intercesiones (1)

Dr. José Luis Kaufmann

18 de Agosto de 2019 | 06:56
Edición impresa

Monseñor

“La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a la enseñanza de Jesús”

Queridos hermanos y hermanas.

San Pablo exhorta: “Ante todo, te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los seres humanos, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre él también, que se entregó a sí mismo para rescatar a todos” (1 Tim 2, 1-6).

La intercesión es una oración de súplica, de ruego, que nos acerca a la misma oración de Jesús, que es el único Intercesor o Mediador.

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que “Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la Misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca ‘no su propio interés sino el de los demás’ (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (recuérdese a Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cfr. Hech 7, 60; Lc. 23, 28-34)”. (n° 2635).

Desde los orígenes de la Iglesia siempre se vivió intensamente la oración de intercesión, sin poner límites ni fronteras: “por todos los seres humanos”, también por quienes nos persiguen, por la salvación de los que rechazan el Evangelio, porque nadie tiene derecho a negarse a devolver bien por mal.

Sin embargo, en las peticiones de intercesión hay un orden, que el Catecismo explica al tratar el tema: “La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a la enseñanza de Jesús. Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica… Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino” (n° 2632).

Así es que invocamos a Dios con un corazón magnánimo, como lo expresa una de las plegarias eucarísticas, suplicando ante todo por la Iglesia: “para que le concedas la paz, la protejas, la congregues en la unidad y la gobiernes en el mundo entero, con tu servidor el Papa… con nuestro Obispo… y por todos los Obispos que, fieles a la verdad, promueven la fe católica y apostólica”. Como es lógico a la luz de la fe, se comienza implorando la paz de la Iglesia, para que los adversarios o enemigos, tanto externos como internos reconozcan sus errores ante Dios y se liberen de todo aquello que es contrario a la humildad y a la caridad.

Enseguida se intercede por los fieles presentes y por aquellos por los que se ofrece esa celebración: “Acuérdate, Señor, de tus hijos e hijas y de todos los aquí reunidos cuya fe y entrega bien conoces; por ellos, por todos los suyos, por el perdón de sus pecados y la salvación que esperan, te ofrecemos y ellos mismos te ofrecen, este sacrificio de alabanza a ti, eterno Dios, vivo y verdadero”.

Es de suma importancia que cada cristiano que participa en la celebración de la Misa se una íntimamente a lo que se expresa en cada plegaria, sin excluir sus propias intenciones y necesidades. La oración nos estrecha en nuestra condición de pecadores y carentes de tantos bienes, necesitados de la ayuda de Aquel por Quien y para Quien vivimos.

 

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