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La kombucha, una bebida ancestral de la cultura china, es el probiótico de moda. En realidad es un té negro o verde endulzado, que se somete a fermentación con una simbiosis de bacteria y levadura denominada scoby.
Durante el proceso se produce un efecto efervescente, con lo que, además de un alimento considerado saludable, es una alternativa sana a los refrescos convencionales.
En Estados unidos, uno de los países donde más bebidas azucaradas se consumen, este producto es furor y ahora invade ahora almacenes, supermercados, tiendas de té y cafés estadounidenses. Impulsada por su bajo contenido de azúcar, su composición natural y los efectos beneficiosos para la salud que muchos le atribuyen, el producto se posiciona entre los preferidos de quienes quieren alimentarse con productos sanos.
Desde el pequeño almacén del vecindario hasta el gigante de supermercados Walmart, la mayoría de los comercios minoristas la ofrecen ahora, algunos con hasta diez marcas diferentes y muchos sabores distintos (jengibre, lavanda, cúrcuma, entre otros).
Las ventas de esta bebida alcanzaron los 412 millones de dólares en 2018 en EE.UU., según el Instituto Nielsen, un aumento de 42% respecto al año anterior. Cada botella de kombucha cuesta entre 3 y 4 dólares.
Los especialistas creen que el furor por esta bebida turbia que contiene alcohol (menos del 0,5% en la que se comercializa en locales) se debe a “un conjunto de factores”.
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Existe el núcleo duro de los aficionados que desde hace mucho tiempo le atribuyen virtudes para el organismo, especialmente el sistema digestivo, aunque no existe un estudio clínico serio al respecto.
El efecto se conseguiría por la fermentación que involucra a la kombucha, que contiene probióticos, microorganismos vivos capaces de mejorar la calidad de la flora intestinal.
Pero más allá de los supuestos efectos sobre la salud, el despegue comercial de la kombucha se debería a la gran ventaja que tiene sobre los refrescos e incluso los jugos: su bajo contenido de azúcar.
Tanto ha crecido el mercado que algunos piensan en diferenciarse haciendo kombucha artesanal. Algo parecido a lo que sucedió con la cerveza, pero que en realidad es más simple porque la producción de esta bebida es simple y rápida.
El scoby, básico en esta preparación y se compra en tiendas especializadas o por internet, forma una sustancia de textura y aspecto extraño que flota en el líquido. Antes de tomar toda la kombucha que se hace cada vez, hay que reservar parte del líquido, llamado iniciador, para el siguiente preparado. Algo parecido a lo que se hace con el yogur o la masa madre del pan. Para hacer la bebida hay que hervir agua, echar azúcar y té y dejarlo enfriar. Luego se añade el scoby, se cubre y se espera a la fermentación.
Que sea fácil no significa que esté exento de peligros y hay diversos factores que tener en cuenta cuando uno se decide a elaborar esa bebida ancestral, con más de 2.000 años de existencia y que se conoce en China como “el elixir de la salud inmortal”.
La primera es utilizar agua pura y filtrada, no de la canilla.
El alcohol es otro factor que valorar. Como todo alimento fermentado, contiene algo de alcohol, y aunque no suele ser una cantidad significativa, puede ser dañino para personas con un alto grado de sensibilidad. La graduación estaría al nivel de una cerveza ligera pero por encima de un jugo de frutas.
Puede suceder que durante el proceso de fermentación, sobre todo si no está muy controlado a nivel higiénico, se desarrollen bacterias perjudiciales. Es difícil que un solo vaso de ese té cause un daño irreparable, pero hay que estar atentos a síntomas extraños.
Una precaución indispensable es no utilizar recipientes de cerámica en su preparación, porque esta contiene plomo y el té lo va absorbiendo en pequeñas cantidades que se acumulan y a la larga provocarían incluso un envenenamiento, más o menos grave. Tampoco sirven los metálicos ni los de plástico.
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