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“BoJack Horseman”: el caballo que cambió el rostro de la comedia

La segunda parte de la sexta temporada, la última de la serie animada, llega a Netflix mañana. Y no se espera un final feliz

“BoJack Horseman”: el caballo que cambió el rostro de la comedia

La segunda parte de la sexta temporada de “BoJack” se estrena mañana / Netflix

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

30 de Enero de 2020 | 05:57
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Se suponía que era una simple, algo superficial, pavota, sátira del mundo de Hollywood: pero a la historia de un caballo antropomórfico destructivo y autodestructivo que fuera alguna vez famoso por trabajar en una sitcom familiera y que intenta regresar al centro de la escena le dieron tiempo, y el gag evolucionó en la historia de un hombre (un hombre-caballo) enfrentándose a su propia, descarnada y profunda infelicidad, en desesperada ¿e inútil? búsqueda por ser mejor persona.

Tiempo: “BoJack Horseman”, hoy uno de los shows más celebrados de la década que estrenará mañana sus episodios finales en Netflix, tuvo la suerte de ser el tercer show original que creó la N roja, en una era donde el servicio todavía experimentaba en busca de lo que funcionaba y lo que no. Así es que la sátira animada creada por Raphael Bob-Waksberg mutó de una sátira de la fama a un producto arriesgado, que metería el dedo en la llaga de temas como el aborto, el abuso y la depresión.

Y gracias a esa inusitada libertad para crear y durar, hoy inexistente en el hipercompetitivo panorama televisivo (o te va bien de entrada o te cancelan), fue encontrando con el correr de las temporadas su corazón mientras jugaba con las posibilidades infinitas de la animación, dejando en el camino algunos de los episodios más originales de la televisión, como “Fish out of water”, que tiene lugar completamente bajo el agua y sin diálogos (un exquisito y triste cortometraje silencioso); o “Free Churro”, 22 minutos de un monólogo en un funeral.

Así, con superficies de comedia y profundidades cada vez más tristes, “BoJack” pasó de tener un 59% de aprobación por su primera temporada en el agregador de críticas Metacritic, a ser considerada por los medios especializados como una de las series de la década. Will Arnett, que pone voz al caballo titular, encajó perfectamente en esa dualidad: es el payaso triste más desesperado de su generación. Hoy, para toda una generación, la cara de la depresión tiene rostro de caballo: los millennials entraron por 2014 en la serie por las referencias pop, y se quedaron por las resonancias emocionales a la epidemia silenciosa del siglo XXI.

De hecho, desde ese 2014, la comedia televisiva se “contaminó” de tristeza, como si “BoJack” hubiera destapado algo, permitido que se hable de ciertas cosas: con brillantes exponentes, desde “Crazy Ex Girlfriend” a “Love” y “You’re the worst”, la televisión fue dejando detrás sus antihéroes masculinos románticos por personajes autodestructivos, sumidos en insondables depresiones. La risa era a la vez terapia, una forma tolerable de tratar el dolor en la pantalla, y carcajada desesperada.

BoJack mismo siguió esa evolución: en los primeros episodios, parecía el reflejo cómico de Don Draper, egoísta, desconsiderado, adicto, misógino, violento y sin noción de las consecuencias de sus acciones. Pero “BoJack” viró rápidamente hacia un ataque de esas narrativas que romantizan a sus protagonistas tóxicos: “BoJack Horseman” es, antes que todo, una serie sobre las consecuencias de las acciones, algo de lo que su protagonista intenta desesperadamente escapar o solucionar, sin gran éxito.

Ahora, las consecuencias son algo que, ya determinó “Seinfeld” (salvo por aquel final), no tienen lugar en la comedia de media hora. Pero esta comedia no siguió ningún camino tradicional, y cerró ya su primera temporada con su tema central: el caballo se pregunta en “Downer ending” (“Final bajón”) si es demasiado tarde para él. Recibe de Diane (su coprotagonista, que también engaña y se engaña mientras batalla contra su propia infelicidad) solo el silencio.

Bob-Waksberg parece atacar desde entonces a una audiencia que, encariñada con el misántropo caballo, quiere creer en la redención de un hombre (o un hombre caballo, mejor dicho: porque, después de todo, hay algo en la ridícula noción de esta Zoo-distopía hollywoo-ense, de animales parlantes, que tiene que ver con la lucha contra los instintos; los bajos instintos) responsable de la muerte de sobredosis de una de sus amigas más cercanas, y que estuvo cerca de abusar de una menor de edad (“BoJack” es también un show que se pregunta cómo hacer una serie sobre una persona tóxica). Y si creemos en esa redención, es porque el equipo creativo ha explorado a lo largo de seis temporadas el descorazonante corazón de ese caballo deprimido y desesperado, sin por ello dejar de poner en tensión su deseo, y el nuestro, de redimirse, de dejar los pecados de la vida detrás.

¿Es tarde para BoJack? ¿Se puede cambiar? ¿Significa algo ese cambio, si detrás queda un tendal de dolor ajeno, de vidas rotas por la irresponsabilidad y la impericia? En el otro extremo de “Downer ending”, en el cierre de la primera tanda de episodios de esta sexta temporada, estrenados en diciembre, parecía asomar una respuesta: la saga parecía conducir a un final feliz para todos, hasta que el último episodio vuelve a traer, como supurante pus, el pasado y sus consecuencias. Lo lógico, entonces, será esperar otro “final bajón” o, al menos, un cierre agridulce, desprovisto de demasiada esperanza.

 

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