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Bien puede ser el programa de un día de verano en el litoral del Alentejo portugués. Una costa salvaje que se antoja un oasis para recuperar fuerzas y reconciliarse con la naturaleza
 
            Una de las vistas de Alentejo, en Portugal
El Alentejo, “visitado por alguien que lleve consigo la capacidad de emocionarse y aprender de un verdadero curioso, es un Sésamo que se abre”. La cita del escritor y periodista portugués Miguel Torga prepara al viajero para descubrir un territorio tan rico en historia como castigado durante décadas por el olvido.
En el interior, “el descampado de un sueño infinito y la realidad de un suelo exhausto”, continúa Torga. En la costa, más de 250 kilómetros de playas casi vírgenes.
Todavía es posible encontrar a los pescadores encaramados en las rocas, en un equilibrio imposible, lanzando sus cañas sobre el Atlántico en los acantilados del “Trilho dos pescadores”.
Es una senda que extiende durante 225 kilómetros y que el viajero pueden recorrer a pie, en bicicleta o a caballo al filo de las “falesías” que se levantan sobre el mar.
Desde Porto Covo, al sur de Sines, el camino pasa por Vila Nova de Mil Fontes, Almograve, Zambujeira de Mar, avanza hacia Odeceixe, en la frontera con el Algarve, y se adentra rozando el Mediterráneo hasta Lagos.
Observar las estrellas al calor de la lumbre, una buena propuesta en estos tiempos de pandemia
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“Un desafío en contacto permanente con el viento del mar, la rudeza del paisaje costero y la presencia de una naturaleza salvaje persistente”, anuncia la web de la Ruta Vicentina, que engloba varios recorridos por la costa.
Tierra adentro y paralelo al mar discurre el Camino Histórico, el más frecuentado, distinguido como uno de los mejores de Europa.
Recorre los principales pueblos de la costa -aldeas encaladas, con toques de añil, rojo o amarillo- a través de un viaje por la historia. Caminos rurales que atraviesas ríos, valles y sierras.
Nace en el cabo de San Vicente, que da nombre a la costa, y muere -265 kilómetros al norte- en Santiago de Cacem. Y ahí mismo comienza otra aventura: el Camino de Santiago portugués que termina en Santiago de Compostela.
Sus caminantes son, en su mayoría, extranjeros que se lanzan a la ruta entre marzo y mayo o después del verano, de septiembre a noviembre.
Para quienes prefieren explorar solo una zona quedan los “Caminos Circulares”, que empiezan y terminan en el mismo lugar, como el recorrido por las dunas de Almograve o de Carrapateira.
Tras una agotadora caminata, el viajero puede descansar en alguna de las “herdades” o “fazendas” (quintas) que salpican la región, en su mayoría antiguos latifundios reconvertidos en establecimientos de turismo rural y apartados del bullicio de los pueblos costeros.
Lugares donde el tiempo se detiene, dice Luis Leote Falcão, propietario de la “Herdade do Touril”, uno de los alojamientos pioneros de la zona.
En pleno “Trilho dos pescadores”, esta “herdade” tiene cinco casas salpicadas en más de 350 hectáreas. Una piscina con agua salada, un restaurante de comida alentejana y una “lareira”, un hogar a cielo abierto para observar las estrellas al calor de la lumbre, como hacían los pastores antaño. Campo con olor a mar.
Una atractiva propuesta que cobra especial valor en tiempos de pandemia, cuando los turistas buscan distanciamiento y seguridad.
La Costa Vicentina aprovecha esta temporada su marca como destino seguro mientras el Algarve -el polo turístico más importante de Portugal- se desploma.
“La cuestión de la seguridad y la protección es la que más pesa”, apunta Falcão. Es un aprendizaje continuo, dice, porque “nuestra vida en el día a día cambia”.
El litoral del Alentejo no es un área masificada. El parque natural que alcanza la costa impide que se multipliquen los hoteles y los alojamientos rurales tienen una capacidad limitada.
Una alternativa, añade el también vicepresidente de la asociación que agrupa a las entidades de la Ruta Vicentina, que atrae a miles de visitantes -en su mayoría suizos, belgas e ingleses-.
Este año, sin embargo, los extranjeros se quedarán en casa por la pandemia. Touril, señala Falcão, mantiene este verano un nivel de reservas del 80 por ciento gracias al turismo interno.
Para octubre, sin embargo, las perspectivas no son optimistas. “Va a llevar al menos dos años poder superar esta situación”, lamenta.
A pocos kilómetros se levanta el faro de Cabo Sardão. Y su vieja cancha de fútbol. El campo del Sardão Futebol Clube, con una portería que dista apenas unos metros del imponente acantilado que se ahoga en el mar.
Difícil imaginar cómo jugar en un día de viento. Imposible recuperar los balones perdidos.
Hacía el sur, otra sorpresa. La playa de Amália, a los pies de la casa de verano de Amália Rodrigues, la fadista más famosa del mundo.
Abrigada por una pared de rocas que se abre sobre el mar con una cascada de agua helada, la antigua playa de Brejao es parada obligada en el recorrido por la Ruta Vicentina.
Una enorme margarita amarilla marca en la carretera un desvío hacia el camino de tierra que lleva a la mansión -hoy convertida en alojamiento turístico-.
Ahí comienza una senda de unos 300 metros flanqueada por un arroyo y plagada de vegetación. Luego, una abrupta bajada hasta el mar.
Contemplando este paisaje no es de extrañar que, como dice la leyenda popular, la artista portuguesa acudiera a este refugio en busca de inspiración.
“Amália. Zona no clasificada como playa. Zona no vigilada”, advierte un cartel. Amália es, sin duda, una playa salvaje.
A continuación algunos de los hospedajes de la zona con el precio por noche para dos personas. Memmo Baleira desing Hotel $9.588; Apart Hotel Navigator $4.759; Selina Miefontes $6.539; Mareta View $5.331; Mareta Beach $5.992; Hi Arrifama Destination Hostel $6.257; Hotel HS Milfontes Beahc $6.107; Guardaríos $12.778; Mareta Beach House $8.372; Villa Vicenta $7.490; Martinhal Sagres Beach Family Resort $25.697; y Villa Varanda $10.575.
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