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Uncut Gems: simpatía por el pobre diablo

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

2 de Febrero de 2020 | 07:49
Edición impresa

El de los hermanos Josh y Benny Safdie es un cine de criminales, malvivientes, buscavidas. Pero no son criminales y buscavidas talentosos, sino personas siempre al borde de caerse del sistema, intentando sostenerse de forma desesperada. E inútil. Un cine realista sucio, construido con el ADN del cine de los setenta para decir algo sobre el estado de cosas, como hiciera hace algunos meses “Joker” (ambas cuentan con producción de Scorsese).

Con “Uncut Gems”, nueva cinta de los Safdie que llegó a Netflix el viernes, estamos entonces ante otra historia de crimen en la metropolis hipercapitalista salvaje, contaminada de humo, neón, sangre, miedo y avaricia, un thriller intenso de exabruptos cómicos y risas desesperadas, conducida por un personaje de moral cuestionable, Howard Ratner, interpretado con una sonrisa embaucadora (pero encantadora) por Adam Sandler. Ratner es adicto al juego, y son las apuestas deportivas las que lo han enterrado, destruido su vida, liquidado su matrimonio y tensado las relaciones familiares. También es un vendedor de joyas con un plan para salir limpio de todo, que involucra, lógico, endeudarse más para apostar más. 

Pero el capitalismo del siglo XXI no es el de los setenta: por eso, los Safdie le suben el volumen a esa forma de hacer cine desde la calle como ya hicieran en “Good Time”, cambiando aquellas bandas sonoras algo melanco y jazzeras por músicas electrónicas oscuras y nerviosas (a cargo de Daniel Lopatin) para electrificar y volver vertiginosa la ansiedad que induce. 

Parece contradictorio: cualquiera que haya visitado Nueva York en los últimos años no reconocería allí los escenarios hostiles y desolados que filmaron los autores de los setenta. Pero en esa metropolis hipermoderna poblada en apariencia de turistas, lujo y dinero, habita también el rostro menos glamoroso del capitalismo salvaje: el atronador bullicio que rodea esa nerviosa cámara en mano que se mueve temblando (¿de miedo o de éxtasis?) por la ciudad, es el bullicio de los chanchullos a medio cocinar. Es el bullicio de quienes buscan venderle a los turistas y millonarios los diamantes que llegan manchados de sangre desde Etiopía.

Allí comienza “Uncut Gems”, en las minas de Etiopía donde la joya titular, especie de piedra filosofal que contiene la alquimia de la salvación de Ratner, es desenterrada: la cámara se introduce como un microscopio al interior del ópalo, navegando su brillante interior hasta que se revela que ese nivel microscópico de células brillantes es en realidad el interior de nuestro personaje, en plena colonoscopia.

Los Safdies no son sutiles, pero no quieren serlo: quieren sacudir al espectador sin tiempo para la reflexión (alias la bajada de línea), lanzarlo de cabeza a un universo exaltado y salvaje, en el que nuestro protagonista, como nosotros, pasa las más de dos horas de duración intentando recuperar el aliento. Intentando sacar la cabeza del agua.

Pero es una tragedia preanunciada en aquella escena primera: todos, desde Howard hasta el minero etíope, estamos intentando sobrevivir, pero nos tapa la tierra que removemos. Lo que hacemos para sobrevivir a menudo nos termina matando. 

No hay secreto, entonces, en por qué queremos que Ratner gane, que se salve, en por qué sentimos simpatía por este pobre diablo, destructivo y autodestructivo, deshonesto, infiel, violento: no hay forma de que su plan, su continuo doblar la apuesta, llegue a buen puerto. Su vida entera es una apuesta final, un esquema piramidal del que es la víctima... pero todos somos un poco adictos, autodestruyéndonos mientras perseguimos faroles de colores contra nuestro propio bienestar, intentando sobrevivir en un sistema que siempre nos tiene al borde de la quiebra, donde el sueño de la prosperidad parece siempre apenas fuera de nuestro alcance, a un pleno de distancia.

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