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Séptimo Día |UNA CORRIENTE LITERARIA DISEMINADA EN TODO EL PAÍS

El sabor de los pueblos del interior

Vigencia de la literatura costumbrista. El caso de “Relatos íntimos”, el libro de cuentos sobre Brandsen de Raúl Alberto Paz. Anécdotas relatadas en clave humorística. La importancia de Fray Mocho, Soriano y Fontanarrosa

El sabor de los pueblos del interior

Raúl Paz

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

12 de Abril de 2020 | 06:17
Edición impresa

Los pueblos del interior –sobre todo los bonaerenses- no necesitan demasiados estímulos para mantenerse cerrados en sí mismos y esto sigue ocurriendo en pleno fenómeno de la globalización. Ni siquiera el imán de las redes digitales puede contra sus leyendas y tradiciones. Pequeñas ciudades que son como bastiones definitorios de la esencia argentina, canteras inagotables de la literatura costumbrista. Allí laten anécdotas pueblerinas relatadas en clave humorística, ficciones que describen al pago chico y los escritores que las reflejan siguen enriqueciendo nuestra cultura.

Este es el caso del libro de cuentos de Raúl Alberto Paz -”Relatos íntimos” (Editorial Dunken, 2019)- en donde en cuarenta y cinco relatos compendia historias sobre personajes y lugares de Brandsen, el pueblo en donde vive y escribe. En donde además ejerce en la actualidad el cargo de presidente del Concejo Deliberante, en su condición de dirigente radical. Pero la política en su libro queda relegada por la mirada profunda de un autor que exalta la universalidad de la condición la condición humana. “Todos sus cuentos surgen de observaciones vividas: masilla propia que él luego modela con gracia y picardía”, dice sobre el libro ese lugareño ilustre que es el médico Frutos Ortiz

El cuento “Matemáticas” es un buen ejemplo. Un día cualquiera –recuerda Paz- Heriberto Pasante venía caminando por una vereda de Brandsen y lo hace cerca de la ventana de un colegio donde el profesor de matemática, Carlitos Marusa, trataba de explicarles a sus alumnos, a viva voz, cómo se calculaba la superficie de un círculo. Los chicos no daban señal de entender nada. “¿Cómo puede ser que no sepan cuánto representa el número Pi en matemáticas...?” se desgañitaba el profesor, recordándoles que ya les había hablado sobre ese asunto.

Lo cierto es que al pasar por la ventana, Heriberto fue requerido por el profesor que simuló no conocerlo, a pesar de que habían sido compañeros de colegio: “Señor...señor...lo molesto un minuto. –Sí, como no...dígame” le contestó Heriberto siguiéndole el juego al amigo. Este le pregunta entonces: “Una consulta, señor. ¿Nos saca de una duda, nos puede decir cuál es el número equivalente de Pi?” El hombre desde la vereda le contesta: “Sí, es muy fácil, es el número 3,1416” y Heriberto comienza a retirarse. No se retira tan rápido porque oye al profesor Marusa gritándole a sus alumnos: “Ven...ven...cualquier boludo que pasa por la calle sabe cuánto es Pi y ustedes no lo saben...”

Las reuniones en el almacén de ramos generales, los cuentos de la peluquería del Chacho Cedinez, todo atrapa y seduce. El reservorio es rico e incluye la historia de Malito Amancio, a quien le confirieron la presentación desde el palco de un conocido dirigente de la política nacional.

“Todos sus cuentos surgen de observaciones vividas: masilla propia que él luego modela con gracia y picardía”

 

Ante una multitud, Malito –que no tenía excesivas luces- subió al palco para cumplir la encomienda, fue ovacionado al llegar y “creyéndose la figura principal se olvidó de la presentación e inició un encendido discurso”, en el que no faltaron promesas como la de construir un puente. “Che Malito...si acá no hay río ni arroyo”, le gritaron y Malito contestó “entonces haremos un río”. Después, muy laconicamente dijo “hasta siempre amigos” y dijo acá viene el político que les tenía que presentar. Se retiró aclamado por el público y, al bajar del palco, Malito Amancio fue interceptado por un periodista que le preguntó: “Y...¿cómo fue todo Malito?”. Entonces Malito le respondió: “No es por mandarme la parte, pero te lo resumo en dos palabras: Im Presionante”.

No es éste el primer libro de Paz. En 1996 publicó “30 cuentos zonzos” y en 2010 “Cuentos pueblerinos”, los dos en la Editorial Dunken.

LA VIGENCIA

La vigencia de la literatura costumbrista quedó remarcada en una reciente edición de la Editorial Planeta, en su libro “Diez lugares contados” (2017), que reúne una serie de cuentos, leyendas y anécdotas de Azul, el Delta del Tigre, Mar del Sud, Sierra de la Ventana, Baradero, Bahía Blanca, Mar de Ajó, La Plata, General Villegas y Villa Gesell, cuya autoría corresponde a escritores contemporáneos, nacidos en esas ciudades y pueblos bonaerenses.

Ellos son Marcos Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Florencia Canale, Federico Jeanmarie, Patricio Eleisegui, Guillermo Martínez, Sergio Olguín, Leonardo Oyola, Bibiana Ricciardi y Alejandra Zina.

En el Norte hubo un escritor de excelencia y algo olvidado, como lo fue Juan Carlos Dávalos (1887-1959)

 

También patrocinado por el gobierno bonaerense, en 2019 la Editorial Planeta publicó “Diez lugares contados II”, en la que colaboraron con sus relatos costumbristas Carlos Balmaceda, Marcelo Birmajer, Fabián Casas, Jorge Fernández Díaz, Fernanda García Lao, Sylvia Iparraguirre, Natalia Moret, Miguel Russo, Cecilia Szperling y Ana Wajszczuk.

En esta edición, la narrativa costumbrista responde a vivencias de los autores registradas en Mar del Plata, Carlos Casares, Balcarce, Duggan, Béccar, Carmen de Patagones, Los Toldos, Vicente López, Chascomús y San Isidro.

UN PRECURSOR Y DOS SEGUIDORES

Así como los críticos coinciden en que Mariano José de Larra (1809-1837) fue uno de los más agudos precursores del costumbrismo en España, son también muchos los que le conceden ese rol a Fray Mocho (1858-1903) –seudónimo de José Sixto Alvarez Escalada- en la literatura argentina. Periodista y escritor nacido en Entre Ríos, se afincó en Buenos Aires al filo de 1880, designado comisario policial de pesquisas y su primer obra fue dirigir un álbum de fotografías que tituló “Galería de ladrones de la Capital, en donde describió con gracia a esos personajes. Allí debe haber aprendido los rudimentos del costumbrismo, que luego caracterizaron a su obra.

Como periodista colaboró en El Nacional, La Pampa, La Patria Argentina, La Razón; en revistas: Fray Gerundio (de corta vida), El Ateneo, La Colmena Artística, Caras y Caretas. Escribió ensayos y relatos que describían a la “gran aldea” que era entonces Buenos Aires: Esmeraldas, Cuentos mundanos y Memorias de un vigilante. En 1898, publicó el libro “En el mar Austral”, novela en la que relató la vida y los paisajes de la región más extrema de la Patagonia. Pero también se lo recuerda como fundador de la primera y famosa revista del país “Caras y Caretas”, en la que colaboraron, entre otros Roberto Payró, Horacio Quiroga y José Ingenieros.

A Fray Mocho se lo consideró, además, como “el primer escritor profesional” de la Argentina, muy buscado por los lectores por sus descripciones de las costumbres pueblerinas y por sus excepcionales dotes de observador de la condición humana.

Ya mucho más acá sobresalen dos “costumbristas” raigales que, luego, por los alcances de sus obras, trascendieron a esa corriente literaria. Uno de ellos fue Osvaldo Soriano (1943-1997) que tuvo una infancia “viajera” –ya que su padre como funcionario nacional de Obras Sanitarias debió radicarse en distintas partes de país, llevando a su familia con él- y que dejó relatos memorables de cada uno de esos pueblos. Entre esos cuentos, los críticos destacan la profundidad psicológica de “El penal más largo del mundo”, surgido de una historia en dos pueblos patagónicos.

Junto a Soriano y también desestimado por el universo académico, que sigue sin reconocerlos, -como les ocurre, además, a poetas populares de gran fuste como Homero Manzi, Alfredo Lepera, Celedonio Flores o Enrique Santos Discépolo, entre otros- puede mencionarse a su coetáneo Roberto Fontanarrosa (1944-2007), primero dibujante de historietas famosas y luego escritor de una profunda sagacidad, a quien Jorge Fernández Díaz calificó como autor de “una picaresca llena de localismos que sin embargo resulta universal”.

Claro que no todo se reduce a la provincia de Buenos Aires, que en cada ciudad cuenta con su “costumbrista”, como serían los casos de Juan Luzian (Chascomús), Raúl Ortelli (Mercedes) o Federico Oberti (San Antonio de Areco), por nombrar sólo unos pocos de las decenas de coleccionistas de ritos y anécdotas pueblerinas. En el interior del país, en todas las provincias, hay notables cultores de esta corriente.

Algunos de ellos, claro, en el Norte. En Salta, por ejemplo. Allí hubo un escritor de excelencia y algo olvidado también, como lo fue Juan Carlos Dávalos (1887-1959). Su literatura es un espejo de la vida y de la idiosincrasia de los salteños, de los habitantes de los Andes. Entre lo mucho y bueno que escribió no puede dejar de mencionarse a “El viento blanco”, un cuento sobre los arrieros andinos,

Allí dibuja esta estampaí: “Caminaron así toda la tarde; caminaron así toda la noche, cruzando llanos, salvando cuestas, bordeando laderas, siempre bajo el mismo cendal de nieve silenciosa, sutil, continua, inacabable. Caminaron hasta el momento en que la cerrazón, cada vez más tupida, se anticipó a la noche del segundo día. La tropa al detenerse fue derritiendo la nieve con el calor de los cuerpos y quedó como encerrada en un corral fantástico. Ahora el trabajo era impedir que los animales se echaran. Tenían que moverlos a gritos y a guascazos”.

 

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Raúl Paz

Relatos mínimos. Autor: Raúl Paz. Editorial: Dunken

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