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Amores prohibidos: la homosexualidad en la realeza

En mayor o menor medida, las coronas europeas han aceptado a sus miembros gay y lesbianas, siempre y cuando tuvieran perfil bajo

Amores prohibidos: la homosexualidad en la realeza

Boda de Jorge y Marina, duques de Kent. En la fila superior a la izquierda, los príncipes Jorge de Grecia y Valdemar de Dinamarca

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

5 de Julio de 2020 | 08:31
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Vivimos, afortunadamente, en un mundo más inclusivo. Y, aunque quedan aún resabios de discriminación por raza, género, religión y orientación sexual mucho es lo que se ha avanzado.

El domingo pasado se celebró el Día Internacional del Orgullo mediante el cual la comunidad LGTB+ reivindica sus derechos. Se ha fijado ese día en recuerdo de los disturbios ocurridos el 28 de junio de 1969 en el bar Stonewall de Nueva York en el que un grupo de gays fue perseguido por la policía. Comenzaron así los primeros reclamos de la comunidad por el respeto y la igualdad de derechos.

Como toda lucha necesita sus símbolos, cada año a fines de junio, se realiza la Marcha del Orgullo LGTB+ en el que se enarbola la colorida bandera que caracteriza a este colectivo. Claro que este año las marchas fueron exclusivamente virtuales y las manifestaciones de apoyo solo se pudieron sentir en Instagram.

Llegado a este punto es bueno preguntarnos ¿cómo se lleva la realeza con estas cuestiones? Ya sabemos que es una institución machista, que muchos de sus miembros han coqueteado con el nazismo, que hay aún un dejo de racismo y que no todos son lo suficientemente abiertos como para aceptar la diversidad.

Sin embargo, en cuanto a la homosexualidad, las familias reales han sido bastante permisivas. Porque aunque pueda parecer que las monarquías son un reservorio de la más rancia pacatería, casi siempre han aceptado, de puertas adentro, a hermanos, primos y hasta padres homosexuales. Han sido, en verdad, más hipócritas que pacatos. Porque aceptar los han aceptado pero siempre y cuando el asunto no saliera de la familia y se guardara la apariencia.

Las nuevas generaciones de reyes y príncipes han mostrado siempre un gran apoyo a las comunidades homosexuales. Incluso las dos monarquías más fervientemente católicas como las de Bélgica y Luxemburgo han tenido que enfrentarse al hecho de que los primeros ministros de sus respectivos gobiernos estaban casados con parejas del mismo sexo.

En 2018 lord Ivar Mountbatten, primo tanto de la reina Isabel II como de su esposo, el duque de Edimburgo, se casó con James Coyle. El parentesco con Su Majestad no es muy cercano pero los Mountbatten siempre estuvieron entre sus parientes favoritos. Y, de hecho, lord Ivar es padrino de lady Luisa Mountbatten, una de las nietas de la reina. Y el príncipe Eduardo, hijo menor de Isabel y padre de Luisa es, a su vez, padrino de las hijas de Ivar, fruto de su primer matrimonio. Fue este el primer matrimonio homosexual de alguien cercano a un monarca.

En 2018 lord Ivar Mountbatten, primo de la reina Isabel II, se casó con James Coyle

 

A la reina no le es ajeno el tema ya que el príncipe Jorge, duque de Kent, hermano de su padre, era homosexual. No abiertamente, por supuesto. Pero sí con el beneplácito de su familia siempre y cuando conservara las apariencias. Jorge era el más elegante y buenmozo de los hijos de Jorge V y la reina Mary. Por ser el cuarto hijo varón estaba muy lejos del trono y eso le permitió llevar una vida mucho más relajada que la de sus hermanos mayores. Se convirtió en un compañero incansable de su madre en la búsqueda de obras de arte, joyas y antigüedades; el coleccionismo fue una pasión que ambos compartieron. Bueno… Jorge también coleccionó amantes. En su época de estudiante le encantaba disfrazarse de mujer y no tenía reparos en ejercer el arte de la seducción mientras su madre lo apañaba y su padre, de mirada más estrecha, se exasperaba.

Hubo, entre sus primeros amantes, un joven que no nos es ajeno. Según consigna el experto en realeza Darío Silva D´Andrea un joven llamado José Evaristo Uriburu Roca, nieto de dos presidentes de la República Argentina e hijo del embajador de nuestro país en Londres, entabló una amistad íntima con el príncipe. La aventura acabó cuando el padre diplomático vio salir a Jorge, desnudo, de la habitación de su hijo. De más está decir que al joven lo embarcaron rápidamente para Buenos Aires y al príncipe empezaron a buscarle novia. Cuando por fin lograron casarlo, Jorge ya hacía diez años que estaba en pareja con el dramaturgo Noël Coward, relación que continuó aún después de casarse. En 1934 Jorge recibió el título de duque de Kent y se casó con Marina, una sofisticada princesa griega, tan bonita como él, que entendía perfectamente la situación. Juntos tuvieron hijos y fueron, supuestamente, felices. Decimos supuestamente porque, a pesar de la sonrisa que ambos mostraban en las fotos, Jorge nunca pudo escapar de su adicción a la cocaína. El duque de Kent murió en plena Segunda Guerra Mundial al estrellarse el avión militar que conducía. Tenía 39 años.

Es precisamente en la foto de boda de Jorge y Marina en donde podemos ver juntos a los dos protagonistas de nuestra siguiente historia de amor: el príncipe Valdemar de Dinamarca y el príncipe Jorge de Grecia, tío y sobrino, respectivamente. Una historia que bien podría ser el argumento de un drama psicológico escandinavo en los que se mezclan incesto, corrupción de menores, drogas, maltrato y amor perverso.

En 1883 Jorge tenía 14 años y era un estudiante más bien disperso que poco adelantaba en su formación. Sus padres, en ese momento reyes de Grecia, decidieron que lo mejor que podían hacer eran enviarlo a Dinamarca para que su tío paterno, Valdemar, lo encausara. De hecho, Valdi, de 25 años, tenía un alto cargo en la armada danesa y podía ubicarlo bien a su sobrino. El adolescente Jorge no estaba tan convencido de cambiar el templado clima de las islas griegas por la fría Dinamarca pero el cálido recibimiento de su familia paterna lo hizo sentir muy bien. Fue un acierto ya que Jorge resultó ser un excelente marino. Con lo que no contaban sus padres es con que el tío Valdi cortejara a Jorge y que Jorge se sintiera tan atraído por Valdi. Fue un amor correspondido que duró décadas y que terminó con la muerte del príncipe Valdemar en 1936.

Pocos años después de que comenzara el idilio, el tío Valdi se casó con una princesa francesa, Marie de Orleans. Nunca se amaron pero cumplieron con creces el deber dinástico ya que tuvieron cinco hijos. Los primeros años fueron apacibles ya que el príncipe Jorge había regresado a Grecia y el romance tío-sobrino se había enfriado. Pero un día volvió y para Marie fue muy duro tener que soportar ante su vista el descaro con que su marido se comportaba con su amante delante de sus propios ojos. Para colmo, en una oportunidad en que Jorge se encontraba en su casa, tuvo que soportar que le echara en cara que le estaba metiendo los cuernos a Valdi con alguien del servicio. O sea, que los tortolitos podían hacer lo que quisieran pero ella debía comportarse como una santa. Marie tenía una sensibilidad especial para el arte y una personalidad adictiva que la hizo caer en el alcohol y las drogas. Finalmente Jorge, ante la presión familiar, también se casó y también lo hizo con una princesa llamada María y de nacionalidad francesa: María Bonaparte. La relación entre ambos fue muy diferente ya que no más se comprometieron Jorge le habló a María de Valdemar: “Desde ese día, me encantó y nunca tuve otro amigo más que él. Le encantará también a usted cuando se conozcan”. Incluso en la noche de boda dejó claro los términos: “Ni tu ni yo queremos esto pero es la única forma de tener hijos”. No es raro que, con este comienzo, María sufriera de frigidez. Esta disfuncionalidad la llevó a psicoanalizarse con Sigmund Freud. María, una mujer curiosa e inteligente, pronto dejó de ser su paciente para pasar a ser su discípula. Y, como era inmensamente rica, llegó a financiar al maestro del psicoanálisis y lo ayudó a escapar de los nazis.

Marie de Orleans falleció de sobredosis en 1909 y María Bonaparte se volcó totalmente al psicoanálisis de modo que los últimos años de sus vidas Valdemar y Jorge pudieron vivir su amor con total libertad.

Ya hemos nombrado en estas páginas al rey Luis II de Baviera, aquel que a fines del siglo XIX construyó en su reino, al sur de Alemania, esos castillos de ensueño. Luis era un ser extremadamente sensible y eso lo llevó a ser un gran mecenas. Todo su empeño lo puso en hacer de su reino un gran escenario donde se representaran las obras de su admirado Richard Wagner y pudieran dar rienda suelta a su imaginación arquitectos, escultores y artistas. Claro que no era precisamente el concepto de estado que tenían los demás reyes de Europa y Luis fue, básicamente un hombre incomprendido. Y torturado porque, a pesar que desde muy joven supo que era homosexual, vivió toda su vida no queriendo serlo. Muy joven comenzó una relación con su ayudante de campo y a lo largo de su vida se lo relacionó con su secretario personal, y con actores y músicos. Aunque se comprometió con su prima, la princesa Sofía de Baviera, fue posponiendo su boda hasta que, finalmente, la canceló. Luis era un hombre cabal que creía firmemente en lo que hacía, equivocado o no. En su corta vida nunca tuvo una relación que lo hiciera enteramente feliz.

El argentino José Evaristo Uriburu Roca fue amante del príncipe Jorge, duque de Kent

 

Distinto es el caso de Francisco de Asís, el marido de la reina Isabel II de España. Eran primos y, por lo tanto bien se conocían. A tal punto que cuando le dijeron a la joven reina que la iba a casar con su primo, ella exclamó “¡Con Paquita, no! ¡Con Paquita, no!” El tal Paquita tampoco estaba enamorado pero tenía interés en casarse porque era príncipe de segunda sin oficio ni beneficio y ser marido de una reina le aseguraba el futuro. Y así fue porque, a pesar de no haber cumplido con su deber de esposo (si la dinastía Borbón sobrevivió hasta hoy fue gracias a los buenos oficios de los diversos amantes de Isabel), de mariposear sin esconderse y de conspirar contra la monarquía, su mujer lo mantuvo hasta su muerte.

En cuanto a las chicas, la historia de amor más famosa es la que ha unido a Isabel de Borbón Parma con su cuñada. Era el año 1760 cuando Isabel llegó a la corte de Austria, proveniente de Parma, para casarse con José, el heredero del Sacro Imperio Romano Germánico. María Cristina, hermana de José, la describió “como una joven de aspecto muy atractivo, los ojos y el cabello hermosos, labios besables y busto armonioso”. Y esta admiración pronto fue correspondida. Así es como, a pesar de que José estaba profundamente enamorado de su esposa, ésta solo tenía ojos para su cuñada. “Debo decirle, mi querida Mimí, que mi única alegría es cuando te veo y puedo estar contigo… no puedo soportar la ansiedad, no puedo pensar en nada más que mi amor por ti. Créeme querida, te amo con locura”… así se expresaba Isabel en la completa correspondencia que se ha encontrado.

Estas son solo algunas de las historias de amor entre personas del mismo sexo que hay entre miembros de la realeza. Hoy, seguramente, se verían con más naturalidad y, sin tanto remilgo ni hipocresía, podrían vivir su amor libremente. Claro que quedaría por resolver, en el caso de que una reina o rey quiera casarse con alguien del mismo sexo, el tema de la continuidad dinástica. La ciencia, en la medida de que la sociedad lo acepte, podrá resolverlo. Seguramente será un tema polémico y cargado de dilemas morales y políticos pero llegará el día en que las casas reales tendrán, una vez más, que reinventarse y acomodarse a las sociedades a las que representan.

 

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Boda de Jorge y Marina, duques de Kent. En la fila superior a la izquierda, los príncipes Jorge de Grecia y Valdemar de Dinamarca

Jorge de Grecia y su tío, Valdemar de Dinamarca, del brazo en el centro de la imagen, con sus respectivas esposas

James Coyle y lord Ivar Mountbatten, en el día de su boda, en 2018

Neuschwanstein, el castillo más Preciado de Luis II de Baviera

Isabel de Borbón Parma

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