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Pablo Echarri: “En Argentina, el debate ecológico lo va ganando el poder económico”

El actor, que acaba de estrenar “El silencio del cazador”, un tenso western misionero que tiene en su eje la problemática del medioambiente, habla de la película, la situación del cine, la pandemia y las rencillas políticas

Pablo Echarri: “En Argentina, el debate ecológico lo va ganando el poder económico”

Pablo Echarri en una escena de “El silencio del cazador”, filme que llegó esta semana a algunas salas del país

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

3 de Abril de 2021 | 05:33
Edición impresa

A fines de 2018, Pablo Echarri dejó “el lío de casa”, los chicos, lo cotidiano, y se mudó al monte misionero durante cinco semanas. Todos los días, desde la mañana a la noche, salía a ese inhóspito paraje selvático, con lluvias continuas, entre alimañas salvajes de esas que “a los porteños nos ponen los pelos de punta”, para rodar “El silencio del cazador”, película que Martín Desalvo, su director, guardó durante toda la pandemia y estrenó recién esta semana en algunas pantallas grandes del país.

“Fue duro. Pero muy satisfactorio”, dice Echarri, en diálogo con EL DIA, sobre aquella experiencia misionera que “aportó una belleza y una intensidad al relato que no lo podría haber aportado ninguna otra geografía”. El calor, el sudor, el clima de peligro acechando detrás del verde, construyen un clima de suspenso opresivo en la silenciosa cinta de Desalvo, en la que la amenaza de un yaguareté dispara el conflicto: un celoso guardaparques, Guzmán (Echarri), quiere protegerlo, pero aparece otro hombre, hijo de colonos, “que se siente dueño de la tierra” (y que es ex de la actual pareja del guardaparques), con intenciones menos nobles.

La película comienza con la aparición de la bestia, pero el conflicto, explica Echarri, está “atravesado por la historia que llevan detrás, arrastra el historial, el pasado de estos personajes”: así, es un western misionero donde los celos, la diferencia de clases y el rencor se manifiestan en la peripecia, en la búsqueda de ese animal acechante. Y no es una fábula moral, no es un relato ejemplar e idealista: más bien asoma como un retrato de las diferencias irreconciliables que laten en el corazón de este país, que inevitablemente “va escalando hacia algún lugar que no voy a revelar pero que no se intuye amable”, se ríe Echarri.

No hay héroes ni villanos, porque como en la vida, “todos somos todo durante algún momento de la vida”. De un lado del conflicto está El Polaco, el poderoso que pasea su impunidad por el monte; del otro, el Guzmán de un Echarri muy contenido, “un personaje hosco, de pocas palabras, idealista, un tanto intransigente: ese idealismo extremo lo hace ser un poco intolerante”.

“Uno podría intuir que Guzmán, un tipo idealista, ceñido a la ley, que defiende el medioambiente, es el héroe, pero sus posturas, su rencor, lo van desdibujando”, analiza su criatura el actor.

Guzmán, de todos modos, se cree héroe, y lejos de seguir las (podridas) vías legales para conseguir sus objetivos, decide tomar la justicia por sus propias manos, “ponerle el cuerpo”.

“Funcionarios sobran”, lanza como justificación. “Es una postal en materia de ecología”, opina Echarri al respecto. “Hay interés, hay problemas urgentes, como los incendios, en Córdoba, en el sur, pero aunque existen leyes para preservar el medioambiente, pero muchas veces no son respetadas... Y termina siendo la intención de las personas lo que logra cubrir ese vacío que la legislación deja vacante. Termina siendo más un cuentapropismo el defender el espacio de cada uno”.

“Hoy la producción argentina está bajo tierra. No digo muerta: está esperando un hilo de luz para resurgir”

 

En ese sentido, “El silencio del cazador” aterriza en ese sentido en un momento álgido del debate ecológico, un conflicto “complejo”, dice el actor, donde “por un lado todos tenemos la intención de proteger el medioambiente ante ciertos hechos dramáticos; por otro lado, la necesidad de la creación de puestos de trabajo, de negocios, muchas veces atenta contra la protección del medioambiente. Ahí empieza una puja difícil, eterna, entre el poder político y el poder económico. En países más desarrollados han avanzado en ese debate, pero en Argentina ese debate está velado, y el poder económico va ganando la pulseada”.

El conflicto es extrapolable: una puja similar, entre el poder económico y las intenciones políticas, se da de hecho en el cine. “El silencio del cazador”, por ejemplo, esperó a la reapertura de salas para mostrar toda esa hostilidad latente en pantalla grande, pero su estreno se ha dado solo en un puñado de cines: todo lo ha copado “Godzilla vs. Kong”.

“Es una batalla que venimos perdiendo, casi al ritmo de la ecología: el problema de la distribución y la exhibición es grave, si no tenés la posibilidad de que te distribuya una de las cuatro ‘majors’ instaladas en Argentina, que tienen el contacto con las multisalas, y que a la vez le dan una promoción que permite que la película sea conocida, las películas tienen un vuelo muy bajo”, reconoce Echarri, y habla de números “dramáticos”: “Las cuatro distribuidoras grandes estaban cortando el 90% de los tickets”, lanza.

“En casa me han puesto los puntos, me piden que no me ponga a discutir cuestiones imposibles de dilucidar con los personajes con los que discuto”

 

Y en un país agrietado, la crisis provocada por la desigualdad de poder se acrecienta porque una parte de la audiencia desestima el cine nacional proveniente del INCAA, considerada por la oposición como una cueva kirchnerista. “Un hecho falso”, dice Echarri, aunque “de todas formas, en todas partes del mundo las industrias audiovisuales pelean contra la abulia de su propia gente, que quiere ver el cine que viene de otro lado. Acá la particularidad es que además de esa indiferencia, que muchas veces fue subsanada, con políticas para incrementar el público, cuando las producciones estuvieron a la altura de las expectativas, con una buena promoción, se incluye esa grieta política, ideológica. Pero no creo que sea el problema principal”.

EL ECHARRI POLÍTICO

La voz de Echarri toma calor a medida que la conversación se politiza. Apasionado de la gestión, durante la pandemia se vio envuelto en un par de polémicas tuiteras a causa de sus recurrentes discusiones con El Dipy, con acusaciones cruzadas de corrupciones, difusión de fake news y más.

“En casa me putean un poco”, reconoce Echarri sobre su tendencia a la discusión. “Me han puesto los puntos, me piden que no me ponga a discutir cuestiones imposibles de dilucidar con los personajes con los que discuto, y de discutir en ese nivel de barro”, dispara, “pero de todos modos tiene que ver con mi naturaleza, con mi naturaleza ‘confrontativa’: hay ciertas injusticias que me cuesta digerir”.

Hay algo de su Guzmán en ese idealismo, “pero de todas formas me voy puliendo”, se ríe. “Y voy entendiendo que Twitter es una herramienta que sirve para la confrontación, y no para la confrontación de ideas: no importa lo que discutís sino con quién estás discutiendo, porque según con quien discutas, no importa lo que digas, vas a tener una reacción a favor o en contra. Voy conociendo la herramienta, la uso más a mi favor, y trato de bajar un poco ese espíritu confrontativo, para ser más reflexivo y discutir con quien creo yo que puedo sacar algo positivo: hay gente con la que ya sé que son discusiones estériles”, dispara, apuntando a zonas aledañas a las de El Dipy.

Echarri ejerce sus inquietudes políticas desde Sagai, la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes, que durante la pandemia “explotó”: “La llegada de la pandemia hizo que el sector entrara en una crisis profunda, y eso nos trajo un trabajo muy arduo, un trabajo administrativo pero también político: por un lado había que contener a los compañeros que habían quedado tocados económicamente por la pandemia, pero también estaba la necesidad de reunirnos con el sector e impulsar nuevas leyes para el sector”, cuenta.

Fue “un momento de suspensión, de enorme incertidumbre”, y Echarri relata que la política lo devoró por esos días. “Yo necesito, por una cuestión personal, intercalar propuestas artísticas, lúdicas: ahora estoy volviendo a ese juego”, adelanta quien prepara una nueva puesta de “ART”, con Fernán Mirás y Mike Amigorena, aunque “con 50% de aforo no es algo muy redituable para el productor ni para los artistas, pero apostamos a que esto mejore”.

“Lo triste es que suben los casos, que la gente se muere más, y que si bien están llegando algunas vacunas, estamos lejos de pensar en la vacunación de la mitad de la población. Así que las proyecciones son muy conservadoras a la hora de invertir”, dice, y lo afirma respecto a toda producción artística, incluidas las que lleva adelante desde su nueva casa productora.

En ese sentido, Echarri se reconoce “expectante”, a la espera de que el diálogo con los funcionarios brinde nuevas herramientas de fomento para la producción, “para ver si una microempresa como la mía tiene posibilidades de subsistir. Sin protección estatal, sin ningún impulso, siempre está latente la posibilidad de desaparición de una empresa como esta”.

Sin esas herramientas, “hoy la producción argentina está bajo tierra. No digo muerta: está esperando un hilo de luz para resurgir. Y para resurgir necesita medidas, herramientas del Estado, para un sector que es prolífico cuando está impulsado”. Echarri dice esto, y pone como ejemplo las fuertes subvenciones a la producción en Estados Unidos: pelear con esas producciones, sin una ley que proteja e impulse la producción televisiva casi extinta, y si en cine las subvenciones del INCAA se han devaluado a un cuarto de lo que solían significar, parece difícil. “Casi imposible”.

 

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