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Séptimo Día |PERSPECTIVAS - BUENOS AIRES, ROSARIO, PARIS, MONTEVIDEO, ROMA

Relación de amor entre los cafés y los escritores

El futuro Nobel de Literatura que vive en el barrio de Flores. Voltaire y Balzac tomaban más de sesenta pocillos por día. Borges en El Rayo, de 1 y 44. Los autores y los bares más famosos del mundo

Relación de amor entre los cafés y los escritores

Los cafés tienen un magnetismo especial para muchos escritores y a partir de ellos han surgido numerosas historias / Web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

29 de Agosto de 2021 | 06:34
Edición impresa

En el barrio porteño de Flores vive un escritor excéntrico. Muy leído, pero no tan aceptado como Borges. Además se encuentra vivo y todas las mañanas busca algún café de los de antes -elude las franquicias- y allí se exilia varias horas, nada más que para crear: “Escribo en los cafés porque necesito levantar la vista cuando estoy escribiendo, porque necesito que se ventile el cerebro mirando a la gente, a los autos, llamando al mozo…”, acaba de contestarle a un periodista español.

El escritor es César Aira (1949-) y daría lo que no tiene, así lo deja entrever, para no ser reconocido por nadie. Le gustan los cafés de Flores, con ventanas amplias hacia las veredas por donde, acaso, pasan las nietas de las chicas que vio pasar Oliverio Girondo en su juventud. En esos cafés ventila su cerebro este Aira, de quien el mexicano Carlos Fuentes profetizó que recibiría el Premio Nobel.

En el reino literario, pocos lugares más intensos y deseados que los cafés. Son como embajadas, como ágoras repletas o escritorios íntimos, recintos para debatir o atalayas para ver cómo pasa el mundo. Y tomar un café se convierte en un rito cotidiano de iniciación.

En La Plata hubo un bar que se destacó, porque venían a sus mesas poetas y escritores de Buenos Aires para deliberar con los colegas platenses. En la legión de visitantes estaban Borges (que, en realidad, tenía una novia en la plaza de 1 y 38, luego su primera esposa) y su “guardaespaldas eventual”, Carlos de la Púa. En el tren Roca, allá por la década del 20, venían también Estrella Gutiérrez, Capdevila y otros para encontrarse con Panchito López Merino, Delheye, Ripa Alberdi, Mendioroz y otros.

Las tenidas eran en el bar El Rayo, de 1 y 44, refugio de burreros que volvían rompiendo boletos del Hipódromo y guarida ocasional de personajes más peligrosos. Allí era cuando tallaba De la Púa, que había nacido en La Plata en 1896, era amigo de Gardel y también se lo conocía como el Malevo Muñoz. En caso de trifulca, el Malevo garantizaba la revancha.

ORÍGENES

El producto del café, como cultivo, fue descubierto en Abisinia (Etiopía) en el siglo XV y tardó poco en ser aceptado por su gusto y sus múltiples cualidades. En torno a una pequeña poción de café –el famoso pocillo- se sentaron generaciones enteras y surgieron las cafeterías en todas partes, algunas de ellas emblemáticas por los personajes que concurrían. Muy pronto, también, el café tendría dos hermanas: la lectura y la escritura.

No tardó en conocerse que la cafeína elimina la sensación de cansancio, ayuda a concentrarse y genera una suerte de insomnio creativo, llenando de energía sobre todo al autor noctámbulo. Entre otras ventajas, se lo considera un eficaz antioxidante. Es seguro que la otra media biblioteca médica restante dirá lo contrario.

“Escribo en los cafés porque necesito levantar la vista cuando estoy escribiendo”

 

Uno de los máximos intelectuales franceses, Voltaire (1694-1778), dijo alguna vez “Claro que el café es un veneno lento; hace cuarenta años que lo bebo”. De Voltaire se decía que tomaba más de sesenta tazas al día. A pesar de eso y de las advertencias de su médico que le advertía que el café iba a matarlo. Voltaire fue para la época un verdadero longevo ya que llegó a los 84 años de edad. Además de beber café en su casa para escribir, después se iba al famoso bar parisino Le Procope y seguía con sus pocillos.

La idea de la supuesta “malignidad” del café hizo jugar y pensar a muchos escritores. Entre otros, al no tan remoto humorista español Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) cuando sostuvo que “El amor, el tabaco, el café y, en general, todos los venenos que no son lo bastante fuertes para matarnos en un instante, se nos convierten en una necesidad diaria”. El humorista dejó varios libros inolvidables, uno de ellos “Pero…¿hubo alguna vez once mil vírgenes?”

“El café acaricia la boca y la garganta y pone todas las fuerzas en movimiento”

 

Honoré de Balzac (1799-1850) no se quedaba atrás de Voltaire. Se dice que tomaba unas 50 tazas de café al día, para poder mantener su agotadora rutina de escritor a la que le dedicaba quince horas diarias.

Balzac escribió su “Tratado de los excitantes modernos”, en donde no sólo reveló que bebía litros de café. También dijo que masticaba granos de café enteros en ayunas, para abrirle puertas a la creatividad literaria. Los efectos del café y de otros energizantes se encuentran definidos en esa obra.

Esto opinaba Balzac sobre el café: “El café acaricia la boca y la garganta y pone todas las fuerzas en movimiento: las ideas se precipitan como batallones en un gran ejército, el combate empieza, los recuerdos se despliegan como un estandarte. La caballería ligera se lanza a una soberbia galopada, la artillería de la lógica avanza con sus razonamientos y sus encadenamientos impecables. Las frases ingeniosas parten como balas certeras. Los personajes toman forma y se destacan. La pluma se desliza por el papel, el combate, la lucha, llega a una violencia extrema y luego muere bajo un mar de tinta negra como un auténtico campo de batalla que se oscurece en una nube de pólvora”

Otros autores se refirieron al café, siempre con admiración. Entre ellos Jonhatan Swift (1667-1745): “«El café nos vuelve severos, serios y filosóficos”, dijo el autor irlandés de Gulliver. Por su parte, el casi actual Truman Capote (1924-1984) sostuvo: “Soy un autor completamente horizontal. No puedo pensar a menos que esté acostado, ya sea en la cama o estirado en un sofá y con un cigarrillo y un café a la mano. Tengo que inhalar y beber. A medida que avanza la tarde, paso del café al té de menta, al jerez y a los Martinis”.

La contemporánea J.K. Rowling (1965-), creadora de Harry Potter, afirmó que “La escritura y las cafeterías están fuertemente ligadas en mi cerebro. Todavía escribo a mano, me gusta andar físicamente con papeles, y no tener que dejar de escribir para ir a la cocina a prepararme un café”

The Elephant House / Robert Lindsdell, Flickr

CAFÉS CLÁSICOS

Buenos Aires tiene sus cafés literarios, actuales y anteriores. Entre los primeros pueden mencionarse a Eterna Cadencia, combinado con una librería; el Daian Usina Cultural; el café Montserrat, con sus presentaciones de libros y revistas; Clásica y Moderna, otro café literario por excelencia y Libros del Pasaje.

“Claro que el café es un veneno lento; hace cuarenta años que lo bebo”

 

En cuanto al poder de convocatoria, pocos lugares porteños pueden atribuirse el que tuvo el Florida Garden, que en cualquier mañana juntaba a Borges, Antonio Berni, Sábato, al pintor y escultor Edgardo Giménez, Romero Brest, Marta Minujin, Ennio Iomi, al “poeta plástico” Federico Peralta Ramos y a tantos otros. En Rosario, cómo no hablar de “El Cairo”, una de cuyas mesas sigue reservada para que la ocupe Fontanarrosa, que falleció en 2007 y que sigue siendo allí el principal parroquiano. En Montevideo está el “Brasil”, adonde iban Eduardo Galeano y los demás escritores montevideanos.

Ya se dijo, en Edimburgo está The Elephant House; en Roma el Antico Café Grecco, que abrió sus puertas en 1760 y sigue abierto en Via Condotti 86: por ese café pasaron Goethe, Schopenhauer, Stendhal, Keats, Mary y Percy Bysshe Shelley, Lord Byron, Henrik Ibsen, Hans Christian Andersen o Nikolai Gogol.

En Salamanca sigue funcionando el Café Novelty, con más de cien años de vida, que fue frecuentado por escritores de la talla de Unamuno, Ortega y Gasset, Juan Benet, Pedro Laín Entralgo, Francisco Umbral, Carmen Martín Gaite o Torrente Ballester. París juntó a los cafés más históricos –Les deux Magots (adonde iban Picasso, Brecht, Sartre, Beauvoir, Camus y muchos artistas más); Le Procope (Odeón), el más antiguo del mundo; La Closerie des Lilas (Montparnasse): La Rotonde y La Coupole (Montparnasse) y Le Café de Flore (Barrio Latino), entre otros- con los escritores más célebres.

Madrid tuvo durante un siglo al famoso café de Pombo, ubicado en la calle de las Carretas, en donde sentó sus reales Ramón Gómez de la Serna que terminó convocando a intelectuales del ultraísmo y a numerosos pintores. Pero en 1942, cuando la Guerra Civil española, el café dijo basta y Gómez de la Serna –junto a otros escritores- decidieron irse de España.

“La escritura y las cafeterías están fuertemente ligadas en mi cerebro”

 

Ocurre que Gómez de la Serna vino a la Argentina y, si bien vivió en Buenos Aires, se había enamorado de La Plata. Y acá se instalaba en el Américan Bar, ubicado en 7 entre 54 y 55. El autor de las memorables “Greguerìas” extraía del bolsillo interior de su saco lapiceras con tinta de distintos colores –azul, negra, roja, verde, amarilla, etc., que utilizaba alternativamente en cada greguería- pedía su café y, como es de suponer, con ese combustible literario se ponía a escribir.

Ramón Gómez de la Serna

 

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