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Séptimo Día |Las profecías de Nostradamus

El mundo anda en busca de un mecánico que lo arregle

Cinco premios de un millón de libras esterlinas cada uno a quienes sugieran soluciones para evitar el colapso del Planeta. La amenaza medioambiental y la pandemia hicieron reflotar la idea del Apocalipsis

El mundo anda en busca de un mecánico que lo arregle

El cine ha tratado en extenso el género catástrofe, como en este caso con la película “the day after tomorrow” / wEB

Marcelo Ortale
Marcelo Ortale

2 de Enero de 2022 | 02:58
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Enrique Cadícamo fue un poeta de aquellos. Tan bueno era, tan talentoso, que las facultades de Letras de nuestro país decidieron mayoritariamente dejarlo en paz. Integra la galaxia de otros talentos populares, omitidos olímpicamente por los académicos, como Homero Manzi, Celedonio Flores, Discépolo y otros.

Cualquiera dice un verso de ellos y el circunstancial oyente arranca con el que sigue. Y esa característica, acaso, es motivo de fastidio para los profesores. Pues bien, hace unos 90 años, cuando corría la gran depresión de la década del 30, Cadícamo escribió “Al mundo le falta un tornillo”, en donde dice en una de sus estrofas: “Al mundo le falta un tornillo/ que venga un mecánico/ pa ver si lo puede arreglar...”

Y en eso anda ahora el Planeta, en ver si alguien lo puede arreglar. Hay dos amenazas consistentes: la medioambiental y la de la pandemia de Covid-19. No es para que nadie se asuste, pero el resultado de esa combinación hizo que hubiera reaparecido uno de los temas más temidos y recurrentes en la historia humana: el fin del mundo. El gran revoltijo del Apocalipsis.

Existe una fundación -Earthshot- que ha instituido cinco premios de un millón de libras esterlinas cada uno y cada año, a quienes proporcionen al menos 50 soluciones a los mayores problemas ambientales del mundo para 2030, según dispuso la entidad que lidera el príncipe Guillermo de Inglaterra.

“La Tierra está en un punto crítico y nos enfrentamos a una elección difícil: o seguimos como estamos y causamos un daño irreparable a nuestro planeta, o aprovechamos nuestro poder único como seres humanos y nuestra capacidad continua para liderar, innovar y resolver problemas. Podemos hacer grandes cosas. Los próximos diez años se presentan como una de las mayores pruebas: una década de acción para reparar la Tierra”, dijo el heredero.

Acaso algún paisano de la zona se postule para arreglar las múltiples averías de la Tierra. Que no sólo medioambientales sino sociológicas, según lo advirtió Cadícamo en su proclama tanguera: “Hoy se vive de prepo y se duerme apurao,/ Y la chiva hasta a Cristo se la han afeitao. / Hoy se lleva a empeñar al amigo mas fiel,/ nadie invita a morfar, todo el mundo en el riel”.

¿ES EL FINAL?

Keren Gottfried, investigadora jefe de Ipsos Global Public Affairs, le dijo a BBC Mundo que en la propia agencia de sondeos de opinión se quedaron sorprendidos por las respuestas de las 16.262 personas que tomaron parte en una encuesta realizada en más de 20 países.

“Es la primera vez que hacemos esta pregunta y por tanto no podemos hacer una comparación temporal”, explica. “Una de cada siete personas cree que el mundo se terminará durante su vida. Es un número bastante alto y creemos que debemos darle seguimiento”, agregó. Lo cierto es que los chinos –aparecen en todas las calamidades- los turcos, rusos, mexicanos y surcoreanos son los que más creen en la cercanía del fin del mundo, con cifras que alcanzan el 20 por ciento de la población.

Como era de prever, las profecías de Nostradamus (1503-1566) comenzaron a reaparecer en los medios. El boticario francés y profeta predijo guerras, terremotos, sequías, el incendio de Notre Dame, el ascenso de Hitler al poder, el asesinato de John Kennedy, el ataque a las Torres Gemelas y otras pandemias, de modo que también habría vaticinado al Covid-19. Todo se encuentra en su libro “Las profecías”.

Corresponde advertir que los seguidores de Michael Nostradame se muestran empeñosos e imaginativos a la hora de ajustar algunos párrafos del profeta a hechos ocurridos siglos después. Naturalmente, Nostradamus disponía de un estilo “premonitorio”, críptico pero maleable para acomodarlo a los hechos históricos

Veamos la predicción del Covid-19: “La gran plaga de la ciudad marítima. No cesará hasta que se vengue la muerte. De la sangre justa, condenada por un precio sin delito”.

Algunos objetores de Nostradamus advierten que Wuhan (donde empezó el coronavirus), no es una ciudad marítima, sino mediterránea, pero como también predijo que la enfermedad se remontaría a un mercado de mariscos, y Wuhan es un centro de venta de marisquería, los seguidores del profeta le anotan el gol a favor.

En La Plata vive un intelectual lúcido que no cesa de advertirles a sus amigos respecto al Covid: “Tranquilos, muchachos...esto es el fin del mundo...lástima que nos agarra en la bajada de la Autopista...”. Se le ha pedido que extreme sus conclusiones en un ensayo de mayor aliento. Sostiene que los permanentes vaivenes de la pandemia, las mutaciones del virus, su universalidad y otras referencias dejan en claro que “esto es el final...”. Se aguarda que, antes del Apocalipsis, presente su esperado libro.

LIBROS Y ESCRITORES

Pasado el susto del primer milenio -hubo suicidios colectivos, por el pánico- dos siglos después, allá por 1225, en una Tierra saturada de profecías apocalípticas, el filósofo cristiano Tomás de Aquino llamó a la calma y aseguró que no existía para ningún hombre la posibilidad de vaticinar la llegada del final. Y ello, a pesar de que la Biblia contiene muchas referencias sobre el Apocalipsis.

Lo hizo en su texto titulado “Contra impugnantes Dei cultum et religionem (3,2,5, Nº 531), cuando asegura que “no se puede designar ningún espacio de tiempo, ni pequeño ni grande, después del cual haya que esperar el fin del mundo”. Teólogos posteriores no dejaron de observar un gesto de piedad, en esta concepción de Tomas de Aquino.

La literatura no dejó de escribir sobre el final de todo. En el Decamerón de Boccaccio (1313-1375) reaparece una suerte de intuición del fin del mundo, derivada del amor y el erotismo. A partir de allí menudearon textos literarios que colectaron episodios mundanos para atribuírselos al imán del último acto del planeta.

El auge se produjo en el siglo XIX, con Mary Shelley y Edgar Allan Poe como los autores creadores del género apocalíptico por excelencia. No fueron esta vez profetas ni políticos ni sociólogos: fueron escritores los que se ocuparon de retratar a la humanidad enfrentada a sus últimas horas.

Allí surgieron obras como “El último hombre” (1826), de Mary Shelley, la creadora de Frankestein; los dos relatos de ficción apocalíptica de Poe, “La Conversación de Eiros y Charmion” y “La máscara de la muerte roja”; más adelante, “La máquina del tiempo”, de H.G. Wells, un verdadero tratado de resistencia contra el fin del mundo; “La peste escarlata”, de Jack London, en donde se muestra la vida de unos pocos sobrevivientes que bregan por reconstruir la vida en un mundo cancelado y, entre otros, ya a mediados del siglo XX, “El fin de la inocencia”, de Arthur C. Clarke, en donde el mundo es destruido por los aliens.

La cuestión no es del ayer, sino que reviste actualidad. El 1 de octubre pasado se realizó en la ciudad de Buenos Aires la Feria de Editores en la que tres escritores –Esteban Castromán, Francisco Moulia y Debret Viana- dieron una charla digital titulada “Imaginarios del fin del mundo”. Los tres tienen libros en los que se ocuparon de hablar del apocalipsis. Se sabe que en el presente las distopías literarias son aceptadas como el pan de Viena.

Sería poder ver cómo se le pone punto final al misterio del tiempo. Algo así, también, como interrumpir la costumbre humana de irse solo cada uno y, en cambio, partir todos juntos. Algo que suena perfectamente injusto para los jóvenes, inesperado para los adultos y, si se quiere, innovador para los ancianos, para los que ya se encuentran “en la bajada de la Autopista”, como sugiere el lúcido pensador que vive en La Plata.

“Una de cada siete personas cree que el mundo se terminará durante su vida”

“Esto es el fin del mundo... lástima que nos agarra en la bajada de la Autopista”

 

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