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Séptimo Día |NARRATIVA

“Complejo de Dios”: no somos nada

En su segunda novela, el narrador y poeta Maximiliano Costagliola compone una trama quirúrgica donde horror y fe, acaso ausencia de redención, habitan el mismo lenguaje

“Complejo de Dios”: no somos nada

Maximiliano costagliola logra una trama impactante en su segunda novela / web

Facundo Bañez

Facundo Bañez
facundogb@eldia.com

16 de Octubre de 2022 | 04:00
Edición impresa

Así como se cree en un Dios que puede estar en todas partes a la vez, absoluto e irremediable, lo que podemos creer de Prioti –el protagonista de esta historia- es que le sucede más bien lo contrario: no está en ningún lado. Su ausencia es de una ubicuidad implacable. No habita su actual exilio tilcareño ni tampoco la vida que dejó atrás, en días de tristeza pretérita y fracasos consumados a la vista de todos. Y en ese no estar, en ese limbo de recuerdos rotos, la pregunta es filosófica: ¿a dónde ir para poder ser?

Incomoda y atrapa el tono de Maximiliano Costagliola (Berazategui, 1975) en su segunda novela. Recibido en Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires, donde se licenció con honores y ejerció la docencia, es cuentista, guionista y autor, entre otros trabajos, del poemario “Insomnio de cemento”. Si en su anterior novela, “El arponero del aire” -ganadora del Fondo Nacional de las Artes y publicada por Seix Barral-, el personaje central libraba una feroz e imposible venganza contra el tiempo, en “Complejo de Dios” -editada en los últimos días por La Docta Ignorancia- la venganza de Prioti subyace como un proceso para trascenderlo.

A diferencia del mítico Meursault de “El extranjero”, el personaje que compone Costagliola enfrenta su demonio meridiano ya no desde la indolencia o el mero desdén sino desde una minuciosidad atérmica y horrorosa, quirúrgica.

Desterrado hace trece años en Jujuy, donde trabaja como forense en la morgue del hospital de un pueblo fantasma, Prioti –un “médico de muertos”, podríamos decirle- vive sin ser ni estar y asume, en esa ausencia de sí mismo, un proceso de redención que es también, fuera de todo credo o tabú, un acto de trascendencia.

“Ahora lo sabía –nos advierte el narrador-: estuvo a un paso de la gloria y lo perdió todo. No era un necio: entendía que alguna vez le tocaría ser derrotado, pero jamás había imaginado que de ese modo tan insultante. La muerte lo había ridiculizado con un temprano nock-out que le hizo hociquear la lona como a un principiante”.

Puede ser lo inesperado de toda gran ficción o el famoso cross a la mandíbula que tanto pedía Roberto Arlt, pero en la trama que protagoniza Prioti el acto de trascender no sólo es desenlace –y aquí no hay spoilers- sino gesto que simboliza tanto el poder de la vida como su brutal ausencia.

¿Qué ser cuando no somos nada?

Con la sabiduría de quien enfoca el detalle pero ve más allá del cuadro, la engañosa simplicidad narrativa que ejecuta Costagliola aparece aquí intervenida por una memoria que opera sobre los extravíos del presente. Es una voz de proximidad clínica y amoral, sosegada, hilvanada bajo los influjos de un lenguaje que disecciona recuerdos y, lo más inquietante, los hace posibilidad de futuro.

Desterrado hace trece años en Jujuy, el protagonista de esta historia vive sin ser ni estar

“Enajenado contempla alternativamente el cadáver de Olivia –detalla el narrador-, como si fuese la primera vez que lo ve, y se contempla a sí mismo. Una sensación de incongruencia domina su percepción mientras repasa panorámicamente el entorno: todo le sabe impropio y próximo a la vez. La emanación de intimidad y ajenidad entremezcladas le insuflan un estado de embriaguez desequilibrante, como si tardíamente se activara en su espíritu un mecanismo atávico de atracción...”

De esa operación, de su praxis discursiva y racional, metódica, surgen las fuerzas narrativas invocadas por el autor para llevar la trama hasta las últimas consecuencias y mostrarnos, una a una, las impensadas pero primitivas formas que puede adoptar el amor y el deseo o, como ya está dicho, la ferocidad de su ausencia. Otra vez la ausencia.

Hay una memoria que interviene y opera sobre los extravíos del presente

“El físico de Olivia –nos dice el narrador- despide un macizo de sensualidad que impugna su propia cancelación en tanto cadáver para proyectarlo en la morfología contundente de un cuerpo”.

A sabiendas de que se habita un lenguaje y no sólo un cuerpo, el derrumbe existencial de Prioti, su crack up interior, alcanza un estado en el que la única metáfora posible es la literal. Desterrado de su propia vida como un dios al que dejaron sin cielo ni soberbia, sabe que si el amor no es una oportunidad tampoco lo será la muerte. Bajo esta premisa, los personajes que orbitan en su memoria –padre, esposa o el recuerdo en papel de una hija a la que no ve- irán figurando ya no piezas fundamentales de una narración lineal sino, como sabemos, la prueba consumada de lo peligroso que puede ser una familia.

“Si creyera en algo así como el destino –leemos-, y si no fuera porque jamás barajó siquiera la contingencia de una redención, diría que vivió estos trece años solo para usufructuar los minutos que tiene por delante”.

Si el mito de Sísifo que encarna el personaje de Camus en “El extranjero” es ese hombre arrojado a la sinrazón de la vida, desamparado ante la brutalidad del mundo, en el Prioti de “Complejo de Dios” es un hombre que busca redención y triunfo bajo la misma sinrazón y con idéntico desamparo. En su caso, oprimido por un dolor de dimensiones kafkianas, la victoria o la felicidad, el goce de Dios, anida acaso en la capacidad de creer después de no creer más en nada. O mejor: en creer, seguir creyendo, aunque no seamos nada.

¿Hay culpa? ¿Hay redención?

Hay una historia. La de Prioti. Y merece ser leída.

 

Complejo de Dios

Maximiliano Costagliola

Editorial: La Docta Ignorancia

Páginas: 94

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