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La condición humana tironeada por la razón y la sinrazón, por el conocimiento y las supersticiones. Las cábalas y la yeta en la literatura. Los ritos que deben cumplirse para evitar la mala suerte
Cortázar con su gato “Teodoro Adorno”, bautizado así por un filósofo alemán. Lo consideraba muy pensativo / Web
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
Mientras corre el reloj de la historia, la razón no deja de lidiar con la sinrazón y lo real no hace buenas migas con lo mágico. El ser humano se encuentra distendido entre esos extremos. Entre la meditación y lo instintivo. Entre el pensamiento y la emoción. Y en eso andan varones y mujeres desde que nacen hasta que se van, con la flecha del centauro Quirón clavada en el medio de ambas naturalezas.
Dicen que alguien podrá ser un sabio en astronáutica o un filósofo de renombre, pero que se cuidará bien de no abrir un paraguas bajo techo. No lo hará y es verdad que no se encuentran demasiadas explicaciones sobre esos ritos ancestrales. Salvo la del conocido aforismo: “Las brujas no existen, pero que las hay las hay...”.
Las brujas no existen y sin embargo se llenarían bibliotecas, hemerotecas y cinematecas con ellas, que siguen haciendo de las suyas. Empiezan en los cuentos infantiles y deben seguir danzando en los geriátricos: jamás dejan de estar. Las supersticiones, las maldiciones, las bien conocidas yetas, aunque no existan...que las hay las hay.
Pasar por debajo de la escalera, otro mito de la yeta / Web
La literatura fue y sigue siendo un fiel espejo de estas leyendas tan ricas, ingeniosas a veces, terroríficas en otros casos. De Truman Capote se dijo que no iniciaba ni finalizaba ninguna novela en días viernes, que nunca se hospedaba en una habitación de hotel cuyo número de teléfono contuviera el 13 y que jamás dejaba más de tres colillas en el cenicero, guardando el resto en sus bolsillos.
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Charles Dickens dormía siempre con la cabeza apuntando al Norte, porque suponía que ese punto cardinal lo llenaría de más creatividad y de mejor estilo. El tema no es tan sencillo, ya que no faltan especialistas que aseguran que con la cabeza hacia el Norte se duerme mejor, aunque la otra mitad afirma lo contrario ya que el Norte puede provocar pesadillas y serios trastornos para el sueño.
La literatura fue y sigue siendo un fiel espejo de estas leyendas, ingeniosas o terroríficas
El dramaturgo y poeta alemán Friedrich Schiller, autor de la Oda a la Alegría que forma parte de la Novena Sinfonía de Beethoven, guardaba manzanas en los cajones de un escritorio y dejaba que se pudrieran allí, porque aseguraba que no podía escribir sin percibir ese olor.
El tango tuvo un tratamiento prudente, casi equitativo, de las cábalas. Por ejemplo hay viejas letras de tangos y milongas grabadas por Carlos Gardel en las que la mala suerte, la mufa, definen muchos destinos y no pocas de las carreras de caballos en los hipódromos.
En cambio un cantor muy popular en su época, hoy casi olvidado, como Tito Sobral, tuvo éxito al cantar “Señora, el 13 no es yeta”, una de cuyas estrofas dice así: “Señora, el 13 no es yeta/ yo me casé en martes 13/ y créame Doña Elvira/ aunque parezca mentira/ yo soy feliz y con creces”.
Se sabe que la mala fama del número 13 proviene de la historia sagrada. Se asegura que el 13 es signo de mala suerte porque corresponde al número de participantes en la Última Cena de Jesús antes de su crucifixión. Así que hay gente que empezó a contar sillas y eludir esa alternativa en las comidas, pero además extendió la veda al 13 a casi todas las actividades. En muchas ocasiones, por ejemplo cuando se numera a los automóviles o motos de carrera, se saltea al 13.
También se conocen supersticiones relacionadas al pan, que provienen de la religión. El pan es considerado por los cristianos como el alimento más representativo de Dios. Si el pan de una mesa cae al suelo, hay que recogerlo, pedir perdón, besarlo y volver a colocarlo en su lugar. Pero además, la parte más tostada del pan debe apuntar hacia arriba. Si se lo coloca al revés, eso significa que se prefiere estar con el Diablo.
¿Y qué pasa con las escaleras, que casi nadie se anima a pasar por debajo de ellas? Si son de dos hojas y están abiertas, las eluden, Y si son de una hoja y están apoyadas en la pared, también la esquivan.
La explicación a esta reticencia proviene asimismo de la doctrina cristiana. Según esta religión, todo lo que tiene forma de triángulo simboliza a la Santísima Trinidad. Y una escalera abierta de dos hojas, o apoyada con su sola hoja a una pared, forman el bendito triángulo. Atravesarlo significaría profanar un espacio sagrado y, por lo tanto, invocar a las fuerzas demoníacas.
La yeta es una palabra que consagró el lunfardo porteño y significa “algo o alguien que trae mala suerte”. Pero los expertos sostienen que “yeta” deriva a su vez de otro dialecto, el napolitano, que incluye a los términos “jettatura” y “jettatore”. El primero significa “mal de ojo, atractivo maléfico” y el segundo “hombre maléfico que con su presencia produce daño a los demás”.
La superstición, las cábalas, la yeta se entrometen en todos los ámbitos humanos. Entre ellos el del amor. Las pretéritas abuelas les advertían a sus nietas: “nunca le tejas nada a tu novio, porque no te casarás”. Las súper modernas novias de hoy no desconocen esa costumbre y por las dudas le dan crédito. “Las brujas no existen...”
En cuanto a las novias, una cábala secular, que viene desde antes del Renacimiento, ordena arrojarle arroz a la vestida de blanco, porque eso es símbolo seguro de fertilidad.
La novia debe ponerse de espaldas a las solteras presentes en su boda y arrojar el ramo, y aquella que lo reciba se casará. En el caso del matrimonio, como puede verse, las supersticiones le incumben mayoritariamente a las novias. Para los novios sólo se recuerdan algunas pocas, por ejemplo que le trae mala suerte a la pareja si el novio ve su futura media naranja vestida de novia, antes de la ceremonia.
Ya se habló del caso del pan, pero las cábalas y supersticiones se hacen cargo también de muchos alimentos: la sal, en primer término. La sal es un clásico de la yeta popular: el salero en la mesa nunca debe ser pasado de mano en mano. El que usó el salero debe dejarlo apoyado sobre la mesa, para que lo tome otro.
Una explicación reside en que la sal fue el primer dinero de la tierra. La gente trabajaba y le pagaban con sal. Entonces, si usted pasa el salero de mano en mano está como regalando su dinero. Déjelo en la mesa y que el otro lo gane con su propio sacrificio. Sí, los sentimientos humanos son así de complejos.
De allí se desprende esta otra: si se derrama la sal y cae al suelo o, inclusive, sobre la mesa, habrá peleas. Porque la gente se pelea por dinero. En este caso, para evitar semejante sofocón, lo que se debe hacer es tomar la sal con la mano derecha y arrojarla hacia atrás, por encima del hombro izquierdo. Es lo que hace la mayoría de la humanidad, aunque eso, en realidad, no ha impedido que vuelen misiles por todos lados.
La superstición, las cábalas y la yeta se entrometen en todos los ámbitos humanos
Está demás decir que abundan las cábalas sobre el reino animal. En muchos países los gatos negros –sobre todo si se cruzan delante de cualquiera- suelen producir una instantánea pavura. Hay que automovilistas a los que se le cruza un gato negro que detienen sus vehículos, giran en U y buscan otra calle para avanzar. En América y Europa continental se cree eso, pero en Inglaterra es al revés: que se cruce un gato negro es señal de buena suerte.
Hay gente que se aterroriza ante los gatos, de cualquier pelaje. Y hay otra, como el novelista Julio Cortázar que ha escrito páginas inmortales a favor de estos felinos tan discutidos. El escritor se pasaba largos ratos escrutando a su gato al que había llamado “Teodoro W. Adorno” (nombre de un filósofo alemán), porque era muy pensativo.
El animal que es de mal agüero es el cuervo. Cuidado con los cuervos. Por lo pronto se cree que son aves de mucha inteligencia, capaces de hablar y eso los vuelve más temibles. El sentir popular los identificó siempre con la muerte.
La sal es todo un tema entre las supersticiones / Web
Un gran promotor literario del cuervo fue el poeta Edgar Allan Poe que le escribió un poema sin olvido. Se dice que Poe eligió al cuervo porque, entre otros propósitos, buscó que dialogaran la irracionalidad con la intelectualidad. Lo curioso es que en el poema, a cargo de la primera está el narrador –el poeta- que indaga sobre los misterios de la vida al cuervo, que vendría ser algo así como el pensador. Un siglo después de este poema los especialistas reconocieron en los cuervos una capacidad intelectual similar a la de los delfines, cercana a la de los hombres.
Por su parte, en la literatura gauchesca menudean las supersticiones que tienen a Dios y al Diablo –Mandinga- como protagonistas principales, acompañadas por numerosas leyendas como la de luz mala, que causan temor a los paisanos de antes y de siempre. Esto se encuentra en las obras inaugurales de Baltasar Hidalgo, en las de Estanislao del Campo, Hilario Ascasubi y José Hernández hasta llegar a Ricardo Güiraldes, por citar a los más conocidos.
Pero hay un cuento anónimo de la gauchesca que merece ser rescatado y es el del ombú. La historia cuenta que Dios convocó a todos los árboles para que le pidiesen alguna gracia, que les sería concedida. Todos fueron reclamando tener vigor, belleza, frutos, altura, etc. Sólo uno, el ombú, pidió tener una sombra muy densa y ser amigo de los caminantes, para convertirse en símbolo de hospitalidad, aunque también le pidió a Dios que “mi carne sea esponjosa, frágil, para que se quiebre fácilmente”.
¿Por qué...?- le preguntó Dios- si todos piden ser fuertes.
Y el ombú le respondió: “No quiero, Señor, que mis gajos y ramas puedan servir un día para crucificar a un justo”.
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