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A partir de su trayectoria como realizador, poeta y docente, el autor aborda el enfoque más completo realizado hasta ahora sobre este género cinematográfico
DANIEL KRUPA
Nicolás Prividera, autor de “Cine documental”, es sinónimo de debate. Sea con sus películas, con los ensayos y artículos que llevan su firma o a partir de entrevistas y foros en los que participa, es de los pocos que gustan (y saben) mover el avispero cultural. Un iconoclasta de la cosa cultural, podría decirse.
Ya desde su primer película “M”, en la que indaga sobre la desaparición de su madre en la última dictadura cívico-militar, y luego en “Tierra de los padres” como en “Adiós a la memoria”, Prividera indaga en los pliegues de la historia, sea a partir de un punto de vista particular –con archivos personales que hace públicos–, como desde una mirada más colectiva, como en el film que registró casi íntegramente en el icónico Cementerio de la Recoleta. Por eso, podría argumentarse que no es casual que haya sido el documental el género –”la condición”– que eligió Prividera como herramienta para recuperar, o entender, el tiempo perdido.
“¿Cómo hacer un filme que no pueda ser utilizado por el enemigo?”, se pregunta el autor
Además de su reconocida labor como cineasta, Prividera es poeta, ensayista y docente, siendo este último rol en el que tomó el desafío de –a través de la recopilación y del despliegue de un concepto archivista–, hacer un repaso sobre qué es el cine documental y sus constantes tensiones con el cine de ficción, las aristas técnicas y las aristas éticas del asunto, incluyendo una suerte de fichas técnicas, o de listado bien detallado, sobre los ejemplos más relevantes del género: desde “Nanook, el esquimal” de Robert Flaherty (1922) a las últimas producciones del siglo XXI, con todos los cambios de época que transcurrieron en las últimas vertiginosas décadas.
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Dado el rasgo polémico que identifica a cada una de sus producciones, este libro no es la excepción, cosa que se celebra. De ahí que se encuentren, casi al pasar, reflexiones del tipo: “¿Cómo hacer un film que no pueda ser utilizado por el enemigo?”, pregunta que se responde con, ni más ni menos, una cita a Frantz Fanon: “Todo espectador es un cobarde o un traidor”. Algunas páginas antes, el mismo Prividera escribe: “El mejor cine documental (es decir, el que resiste a ese naturalizado influjo, y no se contenta con ser un mero ‘reflejo’ de la realidad) busca un espectador que sea un activo ciudadano más que un pasivo consumidor”.
El texto publicado por el sello La Marca Editora –más allá de las permanentes ideas que introduce Prividera para abrir más preguntas y ahora que la web deja casi todo a mano–, es un excelente compendio para repasar la historia de este género cinematográfico, con una suerte de repaso de títulos que ubica a cada film mencionado en su contexto histórico, social y político. Y lo que podría ser un listado más de “películas que hay que ver” es, en realidad, una caja de sorpresas con films que son tesoros audiovisuales, como Sans Soleil (1983), de Chris Marker, “El sol del membrillo” (1992), de Víctor Erice o la injustamente poco difundida “Juan, como si nada hubiera sucedido” (1987), de Carlos Echevarría, director a quien el crítico Fernando Martín Peña reconoce como el documentalista más importante de la Argentina.
El texto representa un excelente compendio para repasar la historia de este género
“Cine documental”, que también podría catalogarse como un típico cuaderno de cátedra, de esos que recopilan material desperdigados en apuntes sueltos, dedica se tramo a final a repasar aquellos aspectos técnicos que hacen a la filmación, como la producción, la dirección, el sonido, la puesta en escena, el guión, el montaje, entre tantos otros aspectos, y a abrir más interrogantes sobre el presente y el futuro de este género cinematográfico en un mundo cada vez más líquido.
De las tantas citas que generan placer encontrar en “Cine documental”, puede tomarse, al azar, una de Chris Marker (un francés nacido en 1921 al que se lo cataloga como el inventor del documental subjetivo) que, según cuenta Prividera, en una carta al pionero ruso Medvedkin, escribe: “¿Recordás cómo lloraste al ver cómo dos imágenes juntas podían tener sentido? Hoy, la televisión inunda todo el mundo con imágenes sin sentido y ya nadie llora”.
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