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TAMARA SPARTI (*)
Tradicionalmente, hemos concebido a la adolescencia cómo un período lineal, muchas veces estático, que consiste en esa transición entre la infancia y la edad adulta. Período con ciertas características fácilmente identificables: la búsqueda de la identidad, la caída de las figuras paterna y materna, el abandono de las características infantiles a partir de los cambios físicos, cómo consecuencia de la pubertad.
Esta concepción, que aún se sostiene desde el sentido común y desde perspectivas medicalizantes (es decir aquellas que atribuyen una razón médica a diferentes cuestiones vitales), nos resulta inadecuada frente a algunos interrogantes que nos plantean las adolescencias hoy.
En primer lugar, es interesante el uso del plural. No hay una adolescencia que podríamos llamar normal o saludable, sino que hay modos singulares de transitar este momento vital.
Sin embargo, algunas cuestiones de época nos interpelan:
¿Qué sienten los y las jóvenes hoy y cómo lo expresan?
¿Hay lugares/personas/instituciones que son capaces de oír/alojar estos sentires?
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Pareciera que algunas de las características propias de la época, obturan la posibilidad de esta circulación emocional.
La época nos presenta un escenario con un tiempo trastocado. Con prisa y sin pausas. En algunos ámbitos, con escaso ejercicio (y cierto desprestigio) de la palabra.
En este contexto, vemos jóvenes a los que les cuesta detenerse, tolerar las pausas y muchas veces, con dificultades para servirse de recursos simbólicos que les permita tramitar sentimientos, emociones y sensaciones.
En estas condiciones, todas estas cuestiones emocionales, terminan por expresarse o traducirse brutalmente y nos encontramos con jóvenes abúlicos, con trastornos alimentarios, adicciones, y otras manifestaciones en el cuerpo.
¿Cómo podríamos contribuir a un mejor destino para estos sentimientos y emociones de los y las adolescentes?
Para comenzar, es necesario generar espacios en los cuales la palabra circule y sea tenida en cuenta de manera genuina. La casa, la escuela, las actividades artísticas y deportivas deben garantizar estos lugares.
Hacer lugar a los interrogantes que surjan, acompañando amorosamente el camino por el que nos lleven. No se trata de dar respuestas inmediatas, pero tampoco de dejar en soledad a quien soporta una pregunta.
Es importante que los y las jóvenes establezcan y sostengan lazos con pares y también, contar con adultos referentes que escuchen, contengan y acompañen.
Las adolescencias se caracterizan por ponernos en cuestión. Como adultos y adultas, sería un gran gesto, aceptar el reto: cuestionar y cuestionarnos. Una revisita a nuestras propias adolescencias podría resultar un valioso material para sensibilizarnos.
Acompañar sin saber, sin certezas, sin prejuicio, a la espera de la sorpresa, de “eso” que está por nacer, de la creación singular de cada quien, dando la bienvenida y celebrando lo nuevo.
(*) Licenciada y profesora en Psicología. Orientadora Vocacional.
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