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Cuando el amor es más fuerte: bodas que esperaron años

Los protocolos de las coronas europeas han causado infelicidad a cientos de sus herederos a la hora de contraer matrimonio, aunque algunos verdaderamente enamorados optaron por rebelarse y esperar que la modernidad les juegue a favor

Cuando el amor es más fuerte: bodas que esperaron años

Carina y Gustavo se casaron en 2017, tras 19 años de noviazgo

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

10 de Julio de 2022 | 07:51
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Si Máxima o Letizia piensan que la tuvieron difícil a la hora de ser aprobadas sus bodas es porque no conocen las historias de amor que recordaremos hoy cuyos protagonistas tuvieron que esperar años para pasar por el altar.

Príncipes y princesas, reyes y reinas han tenido y siguen teniendo grandes privilegios pero también la obligación de cumplir a rajatabla con el protocolo y las leyes dinásticas que, en muchos casos, les impedía casarse con quien quisieran. De hecho, el amor como condición para el matrimonio parece cosa del siglo XX y son muy pocos los casos de flechazo, noviazgo apasionado y matrimonio enamorado de los que tenemos registro. La reina Victoria y el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha es una de las pocas excepciones y hay que decir que, además, fue una boda conveniente.

Otro gran amor fue el que protagonizaron Nicolás II, el último emperador de Rusia, y la princesa Alejandra de Hesse pero tuvieron que esperar diez años para casarse. Nicky y Alix, como se los conocía, eran primos segundos y se habían conocido, siendo adolescentes, en 1884. Ella era una de las nietas preferidas de la reina Victoria y no apoyaba para nada los sueños románticos de Alix para con su primo. “Esos horribles rusos son unos salvajes”, decía y no les iba a entregar a su dulce y delicada nieta. Tampoco es que a los padres de Nicky les hiciera gracia emparentarse con Inglaterra. Preferían mil veces a una princesa francesa para el futuro zar. Estaba, además, el tema religioso. Alix era una luterana muy devota y si se casaba con Nicky debía convertirse a la ortodoxia. Tenían todo en contra pero cada vez que se encontraban saltaban chispas y la correspondencia regular que mantenían era apasionada. Finalmente, en 1894, ambos asistieron a una boda y Nicky volvió a declararse en presencia de toda la familia, incluso de la reina Victoria que con mirada asesina reprendía a su nieta y le pedía que se negara. Toda la familia estaba pendiente de la respuesta de la chica que al final, después de diez años de idas y vueltas, dio su consentimiento. La pareja tuvo un final trágico pero se amaron incondicionalmente hasta el último día de sus vidas.

Cirilo Vladímirovich Romanov y Melita junto a sus hijos

Está de más decir que con tanto aspaviento los novios de aquella boda no tuvieron ningún protagonismo y hasta ellos estaban más pendientes de lo que pasaba con Alix y Nicky que de sus propios esponsales. Después de todo lo de ellos era un matrimonio por conveniencia. Se trataba de la pareja formada por el príncipe Ernesto Luis de Hesse, hermano de Alix, y Victoria Melita de Sajonia-Coburgo-Gotha, otra nieta de la reina Victoria, quien había oficiado de celestina. Ernesto era homosexual y no tenía ningún interés en casarse pero necesitaba herederos para su ducado. Por otro lado, Melita estaba enamorada desde 1891 de Cirilo Vladímirovich Romanov, un primo de Nicky, pero no había sido tan valiente como Alix de defender la postura de una boda con un ruso y había terminado aceptando una boda sin amor. Sin embargo hay una luz al final del túnel. La pareja de Ernesto y Melita como todos menos la reina Victoria suponían, no fue feliz y terminó divorciándose. Ella volvió a los brazos de Cirilo y casi 15 años después de conocerse lograron casarse. Y menos mal que lo hicieron: sus descendientes son los actuales pretendientes del trono ruso y pertenecen a una de las pocas ramas de los Romanov que no han sucumbido a los destinos trágicos de esa familia.

Bertil y Lilian sellaron su amor 33 años después de haberse conocido. Ella tenía 61 y él 64

 

Ya entrado el siglo XX y con el advenimiento de las guerras mundiales y la democratización de las monarquías, las leyes y costumbres se fueron relajando y el amor comenzó a verse como un sentimiento conveniente a la hora de contraer matrimonio. Pero hubo algunos reyes tercos que no consentían que sus herederos eligieran fuera del Gotha a la princesa de sus sueños. Y eso fue lo que dio pie a una de las historias de amor más románticas de la realeza. Corría el año 1947 y reinaba en Suecia Gustavo VI Adolfo. Este rey tenía un hijo, ya casado, que le había dado un nieto. Por lo tanto la sucesión estaba asegurada. El rey, además, tenía otros tres hijos de los cuales dos habían renunciado a su condición de herederos para casarse con novias plebeyas. El único soltero era Bertil quien por ese entonces estaba en Londres trabajando en la Embajada de Suecia. En un club nocturno había conocido a una modelo, actriz y bailarina (casada) llamada Lilian May Davies. Él se había presentado como “príncipe de Suecia” y ella, incrédula, le había contestado que era “la reina de Saba”. Aclarado los términos comenzaron un romance apasionado que hizo que ella se divorciara y que él pensara en renunciar a sus títulos para casarse. Pero el destino les jugó una mala pasada: el 26 de enero de 1947 su hermano mayor perdió la vida en un accidente de avión y así fue como Suecia se quedó sin príncipe heredero. En caso de fallecimiento del rey le sucedería su nieto pero el pequeño Carlos Gustavo tenía solo 9 meses. Bertil, por lo tanto, tuvo que regresar con urgencia a Estocolmo para oficiar de tutor y regente de su sobrino y quedarse a cargo del trono en caso de que su padre se tuviera que ausentar de Suecia. El príncipe Bertil ya no podía casarse con una plebeya divorciada porque su padre, su sobrino y Suecia lo necesitaban.

El muchacho tenía 35 años, simpático y de buena planta; el candidato ideal para un sinnúmero de princesas europeas que habían sido educadas para reinar. Candidatas le sobraban pero él decidió no renunciar a su amor. No podía darle a Lilian un anillo pero sí un hogar. Aunque al principio se vio con malos ojos que Bertil pusiera pisito a su amante, muy pronto la familia comprendió la situación y Lilian fue aceptada como la eterna novia del tío Bertil. Quiso el destino que nunca tuviera que ejercer de regente ya que cuando Gustavo VI Adolfo falleció, en 1973, su nieto ya era mayor de edad y se convirtió en el rey Carlos XVI Gustavo.

Pasaron unos 10 años hasta que se aprobó la boda entre Nicolás II de Rusia y Alejandra de Hesse

Una de sus primeras diligencias como rey fue propiciar la derogación de la ley que impedía a un monarca casarse con alguien que no fuera de sangre real. La modernización de las leyes dinásticas no solo le permitió a él casarse con Silvia Sommerlath, una joven que había conocido en las Olimpíadas de Munich, sino que se pudo concretar, por fin, la boda entre Bertil y Lilian.

El 7 de diciembre de 1976 en la capilla del palacio de Drottningholm los tortolitos sellaron su amor 33 años después de haberse conocido. Ella había cumplido 61 años y lucía un vestido largo, sin adornos, en color celeste, confeccionado en seda salvaje. En la cabeza, un tocado de plumas y como únicas joyas un extraordinario broche de brillantes y un collar de perlas. Él, de 64 años, llevaba un impecable jaquet. No tuvieron hijos pero ejercieron de abuelos felices de los príncipes Victoria, Carlos Felipe y Magdalena, hijos de Carlos Gustavo y Silvia, quienes los han homenajeado poniendo sus nombres a algunos de sus retoños.

Fueron 19 años los que tuvieron que esperar Gustavo y Carina, pero al fin se casaron en 2017

 

Y así es como llegamos al siglo XXI donde no existen impedimentos para que los integrantes de las casas reales se casen por amor con quien les da la gana. ¿o sí? Veremos.

El 4 de junio mientras todos los seguidores de los asuntos royals estábamos entretenidos con el Jubileo de Platino de la reina Isabel II, se casaba en Alemania el príncipe Gustavo de Sayn-Wittgenstein-Berleburg con Carina Axelsson. Posiblemente son nombres que no les resulten familiares pero a la pareja la hemos visto en todas y cada una de las celebraciones de la Casa Real de Dinamarca y de Grecia. Él es hijo de la princesa Benedicta, hermana de la reina Margarita II de Dinamarca, y del príncipe alemán Ricardo zu Sayn-Wittgenstein-Berleburg. Pero para entender los problemas de esta historia de amor nos tenemos que ir incluso más allá en el tiempo.

Sayn-Wittgenstein-Berleburg es un condado que data del siglo XVII y que a comienzos del siglo XIX se convirtió en principado. Luego fue anexado a Prusia pero sus monarcas conservaron títulos y prebendas hasta que a principios del siglo XX se realizó la unificación alemana y se abolió la monarquía. Aún así a estos nobles se les permitió seguir usando los títulos como apellido y algunas monarquías europeas continuaron reconociéndolos como válidos. Además, si bien tuvieron que acogerse a las leyes civiles, tienen incluso hasta hoy, total libertad para decidir sobre cuestiones dinásticas. Esto le permitió al príncipe Gustavo Alberto de Sayn-Wittgenstein-Berleburg suscribir un testamento, allá por los años 40, que establecía que sus hijos y sus descendientes solo podían heredar el título y las propiedades asociadas a ese título si se casaban con una mujer “protestante y con cuartos aristocráticos en las tres generaciones precedentes” o sea que padres, abuelos y bisabuelos de la candidata debían ser de sangre azul. En este punto hay que decir que este príncipe era un nazi convencido así que no es de extrañar que en ese testamento se haga también alusión a la pureza de la raza.

Bertil y Lilian sellaron su amor 33 años después de haberse conocido. Ella tenía 61 y él 64

Gustavo Alberto desapareció en 1944 en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Nunca se encontró su cuerpo y fue declarado muerto en 1969. Su hijo, Ricardo, al casarse con una princesa danesa no tuvo inconvenientes en heredar y su hijo, Gustavo, parecía que seguía el mismo camino ya que se comprometió en 2001 con una aristócrata francesa. Pero la pareja nunca se casó porque, dicen, ella no quiso firmar un contrato prenupcial que consideraba abusivo. En 2003 Gustavo conoció a una modelo, relacionista pública y escritora de libros juveniles de la que se enamoró perdidamente, pero Carina Axelsson era católica, había nacido en Estados Unidos, su madre era mexicana y su padre sueco. En definitiva estaba muy lejos del ideal establecido en el testamento de su abuelo. Si se casaba con ella perdería el derecho al título y a las propiedades. Y así fue como comenzó una batalla legal para impugnar un testamento que en pleno siglo XXI parecía obsoleto. Las cortes alemanas sentaron jurisprudencia en cuanto al derecho a las propiedades pero se declararon incompetentes en cuanto al título de príncipe y el castillo asociado al título. Gustavo entonces apeló a los Tribunales Europeos por los Derechos Humanos. En 2017 falleció su padre y Gustavo se convirtió en jefe del principado y al poco tiempo recibió la noticia de que, por fin, la “cláusula nazi” del testamento de su abuelo había sido anulada y podía llevar a Carina al altar. Fueron 19 años los que tuvieron que esperar pero al fin lo lograron. La boda se celebró en el castillo de Berleburg y asistieron Federico y Mary, los príncipes herederos de Dinamarca, y otros miembros de la familia real. Tanto Carina como su marido tienen 53 años así que es muy posible que no tengan descendencia y el título finalmente pase a alguno de sus tíos o primos que estarán agazapados esperando. Ninguno de ellos se casó con damas de sangre real pero Gustavo ya les allanó el camino.

No podemos dejar de nombrar en esta reseña a un hombre al que la providencia le ha dado el don de la paciencia, un hombre que parece estar siempre esperando. Nos referimos a Carlos de Inglaterra, quien no solo es el príncipe de Gales más longevo, sino que tuvo que esperar más de 30 años para casarse con el amor de su vida. Camila, que de ella se trata, cumple estos días 75 años y está siendo protagonista de múltiples reportajes y notas en la prensa británica.

La de ellos es una historia de amor peculiar y controvertida sobre la que ya nos explayaremos, pero tan fuerte como las que retratamos en esta nota. Sin duda en algunos casos, el amor es más fuerte.

El príncipe Carlos y Camila vivieron una tormentosa historia de amor

 

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