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Las bombas de Carrió, la crisis de liderazgo en JxC y el empoderamiento de Massa

Las bombas de Carrió, la crisis de liderazgo en JxC y el empoderamiento de Massa

Elisa Carrió reapareció e hizo mucho ruido / web

Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

13 de Agosto de 2022 | 02:08
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El tembladeral que se generó en Juntos por el Cambio a raíz de la contundente aparición pública de Elisa Carrió, una de sus socias fundadoras, puso en evidencia un problema central que atraviesa la alianza opositora desde que le tocó dejar el poder a fines de 2019: una crisis interna de liderazgo y de connotaciones identitarias.

Es verdad que Lilita, con su recitado cáustico en señales de noticias cuidadosamente elegidas, llegó al límite del agravio. Como le hizo notar Horacio Rodríguez Larreta, uno de los que se salvó de su verba huracanada. Pero también es cierto que, como otras veces en las que salió de esa suerte de exilio autoimpuesto en Exaltación de la Cruz, dijo algunas verdades. Crueles, pero verdades al fin. A Carrió, por otra parte, se le pueden achacar muchas cosas, incluso aires de mesianismo. Pero es innegable que su formación intelectual y política le da una cierta mirada estratégica de la coyuntura.

Una aparición que no es casual

No es casual que Lilita haya salido con todo en la semana de empoderamiento de Sergio Massa, el ministro de Economía con pretensiones de salvador que logró opacar, en términos de percepción de poder, a un ya deslucido Presidente. El eje de sus cuestionamiento a los dirigentes de Juntos fue, justamente, las relaciones de éstos con Massa. Muchos cultivan amistad de años con el tigrense pero la líder de la Coalición Cívica se encargó de cubrir esos lazos con la sospecha de que, más que el amor, los unen los negocios espurios. Que, por cierto, nunca precisó del todo.

En cierta manera, Lilita inoculó a Juntos por el Cambio de antimassismo. Fue en contra de escenarios electorales posibles que han trazado dirigentes de ese espacio en reuniones reservadas y que se elaboran en base a la teoría de desalojar para siempre al kirchnerismo del poder, pero sin Mauricio Macri como parte del esquema. O todo lo que él representa. El presidente del radicalismo, Gerardo Morales, de estrecha relación con Massa, es uno de ellos. Lo mismo que justicialistas como Emilio Monzó, el cordobés Juan Schiaretti, el salteño Juan Manuel Urtubey, algunos hombres que responden a Roberto Lavagna o hasta Florencio Randazzo, que se ven a sí mismos como referentes de una suerte de panperonismo republicano.

Carrió puso en aprietos a Macri con su propia gente cuando aseguró que sus dichos venenosos tenían el visto bueno del ex presidente o, al menos, que se los había adelantado antes de aparecer en la televisión. Cierto o no, la infidencia también le sirvió como respaldo político inicial a su cruzada, como para no quedar como un “llanero solitario” subido a un pedestal. Posteriormente, Macri sólo escuchó diatribas contra Lilita de parte de los suyos. Dicen que no se hizo cargo.

Desde que perdió las elecciones con Alberto Fernández, Macri asoma obsesionado por mantener la centralidad en Juntos. Que es lo mismo que decir que lucha contra los que, dentro de la alianza opositora, quieren jubilarlo. Incluso en el PRO, su creación personalísima, hay cierta tendencia al parricidio político.

Y todo esto es porque la oposición no tiene un líder definido, como sí era Cristina Kirchner cuando gobernaba Macri. El politólogo Hernán Reyes, director de la consultora Reyes & Filadoro Comunicación Estrategia, asegura que en sus mediciones de opinión pública no aparece la percepción de un líder nato que despegue en la vereda opositora. Y explica que en algunos sectores sociales, y en ciertas zonas geográficas, ese rol lo ocupa el libertario Javier Milei, con un historia política que recién está en el prólogo.

Aquella tendencia en Juntos por el Cambio a jubilar a Macri obedecería, sobre todo, a lo que internamente denominan la herencia que dejó el gobierno macrista. Que, traducido en términos de opinión pública, debe leerse como una percepción social pobre, sobre todo, de la gestión económica. No muy bien ponderada, digamos. Más allá de que: a) puesto a enfrentar el duelo de la polarización post Paso del 2019, Macri hizo una remontada que no le alcanzó pero lo ubicó con un digno 41 por ciento en la carrera final por la Casa Rosada; y b) el actual gobierno de Fernández no logra encontrarle la vuelta a la economía, al punto que está logrando un raro fenómeno histórico según el cual una administración peronista aparece empeorando frente a su antecesora.

Si la percepción de la gente sobre lo que dejó en materia económica el macrismo no es buena y ese cartucho que había generado expectativa en 2015 está quemado, acaso haya que entrarle a la sociedad por otro lado. ¿Estará pensando Lilita en eso cuando habla de que Juntos debe tener “reglas decentes” y de la transparencia como eje rector de la coalición?

Reformulación de identidad

Se trataría de una reformulación de identidad, más cerca de lo que ella concibió para su Coalición Cívica e incluso antes, con el extinto ARI. Porque Carrió no habla de romper la alianza, incluso ratifica la necesidad de la unidad. En todo caso, apunta a preservar cierta pureza constitutiva. En eso coincide claramente con Macri, que se espanta cada vez que alguien le dice, a modo de crítica, que Juntos conceptualmente “es lo mismo” que el ahora oficialismo.

Juntos por el Cambio, antes llamado Cambiemos, nació para ganarle la elección al kirchnerismo con aires de novedad. Se convirtió en su némesis electoral. Encarnar eso representó el gran logro de Macri como candidato presidencial en 2015 y fue lo que llevó a que el radicalismo, siempre más relacionado con la corporación política tradicional, debiera aceptar el rol de actor de reparto en la faena posterior de gestión.

Esa lógica pasada se ha trastocado ahora porque la UCR aparece más competitiva, con mayor dinámica interna, con cierta voracidad, con caras nuevas para ofrecer como Facundo Manes. Con su última aparición, Lilita pareció intentar lo que no puede hacer Macri por la limitación que supone su condición de presidenciable en suspenso para evitar la jubilación: ser la voz ordenadora de las prioridades opositoras, hoy alteradas por un evidente caos interno.

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