
Susana Roussy, mamá de Gonzalo, forma parte de la Dirección provincial de diversidad sexual
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Cuando el niño comenzó a transicionar Susana emprendió un arduo camino de aprendizaje con el que hoy ayuda a otras familias que atraviesan una situación similar
Susana Roussy, mamá de Gonzalo, forma parte de la Dirección provincial de diversidad sexual
Camila Moreno
Camila Moreno
Con tan solo 10 años, quien hasta ese momento era su hija se paró frente a Susana y le dijo: “mamá soy Gonzalo”. Así, con esas tres palabras, la vida que conocía cambió por completo. De golpe ante sus ojos nacía un nuevo hijo, un niño trans, al que entre dudas y miedos eligió acompañar desde el primer momento.
Hoy, a ocho años de aquella revelación de su hijo que puso su mundo patas para arriba, en un contexto en el que se sabía poco y nada sobre la temática -la Ley de Identidad de Género había sido sancionada apenas dos años atrás-, Susana Roussy aún se sorprende de la claridad con la que manejó la situación aquel niño que “no me dijo ‘me siento’ o ‘creo que’ sino que afirmó ‘soy Gonzalo’”.
Junto al proceso de transición de su hijo, ella inició su propio camino de aprendizaje. Es que “en ese momento particularmente no entendía nada, tampoco se hablaba tanto de infancias trans. Había salido la noticia de Luana, la primera nena en tener su documento, pero no había nada”, sostuvo Susana, quien hoy forma parte de la Dirección provincial de Diversidad Sexual del Ministerio de Mujeres y acompaña a familias de niños y adolescentes trans.
Si bien nunca cuestionó lo que le ocurría a Gonzalo ni dudó en apoyarlo, reconoció que “fue muy complicado porque no entendía la diferencia entre la orientación sexual, la identidad de género o la biológica. Realmente no entendía esa diferencia, entonces se me hacía difícil comprender qué era lo que me decía mi hijo”. Ante esto “me puse a googlear, a estudiar y lo que más me costó entender no fue el cambio de sexo, sino el de identidad, el cambio de nombre”, recordó.
PROCESOS INTERNO
El proceso interno de Gonzalo comenzó antes de contarle a sus padres lo que le sucedía. En ese momento Susana notaba que “algo le pasaba, porque no estaba bien, estaba triste, pero yo no entendía qué le ocurría. Creía que tenía que ver con su orientación sexual pero eso no era un tema en mi casa; entonces no entendía qué era lo que lo ponía mal”. Para afrontar este malestar que su madre percibía, Gonzalo se refugió en “su hermana mayor, al mismo tiempo empezó terapia y tuvo como un año de elaboración hasta que nos lo contó a su papá y a mí”.
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Pero a pesar de las ganas y de la buena predisposición “hubo situaciones que fueron complicadas en las que no supe cómo responder, pero en ningún momento dudé en alojar lo que le pasaba, no sabía cómo pero no tenía dudas en estar para él”, expresó. En el fondo, estos sentimientos o los temores provenían todos desde el desconocimiento, es que como explicó Roussy “Gonza fue la primera persona trans que conocí y ahí fue que me pregunté cómo puede ser que haya llegado hasta los 38 años sin haberme cruzado con nadie, ni en la facultad, ni en un consultorio médico, ni en el trabajo. Eso es algo muy sintomático de la situación que fue cambiando y hoy a partir del cupo laboral trans nos da la oportunidad de conocer”.
AFRONTAR EL AFUERA
Gonzalo tuvo la fortuna de contar con el apoyo de su familia, algo que es una rareza dentro del colectivo travesti trans, ya que al momento de manifestar su identidad muchas personas suelen ser expulsadas de sus propios hogares y luego de cada uno de los ámbitos sociales que habitaban hasta el momento. Allí radicó la mayor preocupación de Susana: cómo iba a ser tratado su hijo fuera del lugar seguro que había construido en su casa.
“A mi a nivel emocional, como cualquier situación nueva, me generó algo pero enseguida me acomodé. Lo doloroso vino después, cuando salimos a decirle al mundo y a dar pelea”, rememoró Susana. La primera de las batallas fue con el sistema médico. “En el Hospital de Niños Sor María Ludovica nos dijeron que no estaban preparados, que no sabían cómo hacer, pero yo ya había leído la ley así que fui preparada con una copia, les dije ‘ustedes no pueden no atenderlo’, fue una lucha de meses hasta que se hizo público el caso, lo que generó la presión necesaria para que lo atendieran y a partir de ahí se creó un equipo de atención integral especializado para infancias y adolescencias trans, el primero de la Provincia”.
La escuela fue otra de las instituciones en las que Gonzalo y su familia se toparon una y otra vez con actos discriminatorios. Cuando él inició su proceso de transición pidió cambiarse de colegio, en ese momento estaba en quinto grado y sexto ya lo cursó en un nuevo lugar. Pero al finalizar el año dio el salto al secundario donde comenzó el calvario: “La pasaba muy mal y quiso cambiarse otra vez”, contó Susana, algo que “fue muy complejo. Si bien siempre cuidé la identidad de Gonza, el caso se había hecho conocido a partir de lo del hospital, por lo que encontrar otro colegio no fue fácil”. Para seguir el deseo de su hijo y encontrar un lugar en el que realmente fuera bienvenido tuvo entrevistas en “42 escuelas en las que me rechazaron con el argumento de que no sabían sobre el tema, tanto escuelas privadas como del Estado”, confirmó Susana quien planteó que “buscaba un lugar que decidiera alojar a mi hijo. Vos podés pelear por una vacante en una escuela pública pero lo que quería era que estuviera bien, con referentes empáticos que lo acompañaran”.
Es que una cosa es que la institución lo deje estudiar allí y otra que toda la comunidad educativa lo acepte como un compañero más y allí es donde entran en juego los mecanismos de exclusión y expulsión que “no son necesariamente puestos en palabras”, señaló Susana. Ellos los sufrieron todos, “desde familias católicas que no querían que vaya con sus hijos, hasta que te saquen del grupo de WhatsApp de las familias o que no te saquen pero que de golpe deje de funcionar porque armaron otro paralelo”, enumeró y añadió: “También otras cuestiones por las que peleamos, como que le cambien el nombre en el registro, pero después en la práctica todos seguían nombrándolo en femenino, entonces el cambio de registro fue una simple formalidad que esta buenísima, pero si no está acompañada por un alojamiento real no sirve de nada”.
Finalmente, el Normal 1 fue la escuela en la que Gonzalo encontró “un lugar que lo alojó, con toda la falta de recursos con los que acarrea la escuela pública, pero ahí decidieron alojarlo y a partir de ahí yo empecé a trabajar con ellos y a llevar capacitaciones”. De todos modos vivieron “situaciones muy violentas con algunos profesores particulares y cuestiones con familias, pero institucionalmente optaron por acompañarlo”, apuntó Susana y reveló que “el año que egresó Gonza terminaron sus estudios otros tres chicos trans”.
“Lo que se necesita básicamente es empatía, la complejidad a la situación se la da la sociedad. Por ahí yo era muy naif, pero lo que me sorprendió fue que un montón de chicos estaban dispuestos a atacar a mi hijo simplemente por decir quién era, yo la verdad no podía creer lo que vivía, hasta de personas muy cercanas”, expresó.
La esperanza de vida
La expectativa de vida de las personas trans es de entre 35 y 40 años, la mitad del resto de la sociedad, lo que tiene que ver exclusivamente con las constantes expulsiones que sufren en los distintos ámbitos que les restringen derechos fundamentales como el acceso a la educación, al trabajo y a la salud. “Eso fue lo que más me angustió, de golpe de un día para el otro mi hijo perteneció a un colectivo que tenía la mitad de esperanza de vida del resto de la población. Eso es realmente así, gracias al cupo yo hoy tengo compañeras de más de 40 años que son sobrevivientes y así como hay políticas reparatorias para ellas también son necesarias las de prevención para que no tengamos que llegar a la reparación”.
Ese fue uno de los objetivos que se puso, que las barreras que tuvieron que romper con su hijo le allanaran el camino a los que le seguían. “Muchas cosas, como los problemas que tuvimos con la obra social, las podíamos solucionar con un amparo, pero la verdad es que no quería eso, quería hacer algo que quedara para el resto”.
Hoy trabaja en una línea de atención que asesora a familiares o adultos -no es necesario que los una un vínculo filial- que alojan a personas en esta situación. Es que “más allá del acompañamiento que pude hacer con Gonza, lo que vi fue muy jodido, es muy difícil transitar la adolescencia siendo una persona trans”. Es por eso que se ocupa de que quienes estén a su lado tengan las herramientas necesarias para afrontar cada momento.
Pero nada es gratuito, “yo sufrí muchos ataques por poner la cara públicamente, veía un odio que no podía creer”, declaró Susana. “En ese momento estaba eso de ‘con mi hijo no te metas’ y han hecho abrazos a donde yo iba a dar charlas, recibí amenazas, tuve que cerrar mis redes sociales. Hasta que en un momento los encaré y les dije ‘yo no me estoy metiendo con tu hijo, vos te estas metiendo con el mío, no lo dejás ir a la escuela, al hospital, me parece que es al revés’”, dijo y aseveró: “Es muy doloroso como mamá ver esto, yo lo que me propuse fue poder revertir eso al menos para las próximas generaciones”.
Los prejuicios de la edad
A todos los prejuicios que puede haber con respecto a las personas trans, en este caso se les suman los de la edad, desde una mirada adultocentrista se puede llegar a creer que se trata de “cosas de chicos” o que son muy pequeños para tomar tal decisión. Para Susana, en esos casos, lo primero a esclarecer es que en infancias y adolescencia los tratamientos a los que se someten no son irreversibles, no hay intervenciones quirúrgicas, sino que “son inhibidores hormonales que lo que hacen es que no se desarrollen los caracteres del género biológico. Al dejar de usarlos vuelven a aparecer, no es un tratamiento de hormonización cruzada, eso se hace después de los 16 años”.
Además, en ese sentido, hay un “proceso de maduración física y psicológica que se acompaña, una de las cosas que más rechazo genera es que es muy chico para tomar esas decisiones, los tratamientos no son irreversibles, es importante remarcar eso porque es uno de los argumentos en contra y la verdad que no es así”, remarcó.
Otra de las cosas que le dijeron cuando su hijo comenzó a transicionar fue “qué pasa si se arrepiente”, ella no ve allí ningún tipo de problema ya que “no le estoy respetando el derecho a ser un varón, le estoy respetando el derecho a construir su identidad y eso es dinámico. Si yo acepto que las cosas son así, que la identidad se construye, ¿cuál sería el problema si después transiciona de nuevo? Porque en definitiva no está tomando ninguna decisión irreversible entonces por qué no acompañar”.
En definitiva, lo fundamental es “entender que el derecho a la identidad es un derecho de los niños, a pesar de que los padres acompañen o no siguen teniendo el derecho. Nadie tiene la potestad de suprimirles el derecho a la identidad. Hay que salir del adultocentrismo de creer que podemos decidir sobre ellos ya que apoyemos o no hay una ley que los ampara y determina que tiene derechos”.
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A los 10 años Gonzalo comenzó a transicionar / Freepik
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