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La Ciudad |Cannabis medicinal

Madres platenses que cambiaron las vidas de sus hijos

Claudia y Carolina, dos pioneras de la Ciudad en la materia, relatan cómo rompieron sus prejuicios para adentrarse en el mundo del autocultivo y producción de aceite

Madres platenses que cambiaron las vidas de sus hijos

Candela y Carolina cuidando una de sus plantas

Camila Moreno

Camila Moreno
cmoreno@eldia.com

2 de Marzo de 2025 | 04:25
Edición impresa

“Llevamos una vida de tratamiento. Mi hijo hoy tiene 32 años, pero a los dos meses empezamos con las terapias y la rehabilitación”, contó Claudia Pérez, presidenta de Madres Cultivadoras Argentinas con sede en La Plata, quien encontró en el cannabis medicinal un alivio para los padecimientos de su hijo.

Días atrás, el Gobierno de Javier Milei anunció que revisará el registro para cultivar aceite de cannabis, por las sospechas de que se pueda hacer un presunto uso para fines de “narcomenudeo”.

“Mi hijo tiene una parálisis cerebral leve de nacimiento y síndrome de Asperger. Esto le provocaba trastornos de ansiedad, trastornos de sueño, desórdenes conductuales. También el tono muscular era muy tenso, por lo que se le dificultaba todo lo que tenía que ver con la rehabilitación motora”, relató Claudia. Y añadió que “a los seis años descubrimos que además tenía convulsiones, no las habíamos detectado antes porque las tenía solamente cuando estaba dormido. Ahí tuvimos que empezar con medicación neurológica”.

Durante las primeras dos décadas de vida de su hijo, ni Claudia ni su marido sabían de las propiedades del cannabis. Hasta ese momento se movían dentro de las terapias convencionales, pero había algo que no les gustaba del todo: el tipo de medicación. “Lo sentíamos un poco antinatural, pero sabíamos que teníamos que hacer algo porque había una cuestión orgánica que atender. Esos años que estuvo solo con medicación me sentí un poco incómoda porque uno va viendo los efectos adversos que tiene, y que pueden ser más o menos complejos”, advirtió la mujer.

En ambos orificios de la nariz le salían ampollas con pus que le generaban dolor, la boca se le llenaba de aftas y se le caía el cabello. Esos fueron algunos de los efectos secundarios de la medicación de su hijo, que comenzaron a preocupar a Claudia, inquietud que se acrecentó cuando comenzaron a darle medicación psiquiátrica. “La esquivamos durante mucho tiempo, pero tuvimos que darle porque sus desórdenes conductuales eran muy complejos. Se la pasaba a los gritos, alterado y con un nivel de ansiedad altísimo que realmente le impedían hacer su vida normal, ir a las terapias, a la escuela o salir a la calle. Pero eso también tuvo efectos adversos: la desconexión. Teníamos a una persona un poco más tranquila, parecía más regulada en este desorden, pero en realidad estaba desconectada. Si antes no podía conectar con sus actividades, seguir aprendiendo y demás, porque estaba desregulado, con la medicación igualmente fue imposible porque él no estaba ahí. Estaba desconectado, era como que estaba ausente”, recordó la mujer.

Un cambio de paradigma

Su hijo ya había cumplido 23 años pasando de terapia en terapia y de medicación en medicación sin encontrar algo que realmente lo ayudara plenamente. Además de la medicina tradicional habían probado otro tipo de terapias como la equinoterapia, por ejemplo, pero sin los resultados esperados.

Corría el año 2016, cuando Claudia se encontró en los pasillos de un hospital con otra mamá que le contó que había comenzado a administrarle aceite de cannabis a su hija y su calidad de vida había mejorado notablemente.

“Esa charla muy cortita a mí me despertó una inquietud. Así que cuando llegué a casa me puse a investigar por internet. Estábamos con el papá de mi hijo y empezamos a ver que esto podía ayudar a regular y a disminuir la ansiedad, que podía mejorar el ciclo de sueño, que podía disminuir las convulsiones y disminuir el dolor. Dijimos, ¿por qué no probar con algo que es natural, que es de baja toxicidad?”, expresó Claudia.

Fue así que se adentraron en el mundo del cannabis. “Nosotros no teníamos ningún vínculo con la planta, no conocíamos a nadie que hiciera uso de la planta, no sabíamos para dónde ir, no teníamos idea. Empezamos a formarnos a partir de la historia de las mamás chilenas, que fueron las que originaron todo el movimiento. Conocimos cultivadores dentro de la zona, que muy generosamente nos ayudaron, nos compartieron plantas y nos enseñaron a cuidarlas. Un compañero nos regaló un frasquito con flores, porque nosotros recién empezábamos y nos iba a tomar un tiempo llegar al punto de poder elaborar un aceite y ahí hicimos nuestro primer aceite”, manifestó la mujer, que aclaró que hace casi una década atrás, cuando ellos empezaron era mucho más tabú.

“La primera noche la tomó mi marido, una gotita. La segunda noche tomé yo, otra gotita. Después hicimos una especie de ateneo familiar y hablamos de qué nos había pasado, porque nosotros no teníamos relación con la planta, entonces también teníamos un poco de prejuicios, pero no nos pasó absolutamente nada, simplemente descansamos. Así que a la tercera noche se lo dimos a él. Hasta antes de esa noche se dormía súper alterado, tardaba por lo menos dos horas, no lograba que se relajara, no se lograba despegar de lo que lo atormentaba. Esa noche durmió en mi cama, leímos un libro y se fue relajando, hasta que se quedó dormido”, relató Claudia.

Los resultados fueron inmediatos, “esa primera noche durmió como no había dormido nunca antes, sinceramente. Y después, conforme fueron pasando los meses, empezamos a notar que bajaron sus niveles de ansiedad y las crisis dejaron de ser tan fuertes. En sí la planta no curó nada pero ayudó a regular un montón de cosas”, definió la mamá, que para ese entonces descubrió una forma significativa de ayudar a su hijo. “A los siete meses le repetimos un estudio polisomnográfico, con el que le detectaban sus convulsiones, y salió completamente libre de convulsiones. No las tenía. No estaban. Desde ese estudio que le hicimos en 2017 hasta el último que le hicimos el año pasado, siempre salió libre de convulsiones”, apuntó.

Amparados en esta mejoría de su hijo, junto a otras madres que se encontraban en la misma situación fundaron la ONG Madres Cultivadoras Argentinas, con la que impulsaron la sanción de la ley 27.350, “donde se crea el registro, que sería el Reprocann, para estar autorizados para poder cultivar”, detalló la mujer.

“Mejora la calidad del entorno familiar”

Candela Grossi, mamá de Carolina (11 años) y parte de la Asociación Cultivo en Familia, siguió un camino similar al de Claudia.

Su hija, Caro, tiene autismo y desde los 3 año le administran aceite de cannabis. “Hoy en día está estabilizada, es una nena que está integrada, pasó a sexto grado y fue escolta de la bandera bonaerense. Dentro de su estructura diaria, de lo que significa tener un diagnóstico de autismo, está muy bien”, relató la mamá.

Pero esto no siempre fue así. “Tenía muchos problemas para dormir. Yo le decía que era como un demonio de Tasmania, estaba todo el tiempo dando vueltas, hiperquinética, golpeándose, autoagrediéndose”, explicó.

En 2016, Candela descubrió en redes sociales una charla llamada “autismo y aceite de cannabis” y le llamó la atención. “En ese momento ella dormía muy poco, me puse a investigar y había muy poca información. Eso fue en septiembre. En diciembre de ese mismo me regalaron flores y con la ayuda de un cultivador logramos hacer el primer aceite que ella usó”, apuntó Grossi.

“Al tercer día de consumirlo, ella se sentó cinco minutos a la mesa a comer. Un montón para nosotros, porque ella merodeaba todo el tiempo, estaba inquieta todo el tiempo. Y que se haya sentado a comer y prestando atención a lo que estaba haciendo fue un gran logro para nosotros. Nos miramos con mi marido y dijimos ‘es por acá’”, recordó Candela.

Además de Carolina, el matrimonio tiene otros dos hijos que actualmente tienen 18 y 10 años. “Lo que se vivía en casa era un trajín cada día, y eso cambió”, expresó.

“Mejoró la calidad de vida de Caro, pero también la de toda la familia, porque el entorno familiar también sufre”, opinó la madre. Y concluyó: “El cannabis significa un cambio para el usuario y para el entorno. Vos ves que sus abuelos pueden disfrutar y que su tía la puede sacar a pasear. O en el caso de las personas adultas que lo usan, ver que pueden disfrutar a sus nietos, o sus hijos los ven que ya no sufren. Es el entorno familiar que cambia”.

“Mejoró la calidad de vida de Caro y toda la familia, porque el entorno también sufre”

 

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Candela y Carolina cuidando una de sus plantas

Junto a otras madres, Claudia conformó la ONG Madres Cultivadoras Argentinas

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