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El escritor de 77 años, Stephen King / EL DIA
Antes de ser el rey del terror, Stephen King fue un joven escritor que publicaba en revistas como Cavalier, donde en 1972 apareció “Hay que aguantar a los niños” (Suffer the Little Children). Un cuento breve pero demoledor, que condensa ya muchas de las obsesiones futuras del autor: la paranoia, la infancia inquietante, lo monstruoso que emerge de lo cotidiano y, sobre todo, el miedo como una forma de entender el mundo.
El argumento, en apariencia, es sencillo: Miss Sidley, una maestra mayor y estricta, ejerce su autoridad con mano de hierro en un aula de tercer grado. Su mundo es el del orden, la disciplina y el castigo. Pero todo se tambalea cuando empieza a percibir algo extraño en sus alumnos. Uno en particular parece transformarse ante sus ojos. No del todo, no claramente, pero lo suficiente como para que la duda se instale y la realidad se quiebre. ¿Está perdiendo la razón o los niños realmente están cambiando? ¿Y qué significa ese cambio? King, con su estilo cinematográfico y su pericia para dosificar la tensión, construye una atmósfera cada vez más opresiva. La sospecha se transforma en certeza para la protagonista, que empieza a ver en todos sus alumnos a criaturas de otra especie. La transformación es ambigua, sugerida apenas: “no era tanto que el niño se hubiese transformado, sino que ya no parecía humano”. Y ahí radica uno de los mayores aciertos del cuento: el horror no se apoya en la evidencia, sino en la percepción alterada, en la grieta que se abre entre lo que creemos ver y lo que realmente es.
Pero más allá del elemento sobrenatural, lo que verdaderamente inquieta es la metáfora. Hay que aguantar a los niños se puede leer como una parábola sobre el conflicto generacional, sobre el miedo que los adultos sienten ante una juventud que no comprenden. La maestra no sólo ve monstruos, ve una niñez que ya no responde a sus códigos, que desarma sus certezas pedagógicas y sociales. El verdadero terror no es el niño mutante, sino la ruptura de un mundo conocido.
El cuento propone una pregunta feroz: ¿qué sucede cuando lo nuevo irrumpe de forma incomprensible? ¿Cuando las reglas que construyeron nuestro sentido del mundo ya no aplican? Miss Sidley no tiene herramientas para lidiar con ese cambio, y la única respuesta posible, en su lógica paranoica, es la violencia. Así, King convierte una situación escolar en un espejo oscuro de la sociedad: el aula como campo de batalla entre el orden viejo y la inquietante aparición de lo otro. La masacre con la que culmina el relato funciona como una advertencia sobre los peligros del autoritarismo y del miedo enquistado en la mirada adulta. Entre el terror psicológico y lo fantástico, Hay que aguantar a los niños es una pieza clave para entender el universo literario de Stephen King. No sólo por su construcción narrativa impecable, sino porque instala la infancia como un terreno ambivalente, capaz de encarnar la inocencia más pura o el horror más perturbador.
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