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El carnet de IOMA

Por Ricardo Castellani

23 de Marzo de 2017 | 01:57
Edición impresa

No pretendía iniciar un trámite para importar armas. Tampoco poner un kiosco para vender drogas. Simplemente ambicionaba renovar mi carnet de IOMA.

El frágil papel amarillo que había olvidado plastificar quedó dentro de un pantalón que el lavarropas se encargó de destruir, y un lunar peligroso que me llevó al médico -que me indicó extirpar- me- obligaron a la necesidad de volver a solicitar mi carnet de afiliado con más de 30 años de antigüedad.

Sabedor de las dificultades en las que suelen derivar los trámites administrativos en nuestro país, y particularmente en nuestra provincia, me dispuse a entregarle todas las horas necesarias de una mañana a la renovación de mi carnet. En la clínica en la que se iría a concretar la operación de mi lunar, y tras comentar que había perdido el carnet de mi obra social, me indicaron que fuera a la delegación de IOMA de calle 6 entre 55 y 56, y pedir una constancia de afiliación, que con eso bastaba.

Hacia allí fui para pedirlo. Tras hacer una respetable cola en “Informes”, me derivaron a las ventanillas de atención, para lo que me dieron un número. Era el 132, pero los empleados recién iban llamando por el 96. Bien, me dije, sólo quedan 36 personas por delante. Cuando en los carteles electrónicos se marcó el número 132, me sentí triunfante. Acudí con mi solicitud para que la empleada que me atendió me informara que ese trámite no se hacía allí. Que debía ir al Registro Civil de la calle 46 para “denunciar la pérdida del documento”, y con esa denuncia ir a la sede de IOMA de la calle 7 entre 41 y 42, además de documento de identidad y recibos de sueldo.

Como ya ésta primera frustración me había consumido unas cuantas horas y por la tarde debía trabajar, decidí postergar la gestión para el día siguiente.

Esa mañana, armado de valor, me trasladé hasta el Registro Civil de calle 46 entre 4 y 5. Nuevamente una cola bastante considerable en “Informes”, donde el empleado del momento me indicó dirigirme al primer mostrador. Allí, amablemente, otro empleado, tras volver a repetir que había perdido mi carnet de IOMA, me indicó que debía pasar por el BAPRO y abonar la tasa correspondiente al “extravío”.

Allí fue rápido. Pagué 25 pesos -está bien, me dije, es el castigo por no haber plastificado el carnet y olvidarlo en el pantalón- y con el comprobante ya pago regresé a otro mostrador donde una veintena de personas esperaba su turno tras hacer el mismo trámite de pagar.

Llegó mi momento y me pidieron el documento de identidad, el recibo del BAPRO, y me extendieron el “certificado de exposición por extravío de documento público”. Había invertido allí poco más de dos horas, pero todavía tenía tiempo para terminar con el asunto en IOMA.

Ya conocedor del “modus operandi”, me aposté en la cola de “Informes”. Sorteado ese nuevo obstáculo, fui enviado al sector “Afiliados”, donde debía sacar un nuevo número.

Previsor, antes de preguntar saqué la tirita con la indicación del número, el 625. Por las dudas, antes de esperar consulté a una de las dos empleadas que atendían a una verdadera multitud, si efectivamente estaba en el lugar indicado para renovar mi carnet de afiliado. Me dijo que sí, que debía dejar, cuando llegara mi turno -es decir el 625- el certificado de extravío, el documento de identidad y el último recibo de sueldo donde constara el descuento de IOMA. Orgulloso y feliz, respondí que tenía todos esos documentos. “Una fotocopia de cada cosa”, me dijo. Pregunté inocentemente si ella las podría hacer, pero me dijo que no. ¿Donde entonces?, consulté. “En el kiosquito de enfrente”, respondió.

Temeroso de perder mi turno -el 625- crucé raudo hacia el kiosquito en cuestión. Pero allí aguardaba otra treintena de personas esperando por fotocopias de incontables documentos solicitados por los administrativos del IOMA. “Buen negocio instalar una fotocopiadora aquí”, pensé, aunque rápidamente caí en la cuenta de que perdería el turno para el 625.

No pretendía iniciar un trámite para importar armas. Tampoco poner un kiosco para vender drogas. Simplemente ambicionaba renovar mi carnet de IOMA.

Pagué mis tres copias y volví a las oficinas de calle 7. Desesperado, pregunté por qué número iban, y una paciente mujer en espera me respondió “van por el 582”.

Perplejo, me alegró no haber perdido el turno, aunque todavía debía aguardar que atendieran a unas 43 personas antes que a mi.

Resignado, fui el baño y salí a fumar un cigarrillo a la vereda. Ya después del tercer cigarrillo -un día de estos tendría que dejarlo- me coloqué a tiro del llamado. “620 -cantó el empleado-. 621, 622, 623...-mi corazón se aceleraba- 624, 625... “Sí, yo”, salté. “Fotocopias de extravío, de DNI y del recibo de sueldo”, pidió la empleada. “Lo tengo todo”, grité exultante. ¿Me van a hacer el carnet nuevo, tardará mucho?, pregunté. “Y, hay bastantes antes que el suyo”, contestó.

Ya eran las dos y media de la tarde y había arrancado en este segundo día a las 8 de la mañana. Si cierran a las 15, a lo sumo no hay más que media hora más, me dije. Y me fui, tranquilo, a comer un sándwich a la vuelta para no seguir fumando.

A las tres menos diez, volví. “Soy Castellani -le dije a otra empleada que andaba por allí pero no muy atareada- ¿no sabe si ya llamaron por mi carnet?”.

“Si, acá está su trámite -me contestó otra oficinista que no era otra que la que había recibido mi primera inquietud- pero acá no lo podemos hacer, usted es afiliado voluntario y esto es para obligatorios”.

Con la cara desencajada, vencido y atribulado, pregunté por qué no me habían dicho eso desde un primer momento. “Recién lo vimos en la computadora”, atinó solo a decir.

Llegué a la Redacción arrastrando los pies y como una descarga terrenal conté lo sucedido. El secretario de Redacción me miró con una incipiente sonrisa y me dijo: “Escribilo”. Lo hice, pero el carnet de IOMA, todavía no lo tengo.

 

 

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