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Opinión |EDITORIAL

¿Locura en el deporte infantil?

2 de Abril de 2017 | 02:51
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La cada vez más multitudinaria práctica del fútbol infantil en la Argentina, con la participación activa de centenares de miles de chicos, ya sea en las divisiones inferiores de clubes profesionales o en entidades barriales que se integran en las ligas locales o regionales y con la subsiguiente presencia de padres de los menores, de dirigentes, árbitros, médicos y otras personas relacionadas necesariamente a la organización de ese deporte, constituye una realidad positiva y representativa de una de las pasiones populares más arraigadas en nuestro país. Sin embargo, no deja de ser común que, a partir de esa realidad, se conozcan con frecuencia datos que, ciertamente, causan una enorme preocupación.

Tanto ese universo como toda la sociedad argentina se vieron conmocionados en estos días por la muerte de un director técnico de la categoría cadetes de un club de la localidad de Munro, que quiso detener una pelea desatada entre dos jugadores rivales, originándose un tumulto durante el cual una persona que llegó desde las tribunas le propinó un fuerte golpe en la cabeza, causándole la muerte.

Más allá de las características particulares de este caso, en una situación que, como es natural, está sometida a investigación por parte de la Justicia, el episodio ha causado una lógica consternación y, por cierto, fue elocuente uno de los títulos publicados en este diario relacionados al incidente: “Locura en el deporte infantil”.

Tal expresión, acaso, no hubiera correspondido, de no ser porque lo ocurrido en el club de Munro no constituye un hecho aislado. Nadie puede dudar acerca de las bondades de una actividad que, como la del fútbol infantil, le ofrece a miles de chicos la posibilidad de practicar un deporte y, al mismo tiempo, contribuir a su formación como personas, además de impedir que muchos de ellos puedan ser atraídos por los peligros y demás acechanzas de la calle. Sin embargo, como se está señalando, no es la primera vez que se desencadenan incidentes violentos en el fútbol de menores.

A tal punto es así que se vinieron sucediendo en los últimos años algunos foros sobre la violencia en el fútbol infantil de nuestro país, analizándose cuestiones tales como las frecuentes agresiones verbales o físicas entre padres, técnicos o hacia los árbitros. Se ha señalado en ellos, también, que el natural deseo de los chicos por ganar los partidos que disputan se ve, en muchas oportunidades, acicateado por padres que anhelan que sus hijos lleguen a triunfar en el fútbol y así encontrar una solución económica. No faltan tampoco técnicos que les imparten a chicos de muy corta edad supuestas “enseñanzas” destinadas a que ignoren las leyes del fair play deportivo, para sacar así ventajas, todo ello como parte de un clima crecientemente competitivo, inconcebible para chicos que debieran, antes que nada, divertirse sanamente y gozar de las cualidades del deporte.

La crónica periodística de los últimos años ha sido, lamentablemente, rica en ejemplos negativos. No hace mucho en la provincia de Córdoba un partido de fútbol infantil terminó mal, no en términos de resultados sino de conductas de los grandes: dos madres pelearon cuando una de ellas insultó a un chico que jugaba, la hermana del jugador que estaba al lado la golpeó y partir de allí se sumaron los hombres, desencadenándose una gresca que concluyó con heridos y lesionados. Hace poco tiempo, una pelea generalizada entre los padres de chicos que acababan de disputar la final de un certamen en un club rosarino de fútbol infantil dejó como saldo un herido de bala, después de graves incidentes durante los cuales dos personas -entre ellas el director técnico de uno de los equipos- ingresaron a la cancha con armas de fuego.

Tanto las distintas autoridades gubernamentales responsables, como la Asociación del Fútbol Argentino y dirigentes de la actividad, debieran realizar, primeramente, un llamado a la cordura. El fútbol infantil no debiera convertirse en un semillero de malas intenciones, de reyertas, golpes y muchos menos de heridos o muertes. En cada uno de los casos de violencia que se presenten, debiera actuarse con absoluto rigor aplicándose las penas más severas previstas en la ley.

Pero, mucho antes que eso, las distintas administraciones, la dirigencia social, los educadores –fundamentalmente, los padres- debieran recordar que los miles de chicos que practican fútbol infantil merecen y quieren ser educados en el respeto a las mejores reglas del juego. Suponer lo contrario sería como permitir que reine la locura en el deporte infantil.

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