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Información General |IMPRESIONES ENTRE EL HUMOR Y LA REFLEXIÓN

La princesa agrandó su lista de candidatos

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

13 de Agosto de 2017 | 04:58
Edición impresa

Mail: afcastab@gmail.com

A semanas de cumplirse el vigésimo aniversario de la muerte de Lady Di, el documental “Diana, en sus propias palabras”, que se ve por National Geographic Channel, le sumó un amante más a la lista de candidatos de esta princesa engañada y engañadora. Cuenta allí que se enamoró de Barry Mannakee, un guardaespaldas con el que estuvo a punto de fugarse. Diana, en esos días, se sentía muy lejos de un marido que le daba la espalda y muy cerca de un guarda que se las cuidaba. Pero Barry se murió en un accidente de motos y todo terminó.

Los videos fueron grabados en el palacio de Kensington por Peter Settelen, que ayudaba a Lady Di a preparar sus discursos. Diana explica que su matrimonio con Carlos no incluía el amor, brinda detalles sobre su malograda vida sexual y admite que la relación de su esposo con Camilla fue un obstáculo insuperable que la empujó a la angustia, la bulimia y a la infidelidad.

Las escuchas siempre le han puesto inolvidables melodías al recital de coimas, aprietes y adulterios. Ahora, a dos décadas del choque fatal en París, vemos, a esta esposa sufrida, transformarse en una vengadora cambiante y fogosa. Diana se muestra primero como una muchacha modosita a la que se le vinieron todos los palacios encima. Se casó llena de ilusiones. Como todos. Pero el sueño se desvaneció cuando supo que su príncipe olvidaba de probarle la sandalia porque se arrodillaba en otra zapatería. Diana, en lugar de sufrir y resignarse, prefirió desquitarse. Pero, cuando hizo a un lado sus escarceos con personal de maestranza y según parecía lista para ir otra vez en busca de un compañero apasionado y mostrable, justo allí otro fatal accidente callejero le bajo el telón a una historia amorosa llena de abollones. Esos choques parecen copiar los derrapes de un príncipe desganado al que ella amó y engañó con igual dedicación. Diana vivió a la sombra de Carlos y la muerte la esperó en un túnel.

“Cuando tenía 24 o 25 años -cuenta- me enamoré profundamente de alguien que trabajaba en ese entorno. Y me parecía bien dejarlo todo y simplemente ir a vivir con él”, dice la princesa. Y agrega que “se descubrió todo, se le expulsó y luego se mató en un accidente de moto” y que ése fue el mayor golpe de su vida.

Cuando murió, Mannakee estaba por cumplir 40 años. Era oficial de policía y en 1985 lo asignaron como custodio de la princesa. Y allí de a poco, alentado por su vocación protectora, se fue adentrando en la antesala de esta empleadora de cama aburrida que, cuando las papas quemaban, timbreaba en busca de apoyo. Un año después, cuando trascendió su amorío con Diana, lo trasladaron al Diplomatic Protection Squad en Londres. Esa tarde la princesa desguarnecida sintió que no sólo su espalda lo iba a extrañar.

Diana fue una princesa de cuento de hadas que, como tantas caperucitas que se adentran en el bosque, parecen buscar más lobos que abuelas

Cuenta que se enamoró de Barry Mannakee, un guardaespaldas con el que estuvo a punto de fugarse. Ella se sentía muy lejos de un marido que le daba la espalda y muy cerca de un guarda que se las cuidaba

Diana vuelve cada tanto con nuevo libreto y nuevos amantes a colorear una biografía trágica y movida. Un año atrás, se estrenó en Nueva York y Londres una obra teatral -“Verdad, mentiras, Diana”- donde se insinúa que el príncipe Harry no es hijo de Carlos, sino de James Hewitt, un profesor de equitación que a Lady Di le enseñó a darle rienda suelta a sus deseos. James entró en escena a mediados de los 90, cuando la propia princesa de Gales, tras conocer declaraciones del indiscreto profesor, acabó reconociendo ante la cadena BBC que durante cinco años había mantenido un affaire con Hewitt. No dio precisiones de fecha, pero quedó claro que ese amorío no era circunstancial y que para el gran jinete y su alumna, fue más un galope ardiente que un trote consolador.

No fue el único que le fue enseñando cosas nuevas. Cuando Diana se dio cuenta que no podría luchar contra Camilla, decidió consolarse con la planta permanente de un castillo que le suministraba amantes de confianza. Las señoras desatendidas, a las que les sobra ocio y autoestima, son riesgosas. El guardaespaldas Barry Mannakee, el jinete James Hewitt y el chofer James Gilby, figuran ahora en la lista nunca definitiva de esta patrona participativa que, vuelta a vuelta, suspendía algún cóctel de embajada para quedarse picoteando con gente de la casa.

Hay quienes necesitan sentirse engañados para salir a buscar revancha. Carlos y Camilla, es cierto, alentaron sin querer más de un desliz de la princesa. Sola y melancólica, Diana , sin sueño y sin sueños, recorría los innumerables pasillos del deseo en pos de algún escalafonado que le animara el insomnio. Fue una princesa de cuento de hadas que, como tantas caperucitas que se adentran en el bosque, parecen buscar más lobos que abuelas.

Las escuchas ayudan mucho. Diana, sin casco ni abogados, habló de sus pasiones y de sus lágrimas. Veinte años después, Lady Di sigue estrenando amantes. La muerte siempre esfuma defectos y subraya el mejor perfil. Ella es como Gardel: “cada día c…mejor”.

 

 

(*) Periodista y crítico de cine

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