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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

Caminar en la verdad

18 de Febrero de 2018 | 08:23
Edición impresa

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor 

Queridos hermanos y hermanas.

No parece pertenecer a la realidad actual el referirse al pecado. No faltarían quienes eliminarían el vocablo del diccionario. Sin embargo, el pecado - que en este comienzo del siglo XXI es significado más eufemísticamente como corrupción - no deja de ser aversión a Dios e inclinación u opción preferencial a cosas o personas sin tener en cuenta normas, principios, códigos, valores… Y el desprecio a Dios y a su Voluntad ha denigrado a los seres humanos haciéndolos violentos, soberbios, prepotentes, agresivos, egoístas… Por eso, dejándolos abandonados a los deseos de su corazón, Dios los entregó a una impureza que deshonraba sus propios cuerpos, ya que han sustituido la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito eternamente. Amén. (Rom 1, 24-25)

Todo pecado es siempre una manifestación palmaria de hipocresía, ya que fuimos creados por Dios para ser santos, nobles, honestos, solidarios, generosos, humildes, irreprochables… y, cuando nos salimos de esos carriles, procedemos de modo contrario a nuestra esencia, de modo que queda ofuscada la inteligencia para conocer la verdad y debilitada la voluntad para aceptar esa verdad y someterse a ella. Se busca una libertad sin verdad, es decir que se vive en la mentira, en la doblez, en la falsedad… Cuando se vive así es porque se padece una real enfermedad moral, la cual afecta seriamente el equilibrio integral del ser humano

Esa dualidad consiste en lo que realmente se es y en aquello que se muestra ser y que no coincide con la verdad. Es algo así como maquillar o esconder los defectos, errores, pecados, para que los demás vean lo que es más agradable aunque sea falso

 

Sin embargo, la oscuridad del mal en cualquiera de sus manifestaciones, nunca puede erradicar del ser humano su vínculo existencial con el Creador, con el Dador de la vida, y en lo más íntimo del individuo permanece encendido el anhelo de la verdad y del bien. Por grande que sea el mal, siempre podrá ser vencido por el bien.

Pero, la experiencia nos dice que muchas personas, quizá la mayoría de ellas, viven en una dualidad que no les permite acceder a la felicidad en toda su amplitud. Esa dualidad consiste en lo que realmente se es y en aquello que se muestra ser y que no coincide con la verdad. Es algo así como maquillar o esconder los defectos, errores, pecados, para que los demás vean lo que es más agradable aunque sea falso. No hay duda alguna que ese doblez es una hipocresía, un engaño, en encubrimiento, que no conduce a nada, al menos a nada positivo; y además, muy pronto todos se darán cuenta de la falsía manifestada y el que se perjudica todavía más es quien disimuló o mintió.

La postura hipócrita puede conllevar el autoconvencimiento de que en realidad todo es cierto, negando la propia personalidad para sostener la falsa; lo cual indica que la enfermedad que padece no sólo es moral, sino también psicológica y estamos entonces ante un trastorno de personalidad.

Por lo expuesto brevemente se hace palmario que ante todo es necesario reconocer la verdad en toda su realidad, la verdad de nuestros límites, defectos, errores y pecados, e inmediatamente ayudarse a sí mismo o pedir las ayudas convenientes, no a charlatanes y embaucadores sino a quienes tienen una sana moral y están capacitados para dilucidar, discernir y orientar personalmente, sabiendo escuchar y ofreciendo las pautas que tengan raíces serias y sólidas. No es fácil, pero cosas fáciles hace cualquiera, incluso sin necesidad de ser una persona equilibrada y madura.

La decisión de ponerse en la coherencia y vivirla, depende del coraje por enfrentar y derrotar la mentira.

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