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Información General |A 36 años de Malvinas

De la mano de los hijos, volver para enseñar sobre los tormentos de la guerra

Un vecino de City Bell regresará a los sitios en los que combatió acompañado por sus dos hijos, hoy casi de la misma edad que él tenía cuando el destino lo enfrentó a una experiencia única

De la mano de los hijos, volver para enseñar sobre los tormentos de la guerra

Gustavo Adrián Acacio junto a sus hijos Lucas Ezequiel y Matías Lautaro/sebastian casalli

Ricardo Castellani

Ricardo Castellani
rcastellani@eldia.com

2 de Abril de 2018 | 03:23
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Aquel 2 de abril de 1982 comenzaron para Gustavo Adrián Acacio (56) los días más dramáticos de su vida. Casi dos meses en que la vida y la muerte eran las caras de una moneda que todos los días se arrojaba al aire. A sus 20 años -había pedido prórroga por estudios en el Servicio Militar dos años antes- el destino lo ubicó en Puerto Darwin, donde se libraron algunos de los combates más cruentos de una guerra en la que vivir o morir resultaba, casi, indiferente.

“Muchas veces pensé que era el final, y que ese final sería un alivio. Porque la guerra es lo más miserable que puede soportar una sociedad, donde la capacidad de sufrimiento de un ser humano encuentra su límite”.

Sin embargo, Gustavo vivió. Y hoy, a 36 años de aquel tormento que recuerda como atroz, la vida lo encuentra con dos hijos de casi la misma edad con la que a él le tocó enfrentar aquello. Y con ellos -Matías Lautaro Acacio, de 20 años, y Lucas Ezequiel Acacio, de 17- aquel soldado, hoy vecino de City Bell, volverá a las Islas. Será la semana próxima, cuando juntos, padre e hijos inicien un recorrido que los llevará hacia un pasado marcado a fuego.

“Yo trabajo en la AFIP -cuenta Gustavo- y con el tiempo formamos un grupo de ex combatientes de este organismo. En total somos 51, pero en esta oportunidad vamos a viajar 10. La particularidad, es que todos iremos con nuestros hijos. Es un viaje, si se quiere, cultural, algo que jamás soñé. En aquellos días de la guerra, no sabía si viviría el día siguiente y mucho menos si tendría hijos. Creo que todos pensábamos lo mismo, y ahora iremos con ellos, para mostrarles donde estuvieron sus padres, lo que sintieron. Una enseñanza para ellos, única”.

Matías y Lucas conocen la historia de su padre. Sin embargo, confiesan que nunca la escucharon con tanto detalle como Gustavo la fue narrando ayer.

“Para mí es muy fuerte -cuenta Matías- sabía que había combatido, pero él nunca nos insistió con eso, y ahora al escucharlo la historia toma otro valor. Me es muy difícil ponerme en su lugar, tenía la misma edad que yo tengo hoy, y si me viera frente a algo así, no sabría qué hacer, es como otra dimensión”.

“A mi me da mucha emoción -reflexiona a su vez Lucas- nosotros vivimos otra realidad, no se puede comparar lo que a él le tocó vivir con lo que nos tocó a nosotros. Pero recorrer juntos esos lugares será algo imborrable para nosotros, algo que anhelamos mucho”.

LOS DÍAS DE LA GUERRA

Gustavo describe aquellos episodios como si aún estuviera allí.

“El 8 de marzo de 1982 me había incorporado al Servicio Militar en el Gada 601 de Mar del Plata, en la Batería B, y con solo 20 días de instrucción en Camet me comunicaron que me despidiera de mis familiares porque estaría abocado a una misión. El 2 de abril nos dijeron que Argentina había tomado las Islas, a la semana que viajaría a Comodoro Rivadavia, y una vez allí que iríamos a Malvinas. Lo cierto es que el 16 de abril a las 4 de la mañana llegamos a Puerto Argentino y desde allí a Darwin, donde nuestra misión sería controlar la pista de los Pucará”.

“Una noche cerrada de frío y viento, como casi todas, a las 4,40 de la madrugada estalló una primera bomba sobre la pista. Fue mi “bienvenida” a la guerra, y fue tremendo”.

Gustavo recuerda que los aviones enemigos avanzaban como “bichos” a su vista y que, en cierto momento, pensó que no les querían tirar. “Los tenía sobre mi cabeza y con una sola ráfaga nos podrían haber liquidado. Sin embargo, solo parecía interesarles la pista, a la que los ingleses inutilizaron”.

No fue, sin embargo, su momento de mayor zozobra.

“Mi tarea era la de cargador de los cañones de las baterías antiaéreas durante el día -recuerda- y vigilancia en las noches. Nunca dormíamos y comíamos poco, y el vuelo de los aviones, las alarmas rojas y el constante cañoneo de los barcos son de las experiencias más horribles que un ser humano pueda soportar. Para peor, me tocó observar como equipos propios derribabaron un avión argentino que regresaba de un ataque exitoso. Muchas veces pensé que no saldría vivo de aquello, y que lo que debía ocurrir que ocurriera pronto, porque el sufrimiento era muy grande, casi insoportable”.

“Si todo aquello era terrible, quedaban todavía los días más crueles -apunta Acacio- el 27 de mayo comenzó el desembarco de los ingleses en la Bahía de San Carlos, a unos 20 kilómetros de nuestra posición, y en un momento nos encontramos solos, a la deriva, sin jefes y apenas con un Fal al hombro”.

Quedan los combates que ya Acacio prefiere no recordar, la toma de prisioneros a manos de los Gurkas, el viaje encerrado en los camarotes del “Norland”, la llegada de noche a Río Santiago, y cientos de cicatrices que quedaron enterradas en las carpas y la turba de Malvinas.

Un territorio que a partir del 13 de abril Gustavo Adrián Acacio volverá a recorrer de la mano de sus hijos.

“Pensé que no saldría vivo de aquello, y que lo que debía ocurrir que ocurriera pronto, porque el sufrimiento era muy grande, casi insoportable”.

Gustavo Adrián Acacio, ex combatiente

 

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Gustavo Adrián Acacio junto a sus hijos Lucas Ezequiel y Matías Lautaro/sebastian casalli

Gustavo Acacio, el primero de la izquierda, hace 36 años en Malvinas

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