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Rusia 2018 |OPINIÓN

Una final ajena

Una final ajena

Moscú no tiene a la Argentina. Francia y Croacia van por la gloria/afp

15 de Julio de 2018 | 05:14
Edición impresa

Por EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES
Especial desde Moscú

Produce algo de pena escribir de la final aquí en Moscú y, ya no pensar en nuestra selección ausente, sino, peor aún, inmersa en una batalla legal para sacarse al menor costo posible al DT que había fichado por cinco años, contrato que cumpliría aún cuando el equipo cayera eliminado en primera rueda, como decía hace solo tres meses Claudio “Chiqui” Tapia, presidente de la AFA. Todos, a su manera, suelen expresar arrogancia, suficiencia o como quiera usted decirle. También lo hizo de algún modo Bélgica en la semifinal que perdió ante Francia, con el fabuloso Eden Hazard empeñado en la individual y el más joven Kylian Mbappé recordándole ese día que el fútbol sigue siendo un juego colectivo. Y lo hizo Inglaterra, su rival ayer por el tercer puesto, que llegó al Mundial con el objetivo de formar equipo para Qatar 2022, pero, ya semifinalista, se sintió campeón antes de tiempo, desplegó garras de viejo imperio y olvidó que debía jugar su semifinal ante Croacia, pequeñísima, pero la selección acaso más hambrienta de Rusia 2018.

Por supuesto que no se gana solo con hambre de triunfo. Pero esa hambre es esencial. Asumida, obliga a relegar egos y a remar todos juntos hasta el último metro. Siempre recuerdo lo que me respondió Johan Cruyff cuando le pregunté una vez por qué la Holanda de La Naranja Mecánica, acaso una de las selecciones más maravillosas de la historia, no venció a Alemania en la final de 1974 si además comenzó ganando 1-0 al minuto de iniciado el juego. “Porque quisimos enseñarle al mundo cómo se jugaba al fútbol. Y una final se juega para ganar, no para dar lecciones”, me dijo Cruyff, un jugador y luego entrenador que podía decirlo y mostrando su currículum, porque siempre creyó en el fútbol como juego y como riesgo. Pero Cruyff tenía razón. Si se trata de la alta competencia, se compite para ganar. Exactamente eso fue lo que hicieron Francia y Croacia en Rusia. Todos vinieron a Rusia para lo mismo, claro. Pero acaso los finalistas de hoy fueron los que mejor asumieron las consecuencias de lo que eso implica. Jugar siempre para el equipo, explotar la calidad de los mejores y no dejar de correr hasta el último segundo.

Didier Deschamps, DT de Francia, es un líder natural. Es notable el video que circuló en las últimas horas que lo muestra ya en pleno entretiempo de la semifinal del Mundial 98, justamente ante Croacia, él como jugador dándole ordenes al equipo, con el técnico Aimé Jacquet corrido a un costado (un nuevo ejemplo, si hacía falta, de que los jugadores que congestionan o directamente gestionan la conducción del equipo no son un drama ni un invento argentino, como llegó a decirse por lo que sucedió con nuestra selección en Rusia). Pero hasta antes del partido contra Argentina, Deschamps seguía siendo centro de duras críticas en su propio país. Que no sabía darle más alas y enjaulaba a una selección con grandes talentos. Y que, leo textual uno de los cuestionamientos, que no lograba “darle identidad al equipo”. Que nadie sabía “a qué juega Francia”.

Francia, en rigor, sabía a qué jugaba. Gustaba poco, es cierto. Pero, como hizo ante Argentina, jugó a darle la iniciativa al rival. A hacerle creer que le daba el centro del ring, cuando ese centro era suyo, por más que, visualmente, pareciera retrasada unos metros. Así consiguió ser mortal cada vez que se propuso atacar. Curiosamente, aunque hoy sea hasta poco oportuno decirlo, fue con la caótica Argentina con la que Francia, por única vez en lo que va del Mundial, estuvo cerca del nocaut en un momento decisivo de la contienda. Los minutos finales que casi fuerzan el 4-4 y un tiempo extra para los que Francia ya no tenía a Mbappé y tampoco a Antoine Griezmann, sus dos principales jugadores, a los que Deschamps, seguro de que la victoria estaba asegurada, había sacado antes de tiempo. Me gusta recordar esos minutos no solo porque marcan acaso la despedida de una gran generación. Sino también porque, a la hora de la lapidación posderrota, es bueno recordar siempre que esa generación luchó al menos hasta el final. Los problemas eran otros.

Hoy, ya finalista, nadie debate si la Francia de Deschamps es “resultadista”. Si hasta elogiamos el hecho de que un goleador fino como Griezmann juegue retrasado, planifique y defienda más cerca de la media cancha y ceda protagonismo de desequilibrio al más juvenil Mbappé. El mate es el símbolo más simpático, claro, pero lo que tal vez más aprendió Griezmann de su vínculo con jugadores uruguayos es a educar su ego, a jugar siempre para el equipo. Eso sí, Francia tendrá hoy enfrente a una manada de lobos hambrientos. Hijos de la guerra en serio. Que acaso sienten a su patria -excesos nacionalistas incluidos- como algo especial porque sigue siendo nueva y pequeña. El fútbol croata vive en medio del caos. Con dirigencia cuestionada, liga de apenas diez equipos, campeón interno monopólico y DT casi nuevo. No sería, en ese sentido, un buen ejemplo si triunfa. En otro sí. Tiene en Luca Modric a un líder que juega, piensa y corre. Que ejecuta con su cuerpo lo que dice con su boca. Y que nos recuerda que el fútbol, acaso por eso nos sigue gustando tanto, también es corazón.

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