No pasó de jugar fenómeno a un desastre, pero decayó mucho su nivel sembrando preocupación

Martín 
Mendinueta
@firmamendinueta

¿Qué le pasa a Estudiantes? La respuesta debiera contemplar varios factores, pero buscando una imagen bien gráfica podría decirse que luce como un músculo que ha perdido tonicidad, fuerza, tensión. Seguramente, no se trata de un hecho que pueda vincularse a la voluntad de sus jugadores ni de su cuerpo técnico y, justamente por esa razón, las incógnitas provocan tanto dolor como preocupación entre sus fieles.

Frente a Gremio de Porto Alegre en Quilmes y ante Boca, en el mismo escenario, el equipo deslumbró. ¡Sí, dejó a la inmensa mayoría con la boca abierta por el más grato asombro! Y no fue tanto por el volumen o la espesura de su juego coordinado, sino por la determinación, el carácter y la enjundia que desbordaba por los poros de cada equipista. Luego de esos triunfos nadie habló del excelso fútbol “Pincharrata”. Pero sí todos coincidieron en prodigarle elogios merecidos por la manera de brindarse ante cada circunstancia del partido. Exactamente eso es lo que no tiene que resignarse a perder: su encomiable modo de jugar; esa actitud innegociable y arrolladora que lo ubicará siempre a salvo de cualquier reproche cruel. La intensidad fue el rasgo que mejor le cayó a este ciclo de trabajo nacido desde el cariño hacia un “hombre de la casa” y la decisión institucional de manejarse con una inversión modesta

Dando por seguro que el “Chino” y compañía no quieren extraviar tan buena y vigorosa identidad competitiva, entonces, ¿por qué les pasa?

A este “León” de referentes maduros y algunos jóvenes promisorios le está costando la faceta más exigente de este juego que es salir montado en el rol protagónico, asumiendo la obligación de ser más ambicioso que su ocasional oponente y dispuesto a procurar imponer las condiciones en cada pulseada técnica, táctica y estratégica. Atacar es mucho complejo que defender, requiere la tenencia de virtudes que superan con holgura el mero deseo de llevarlo adelante. Hoy Estudiantes no muestra la jerarquía individual ni el funcionamiento colectivo necesario como para salir a buscar los tres puntos sin tener en cuenta el poderío de su oponente. Por el contrario, son justamente los rivales más poderosos los que le permiten acomodarse con inteligencia en el rol que mejor le sienta.

Le costó establecer diferencias desde el juego ante el modesto Luján y, en menor medida, ante un Aldosivi sagaz que supo esperar primero y aprovechar después la ansiedad de quien se sentía obligado a proponer un juego de ataque. Si a esto le sumamos declives manifiestos en las prestaciones de algunos (léase Gastón Campi, Iván Erquiaga, Fernando Zuqui, Lucas Rodríguez, Matías Pellegrini y Francisco Apaolaza) y realidades opacas como las de Lucas Albertengo (está muy claro que le cuesta horrores desempeñarse recostado sobre la derecha del ataque), Mariano Pavone y Gastón Fernández, el resultado final ofrece un sabor absolutamente agrio.

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Más allá del discutido penal que sancionó el árbitro Hernán Mastrángelo, y que tanta bronca generó en Mariano Andújar y en Leandro Benítez, principalmente, Estudiantes no está luciendo como un equipo compensado.

El último viernes sufrió en defensa y eso implica un hecho de cierta gravedad. La última línea estuvo abierta, ideal para el manejo del contragolpe que con tanta eficacia hicieron Cristian Chávez y Matías Pisano. Zuqui perdió la frescura que venía mostrando para distribuir la pelota, “Tití” Rodríguez ha vuelto a apagarse luego del gran trabajo que hizo en Brasil, Pellegrini en nada se pareció al exquisito encarador de los primeros partidos, Apaolaza tuvo una oportunidad clara para convertir y la desperdició, y Albertengo, sin decirlo públicamente y jugando mal, está comunicando que lo más sensato sería juntarlo con otro centrodelantero y no obligarlo a jugar cercano a la orilla derecha del ataque.

Estudiantes no pasó de ser un fenómeno a convertirse en un verdadero desastre. Empezó a jugar mal, así de simple. Hay preocupación, pero de ningún modo puede instalarse un clima de histeria generalizada.

Atrás tiene que mejorar, abortar los espacios peligrosos que está dejando. En el medio le está faltando alguien que se haga dueño de la pelota; y adelante, pareciera que el bajo nivel generalizado abre un debate genuino sobre cuántos y cuáles delanteros deben integrar el once inicial.

Contra Luján empezó un declive manifiesto, en el segundo tiempo frente a Independiente perdió cohesión entre sus líneas y Aldosivi, con una vieja receta aplicada por los que saben adaptarse a la coyuntura, le hizo bastante daño.

Cuando esté bien, la vuelta de Pablo Lugüercio parece un hecho seguro. Con él no estará regresando un goleador implacable, sólo un buen soldado, obediente y eficaz, que supo captar con rapidez el mensaje original del “Chino” Benítez.

Si Estudiantes no juega enchufado al ciento por ciento de sus potencial, es muy probable que los dolores de cabeza se vuelvan recurrentes.