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Un periodista argentino estaba de vacaciones en la capital francesa junto a su mujer, cuando en medio de un paseo bajo la Torre Eiffel se convirtió en un héroe anónimo
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MARIO RUEDA / Fotos MARIO RUEDA
A propósito de un editorial publicado recientemente y referido a “La importancia de los primeros auxilios para salvar vidas”, narraré mi experiencia ocurrida el 10 de octubre de 2018, pasado el mediodía, en los jardines de entrada a la Torre Eiffel, en París.
Ese día era miércoles. Con mi esposa Mónica habíamos dejado un largo recorrido desde el Arco del Triunfo y nos disponíamos a ingresar en la Torre Eiffel cuando de pronto, desde los jardines cercanos, una joven gritaba en inglés pidiendo socorro. Su pareja se encontraba inconsciente, caído sobre un banco de madera. Al acercarme en medio del gentío, el hombre, aparentemente de 40 años, parecía haber sufrido un infarto. Acomodé sus piernas para que quedara recostado y, tras ubicarme en posición de masaje torácico, comencé con las maniobras de RCP (reanimación cardiopulmonar).
Presionaba repetidamente con mis brazos extendidos en la cruz de su esternón contando hasta 30; detenía brevemente el ejercicio para ver si recuperaba la respiración y luego volvía a los movimientos constantes hasta llegar otra vez a la cuenta de 30. De pronto, una joven se plantó frente a mí y comenzó a tararear la canción de los Bee Gees, “Stayin alive”. Ese era el ritmo aconsejado para la secuencia de movimientos. Ella fue mi primera compañera de salvataje. Nos mirábamos, ella cantando y yo presionando, como si entre nosotros existiera un mágico acto solidario para ayudar espontáneamente a sobrevivir a un desconocido.
Transcurridos los primeros momentos la persona en cuestión, por fin, abrió sus ojos claros. Exhaló profundamente y comenzó a transpirar con increíble intensidad. Su camisa celeste a cuadros se empapó en sudor. Su pareja, que no paraba de llorar, arrodillada cerca de su cabeza, notó de inmediato su recuperación.
El segundo ángel salvador acudió un instante después. Con ella éramos tres “atendiendo” en el banco de madera pintado de verde. Absolutamente enfocados en los continuos masajes, siempre al ritmo de los Bee Gees, entró en escena la otra mujer que esperó el momento exacto para insuflarle aire “boca a boca”. Noté que ella conocía al dedillo los detalles del trabajo de asistencia por la forma en que ejecutó los movimientos. Tapó suavemente su nariz y sopló dos veces manteniendo la boca de la víctima abierta, con lentitud pero con fuerza. Fue ella quien le tomó el pulso y corroboró un notorio mejoramiento. Finalmente suspiró relajada, un gesto de alivio que tranquilizó a todos quienes estábamos pendientes de la salud del “ojos claros”.
Pasados largos minutos llegaron los paramédicos. Trajeron un moderno desfibrilador y equipamiento de última generación. Acompañados por algunos policías demarcaron un perímetro para que los especialistas pudieran trabajar sin la presencia de curiosos. Cuando ellos tomaron posesión del sitio recién entonces dejé de masajear.
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“Regresé al otro día. Observé el escenario recordando lo sucedido y dejé que `Moni´ me tomara una foto”
Antes del traslado al hospital supe que la persona accidentada y su pareja eran irlandeses, que la “cantante” provenía de Australia y la ayudante del “boca a boca” era brasileña. Finalizado nuestro casual encuentro comenzamos a saludarnos efusivamente. Lloramos balbuceando palabras en diferentes idiomas en medio del gentío, aquella milagrosa tarde de octubre con la Tour Eifell de metálico testigo.
Sin más que hacer nos abrazamos fuertemente con Mónica, hubo una breve pausa para recuperar fuerzas y secar lágrimas, y retomamos la idea de subir a la torre. Tras el control de seguridad rutinario, a 20 metros del banco de madera pintado de verde, por fin ingresamos en el patio interno pero no pudimos subir dada la gran cantidad de turistas que trazaban una larguísima fila. Tampoco estaba muy interesado, lo confieso. Mi bien gastada energía ya estaba en otro plano.
Fui a un kiosco por una lata de cerveza helada. Después de aquello, si existiera, ni el más puritano de mis amigos se tomaría el atrevimiento de negármela.
Nunca supe nada más del hombre a quien socorrimos. Me encantaría saber quién es el irlandés de los ojos claros, si está completamente sano, de qué trabaja, qué sucedió después de aquella tarde y si por fin pudo visitar la Torre Eiffel.
Regresé al otro día. Observé el escenario recordando perfectamente lo sucedido 24 horas atrás y dejé que “Moni” me tomara una foto. Los bancos de parque conservan historias mínimas, alegres o tristes, que solo comprenden las personas que antes estuvieron allí, aunque sea un breve instante.
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La foto que se sacó Mario Rueda en el lugar donde salvó al turista irlandés
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