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La completa antología de Seix Barral, con más de mil páginas de cuentos del autor rioplatense. No todo en su obra son anacondas o arañas aterradoras. Sus sorprendentes anticipaciones sobre el cine.
Horacio Quiroga en Misiones; corría el año 1926
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
Como buena parte de los escritores “raros”, Horacio Quiroga no envejece. Nacido en Salto, Uruguay, en 1878, su identidad parece la propia de un escritor maldito, de esos a quienes todo espera, menos el olvido. Incorporado luego a la literatura argentina, concentra su voz en la selva y dejará textos inolvidables. Sin embargo, el universo estético de Quiroga fue mucho más que el escenario misionero poblado de anacondas y arañas aterradoras. Los estudiosos remarcan, en cambio, que su temario no sólo fue diverso sino, también, anticipatorio de corrientes artísticas que vendrían mucho más tarde.
Sus relatos estremecen y lo mantienen vigente, siempre moderno. Tiene algo de Ambrose Bierce y de Edgard Allan Poe. Su “rareza” es, acaso, lo más distintivo de su condición de nativo uruguayo. Y también la tristeza, que lo acompañó desde niño y lo siguió, incluso hasta después de su voluntario final.
Los orientales cuentan con escritores enormes, como Rodó, Juana de Ibarbourou, Juan Zorrilla de San Martín y, más cerca, con esa trilogía de hierro formada por Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti y Eduardo Galeano. Con todos ellos está Quiroga, pero también con los escritores “salidos de órbita”, extravagantes, cuyo más conocido exponente actual podría ser el cuentista y novelista Mario Levrero y con los anteriores Felisberto Hernández y el insólito Conde de Lautrémont, al que muchos consideran fundador de esa corriente uruguaya de “raros” y, a la vez, permanentes.
Ahora, hace poco más de un año la editorial Seix Barral publicó “Cuentos Completos”, de Horacio Quiroga, un libro de 1110 páginas esenciales, con prólogo de Sergio Olguín. Son 196 cuentos palpitantes, como si hubieran sido escritos hace diez minutos. “Pasa algo muy especial con los cuentos de Quiroga y es que nunca se agota el interés que despiertan. A diferencia de otros autores clásicos que se leen en determinado momento de la vida, Horacio Quiroga acompaña al lector en todas sus edades”, dice Olguín.
La locura y la extravagancia rondaron también la vida de Horacio Quiroga
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El prologuista recrea los instantes que él mismo vivió de niño, cuando su hermana le leyó dos relatos clásicos de Quiroga: “La gallina degollada” y “El almohadón de plumas”. Y agrega que cuando era adolescente volvió a leerlos, para decir: “Cada tanto la literatura nos entrega una sensación inesperada: la de un rayo que nos atraviesa y nos transforma. Así fue lo que sentí al comienzo de la adolescencia con los cuentos que integran este volumen”. Añade más adelante que “Quiroga es un autor que no envejece, sino que madura como los buenos vinos”.
Olguin destaca textos anticipatorios de Quiroga, como el cuento en que describe el mundo hollywodense en “Miss Dorothy Phillips, mi esposa”, compuesto en 1931, en el que se adelanta en varias décadas a mucha narrativa y a guiones cinematográficos de los Estados Unidos. La narración empieza así: “Yo pertenezco al grupo de los pobres diablos que salen noche a noche del cinematógrafo enamorados de una estrella”. Más de medio siglo después, Woody Allen escribió y dirigió “La rosa púrpura del Cairo” en la que el personaje principal se evade de la pantalla y pasa a formar parte de la realidad. La investigadora Mercedes Clarasó, en su estudio titulado “Horacio Quiroga y el cine” dice que del entusiasmo del escritor misionero por el cine hay muchas y variadas pruebas.
“Por una parte –expresa Clarasó- existen varios cuentos relacionados directamente con el cine, entre otros: “Miss Dorothy Phillips, mi esposa”; “El espectro”; “El puritano” y “El vampiro”. Por otra, quedan los artículos escritos por Quiroga en su capacidad de crítico cinematográfico, en Caras y Caretas (1919-1920), en Atlántida (1922) y en El Hogar (1927-1928). Escribió también un guión llamado “La jangada”, basado en dos de sus cuentos –“Los mensú” y “Una bofetada”, y otro basado en “La gallina degollada”. También existen una acalorada defensa del cine publicada en Atlántida y una interviú con el título de “Los escritores nacionales y el cine”.
Cabría recordar que se habla aquí de escritos presentados entre 1920 y 1930, cuando el cine era mudo y todavía faltaban años para que iniciara su esplendor y plasmara su romance con los grandes públicos. Algunos estudiosos de Quiroga han dicho que, en puridad, fue el primer crítico cinematográfico en la Argentina.
Quiroga poseía un estilo directo, incisivo. Así dice el primer párrafo de otro cuento premonitorio, llamado “El vampiro”: “Son estas líneas las últimas que escribo. Hace un instante acabo de sorprender en los médicos miradas significativas sobre mi estado: la extrema depresión nerviosa en que yazgo llega conmigo a su fin”. Dicen que era tan raro y tan libre que también escribió textos optimistas, con final feliz.
Los cuentos de esta completa antología de Seix Barral fueron extraídos de los siguientes libros de Quiroga: “Los arrecifes de coral” (1901); “El crimen del otro” (1904”); “Los perseguidos” (1908); “Cuentos de amor, de locura y de muerte” (1917); “Cuentos de la selva para los niños” (1918); “El salvaje” (1920); “Anaconda” (1921); “El desierto” (1924); “Los desterrados” (1926); “Más allá” (1935) y los textos reunidos en “Otros cuentos” que reúne los relatos publicados en diarios y revistas, así como en “Cartas de un cazador”, colectados en 1977.
La locura y la extravagancia rondaron también la vida y, como se verá, hasta el mismo más allá de Quiroga. En alguna oportunidad, Alfonsina Storni fue requerida por Quiroga, que le pidió matrimonio. Alfonsina estaba enamorada de Quiroga, que –viudo de su primera mujer, suicidada diez años antes- la invitó a vivir con él en Misiones allá por 1925. Ella dudó y lo consultó a su amigo el pintor Benito Quinquela Martín. El artista le contestó escandalizado: “¿Con ese loco? ¡No!”
Poco tiempo después del suicidio de Quiroga en 1937, Alfonsina le dedicó estos versos: “Morir como tú, Horacio, en tus cabales,/ Y así como en tus cuentos, no está mal;/ Un rayo a tiempo y se acabó la feria…/ Allá dirán./ Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte/ Que a las espaldas va./ Bebiste bien, que luego sonreías…/Allá dirán”. La pobre Alfonsina se arrojaría poco después al mar, sin ánimo de volver a tierras firmes.
Quiroga en vida fue escritor, fotógrafo, cineasta, excelente carpintero, botánico, productor de yerba, juez de paz en Misiones, funcionario del consuladol uruguayo en Buenos Aires, especialista en pájaros, periodista, profesor de gramática y castellano, mecánico que se pasaba horas en el taller que tenía en su chacra misionera de 150 hectáreas. En todo se esforzó por ser bueno, salvo (dicen las biografías) en su condición de juez de paz, ya que perdía constantemente la documentación de nacimientos, casamientos, divorcios o defunciones.
Si algo faltaba –además de las muertes accidentales o por suicidio de su padre y su padrastro, de su primera mujer y de sus dos hijos- el escritor uruguayo Diego Moraes, nacido en 1979 y como él en Salto, aseguró hace pocos años que el fantasma de Horacio Qujiroga suele aparecer actualmente en varias casas de su ciudad natal.
“El fantasma de Quiroga deambula por los corredores de su vieja casa, como si quisiera efectuar en la muerte un regreso que no cumplió en vida”, dice Moraes. Afirma que Quiroga se había propuesto en 1902, por distintas causas que lo fastidiaban, no volver nunca más a Salto. Sin embargo, con los años, inició una suerte de íntima reconciliación con su ciudad. “En buena medida, este propósito ya podría adivinarse considerando con atención la correspondencia quiroguiana hacia la época de su segundo exilio misionero y las reiteradas ocasiones que en ella el escritor recuerda con cariño y nostalgia las ya lejanas horas de la juventud”.
No obstante, el cáncer gástrico que lo afectó le impidió concretar ese regreso, hasta que en 1937 muere después de ingerir una fuerte dosis de cianuro. Lo cierto es que desde entonces “el fantasma de Horacio Quiroga se aparece todavía en tantos lugares del Salto: para conseguir, desde el más allá, la anhelada vuelta al hogar que su cuerpo humano no pudo alcanzar en vida. Tal vez también por esta razón, los lugares en que con más frecuencia se manifiesta su espectro sean las dos casas que habitó en la ciudad”, sostiene Moraes.
Quiroga fue escritor, cineasta, fotógrafo, carpintero, productor de yerba y juez de paz
Hasta hoy los sucesivos inquilinos de esas casas lo ven a Quiroga envuelto en una manta roja. Una de esas dos casas es una escuela y allí “suele presentarse a los niños, caseros y cocineros sentado en una silla de hamaca ubicada junto a la estufa o, en el jardín, removiendo plantaciones, sin que los lugareños se asusten demasiado. El fantasma de Quiroga se parece al de las últimas fotografías: “enflaquecido, la piel arrugada y amarillenta, la espesa barba comiéndole la cara, la mirada triste y como perdida en el vacío”. Igualmente lo ven a Quiroga paseando cerca del Mausoleo que lleva su nombre en la Costanera o, también a veces –como homenajeando a la bicicleta que hay en su casa del Chaco y a su condición de aficionado al ciclismo-“pedaleando muy orgulloso con su camiseta del Club Ciclístico Salteño”.
Quiroga, el que no envejece, el menos olvidado, merece que se transcriban estas palabras suyas, escritas dos años antes de su muerte, en el cuento “Más allá”. D¡cen así: “No puedo decir que me sentía orgulloso de lo que iba a hacer, ni tampoco feliz de morir. Era algo más fatal, más frenético, más sin remisión, como si desde el fondo del pasado mis abuelos, mis bisabuelos, mi infancia misma, mi primera comunión, mis ensueños, como si todo esto no hubiera tenido otra finalidad que impulsarme al suicidio”.
Fin de la realidad, de las supersticiones, de los miedos, de los sueños gestados en la selva. No fueron esas las últimas palabras que escribió, porque siguió escribiendo y lo sigue haciendo en estos días en que reaparece nuevo. Nada termina, todo sigue proyectándose en este escritor único. Tiene razón su último prologuista: Quiroga es un autor que no envejece, sino que madura como los buenos vinos.
Horacio Quiroga en Misiones; corría el año 1926
María Helena Bravo y Horacio Quiroga en 1927
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