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Espectáculos |“VIVIENDO CON EL ENEMIGO”: CRÍTICA

Ley de alquileres en la Alemania ocupada

Ley de alquileres en la Alemania ocupada

ESCENA DE “VIVIENDO CON EL ENEMIGO” / OUTNOW

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

13 de Abril de 2019 | 04:01
Edición impresa

VIVIENDO CON EL ENEMIGO, de James Kent.- En la Alemania de 1946, Lewis Morgan (interpretado por Jason Clarke) un coronel británico y su esposa Rachael (Keira Knightley) son asignados a la ciudad de Hamburgo, durante el período de reconstrucción seguido a la Segunda Guerra Mundial. Su nuevo hogar, es en realidad una casa confiscada a una familia alemana. Stefan Lubert era el dueño de la propiedad hasta su llegada. Viudo y con una hija, ahora deberá convivir con los recién llegados, lo cual algunas tensiones pero varias compensaciones. Los ingleses habitan la casa y los alemanes son enviados a un gran altillo. En las calles, una ciudad diezmada. Hay bronca, hay hambre y afán vengativo. La nueva dueña de casa de entrada le dobla la cara los inquilinos, pero de a poco la señora empieza a cambiar. Ninguneada por un marido que la desatiende, el inquilino de a poco irá ganando el corazón de una propietaria que vive su propia guerra cuando se da cuenta que coronel que tiene en casa no le presenta batalla. Y así, con más ganas que culpa, la cosa se irá acomodando, aunque el tono meloso de la narración y la falta de fuerza para las luchas en la cama y en la calle, anticipan una victoria -¡otra más!- de los aliados, un reparto de culpas y muertos y una paz conyugal muy forzada.

Este melodrama romántico sigue la receta de “Casablanca”: hay un piano que juega su parte, un amor que renuncia a consagrarse para dejar su lugar al deber y hay una linda señora que duda a quien amar más. Eso sí, todos son buena gente que anda de capa caída. Ingleses y alemanes se odian con más o menos disimulo, hasta que la acongojada Rachel se encargará de achicar la grieta ofreciéndose gustosa a su marido y al ocupante. El amante se la gana con buenas artes y el cornudo acepta con mucha dignidad que, mientras él ocupaba la ciudad para poner en orden, un residente le ocupaba la señora a puro machetazo.

 

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