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Vivir Bien |Bodas reales

Blanca y radiante va la novia

Deben ser pocas las mujeres que nunca jamás soñaron con tener un vestido de princesa para su casamiento. Las damas de las casas reales tienen la suerte de poder cumplir ese deseo si quieren, y algunas lo hicieron sin escatimar en detalles, tela ni bordados

Blanca y radiante va la novia

Diana spencer con el vestido que le diseñaron Elizabeth y David Emanmmanuel para su boda con el príncipe Carlos de Inglaterra

VIRGINIA BLONDEAUD
Por VIRGINIA BLONDEAUD

14 de Julio de 2019 | 06:51
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Algo nuevo, algo viejo, algo azul, algo prestado y… el vestido de novia, los cinco pilares en que se sustenta la mística de una boda. Y mucho más si se trata de una boda real cuya novia será fotografiada, filmada y, por lo tanto, observada por millones de personas. Seamos realistas: por más rey que sea el novio, por más buenmozo que luzca, por más blasones que tenga, en un casamiento todos los ojos miran a la novia y analizan cada detalle del vestido, del ramo y del tocado con lupa microscópica.

Si lo sabrá el príncipe Carlos de Inglaterra… Cuando el 29 de julio de 1981 se casó con una casi adolescente Diana Spencer, él, esmirriado y no muy agraciado, desapareció (literalmente) detrás del vestido de la novia: un despropósito con voluminosa falda color marfil, 25 metros de cola bordada con 10.000 perlas, mangas oversize y escote con volados.

En semejante profusión de tejidos parecía desaparecer hasta la misma Diana. El icónico vestido fue realizado por Elizabeth y David Emmanuel, unos diseñadores hasta ese momento desconocidos. Fue tal la expectativa que generó el vestido que los periodistas hurgaban en la basura para ver si podían encontrar algún indicio. Los Emmanuel, para despistar, comenzaron a tirar retazos de telas variadas e incluso, desecharon un primer diseño porque el bosquejo se había filtrado. El vestido de Diana fue tan importante que aún en este siglo sigue dando que hablar: en 2005 se subastó una réplica y en 2011 se editó un libro que se entregaba con un retazo del mismo tafetán de seda con que se había confeccionado el original.

El vestido era muy de los años 80 pero también tenía un aire a aquel que había utilizado la reina Victoria, tatarabuela del príncipe Carlos en 1840 cuando se casó con el príncipe Alberto. Y es que Victoria bien podría hoy considerarse una influencer: fue la primera novia real en vestirse de blanco y, así, marcar tendencia.

Otro traje inolvidable es el que Grace Kelly usó en 1956 cuando se casó con el príncipe Rainiero de Mónaco. Es, según los expertos, el vestido nupcial más elegante de todos los tiempos. Grace, en lugar de decantarse por los grandes diseñadores europeos, optó por encomendárselo a Helen Rose, su vestuarista de Hollywood y ganadora de dos Oscars. El cuerpo y las mangas, ajustadísimos, estaban realizados con un encaje que tenía 125 años de antigüedad y llevaba cientos de perlas cosidas; una faja anchísima, drapeada, marcaba la cintura y de allí salía una enorme falda que escondía metros y metros de tul que la sostenían y le daban volumen. El velo también estaba bordado con perlas, flores de encaje y brillantes. En total, 365 metros de tela. Impresionante y adecuadísimo para realzar la belleza etérea de Grace quien, contrariamente a Diana, no desaparecía en el vestido, sino que brillaba aún más. También Grace marcó tendencia y, por su diseño atemporal, el vestido fue imitado por novias de todas las épocas hasta hoy. Sin ir más lejos, el que Kate Middleton eligió para su boda con el príncipe Guillermo de Inglaterra en 2011, tiene un estilo similar, aunque más sencillo y ajustado a estos tiempos.

Para su primera boda, en 1978, Carolina de Mónaco, prefirió el romanticismo a la sofisticación. Usó un sencillo vestido con falda evasé en tul bordado. No llevaba joyas sino un tocado de flores naturales de donde salía el velo. El diseño fue de Marc Bohan para Dior, ideal para una boda de verano y para una novia joven e ilusionada. Claro que sabemos que esa ilusión se desmoronó rápidamente y que Junot, el marido en cuestión, resultó ser un patán. Carolina se casó dos veces más, pero, al ser bodas civiles, no volvió a lucir traje de novia. En la ceremonia con Stéfano Casiraghi llevó un vestido corto color champagne, también de Dior y, cuando se casó con el príncipe alemán Ernesto de Hannover, un trajecito Chanel bastante común y que ni siquiera era estreno. Hizo bien… demasiado para un matrimonio que terminó tan mal.

Si algo no podemos negar es que las chicas de Mónaco, las elegantes Grimaldi, siempre sorprenden. Hace poco más de un mes Carlota, la hija de Carolina, eligió para su boda un vestido del mismo estilo que el de su madre: romántico y un poco vintage… lejos del estilo que suele usar. En su primera boda Estefanía, la hija menor de Grace y Rainiero, se casó con un vestido blanco, de novia, con encajes y tules pero corto. Una verdadera premonición: tan corto como su matrimonio. Y Tatiana, la esposa del hijo mayor de Carolina, tuvo una boda originalísima: en Suiza, en pleno invierno y nevando. Una novia de invierno de la que casi no hay fotos pero que se sabe que llevó un vestido de encaje de Valentino con capa abrigadísima forrada en piel.

Y si de novias de invierno se trata, el traje de Balenciaga que llevó en 1960 la española Fabiola de Mora y Aragón al casarse con el rey Balduino de Bélgica, se lleva todas las palmas. De líneas simples pero con armiño en cuello y cintura le daba cierto aire sofisticado a una mujer que no lo era. Estaba realizado en shantung de color marfil con bordado en hilos de plata. Tal su trascendencia que el vestido es una de las piezas que hasta el 22 de septiembre se pueden ver en el Museo Thyssen de Madrid, en el marco de la muestra “Balenciaga y la pintura española”.

Seguramente el vestido de Fabiola sirvió de inspiración a una de las novias con más cara de susto de la realeza: la cubana María Teresa Mestre cuando en 1981 se casó con el gran duque Enrique de Luxemburgo. El vestido de María Teresa fue un diseño de Pierre Balmain y estaba ribeteado con piel en el cuello, las mangas y el ruedo. De cuerpo ajustado y amplia falda, íntegramente bordado, es el más típico vestido de princesa de cuento. Aunque un poco rígido, le sentaba de maravillas.

Pero no todo es alegría. Algunos vestidos blancos se tiñeron de rojo. En 1906 se casó en Madrid el rey Alfonso XIII con la princesa Ena de Battenberg, la nieta preferida de la reina Victoria de Inglaterra. Aunque la elegante Ena fue una de las precursoras del estilo belle-époque, su vestido de novia fue bastante victoriano: volados en las mangas, cintura marcada, encaje y seda y una gran falda con adornos florales. Hermoso, pero casi sin ser visto ni lucido ya que luego de la ceremonia, cuando los novios se dirigían en carruaje a la recepción les fue arrojado un ramo de flores que, en realidad, contenía una bomba. La pareja real salió ilesa, pero murieron 23 personas y el vestido de la novia quedó irremediablemente manchado de sangre. Así se presentó Ena, profundamente dolida, a la recepción en el Palacio Real.

Hemos repasado hoy algunos de los trajes nupciales más icónicos de la historia y lo que ellos nos cuentan. Cada uno representa una ilusión y, justo es decirlo, alguna que otra decepción. Los invitamos a acompañarnos en la próxima entrega en la que recordaremos juntos los más hermosos vestidos de las novias reales de este siglo.

 

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