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ALEJANDRO CASTAÑEDA
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
Cada vez queda menos lugar para la coquetería femenina. Y no por culpa nuestra. Al contrario. Los hombres se han venido educando a la sombra de un minimalismo mirón que limita mucho sus viejas manías. Hoy economizamos galanterías en homenaje a una feminidad desconfiada que nos exige no desearlas más allá de lo razonable. Y cada día el afán prohibitivo fabrica culpables y amenaza llevarse puestas la gracia imaginativa del hombre y la mujer.
Ahora que los cupos dominan la escena y que lo inclusivo quiere uniformar todo, los tacos altos y las polleras han levantado debates allá lejos, porque aquí esos accesorios han sido archivados por las que alguna vez quisieron ser irresistibles y ahora, ante tanto canalla, se conforman con ser resistentes.
Hay lugares donde todavía subsiste el propósito de exaltar esas viejas atracciones. Una compañía metalúrgica rusa, que tiene 550 empleados, 149 de ellos, mujeres, desató la polémica por organizar un “maratón de feminidad”. Para “alegrar” a sus trabajadores varones, ofreció a sus empleadas 1,35 euros al día si visten falda o vestido para ir a trabajar y lleven “maquillaje discreto”. La oferta ha provocado enorme revuelo en las redes sociales. El “maratón de la feminidad” empezó el 27 de mayo y duró hasta el domingo pasado con un altísimo grado de adhesión de parte de las trabajadoras y con altísimo nivel de rechazo de los grupos feministas. “Esperamos que la iniciativa aumente la conciencia de nuestras damas, permitiéndoles sentir su feminidad y encanto”, ha dicho la empresa.
Pero en otros lugares, los tacos altos fueron estigmatizados. Primero, en Inglaterra y Canadá. Ahora en Japón, una campaña feminista pide que no se les exija a las mujeres la utilización de zapatos de tacos altos en el trabajo. Por supuesto, de esta manera se pone en capilla las polleras. Las feministas creen que el taco bajo y los pantalones moderan mucho las iniciativas masculinas. Pero el gobierno salió a cruzarlas y dijo que “hace al profesionalismo” el usar calzado de vestir durante la jornada laboral en ciertas dependencias. La encendida controversia no es la primera en su tipo. En el año 2009 fueron los sindicatos ingleses los que salieron al cruce de la costumbre de exigir el uso de zapatos de tacón a las oficinistas de nivel. En esa ocasión se argumentó que ese accesorio usado durante largas jornadas laborales trae problemas de salud y que además alimenta una imagen estereotipada de la mujer.
Y hubo por estos lados alguna recomendación de los traumatólogos que aconsejaban dejar los tacos y volver al calzado bajo para evitar esguinces y acosadores. Los expertos en buenas piernas hablaban de artrosis y de tropezones, aunque las veredas platenses son peligrosas hasta para quedarse quieto. Con esta advertencia los especialistas sin darse cuenta desalentaban a las pocas que todavía se sienten con derecho de escapar de las patrullas cuidadoras para poder ofrecer zonas de coquetería sin abandonar el discurso reivindicador.
Dicen que las mujeres no saben guardar secreto. El exhibicionismo bien entendido es parte de una sinceridad que llega desde el alma y se expresa en el cuerpo. Criticarlas por hermosearse es ir contra la mujer de estos días, tan libres y asustadas. Las más presentables siempre interpelan a un mundo que anda con el taco y al ánimo muy bajo. Un estudio realizado por IBM concluye que los países en crisis practican la dejadez y apelan al zapato chato. Los tacos, dicen, transmiten un PBI más holgado y les devuelve a las polleras su poder simbólico.
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El único grito sexy y liberador se dio aquí. Meses atrás, cuando el municipio platense se propuso legislar sobre la libertad de escotes y minifaldas, apareció un ejército salvador, integrado por ellos y ellas, que salió a proclamar que lo del decoro lo resuelva cada una sin que el jefe tenga que andar calculando tetas y muslos. Y fue allí donde las municipales defendieron una coquetería bien entendida que, entre tanta militancia y tanto baboso, ya no sabe dónde poner sus viejos encantos.
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