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La invitada perfecta: vestir como una reina en boda ajena

Se pueden llevar los mejores diseños, siempre y cuando se respete el dress code y no se opaque a la novia

La invitada perfecta: vestir como una reina en boda ajena

La condesa de Barcelona, madre del rey Juan Carlos de España, luciendo los broches de rubíes que llevó Letizia Ortiz

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

19 de Julio de 2020 | 02:38
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“¿Viste lo que se puso?” Pregunta típica en las conversaciones del día después de la celebración de una boda. ¿También tendrán esta charla casual la princesa Victoria de Suecia y Máxima sobre la tía Sonia de Noruega luego de una fiesta en Londres, por poner un ejemplo? Nunca ha trascendido pero nos encantaría ser mosquito y escucharlas…

Lo que sí hemos vivido todos, en mayor o menor medida, es la inexorable llegada del correo, analógico o virtual, en que se nos anunciaba que éramos los elegidos para asistir a una boda. Y, a decir verdad, “los elegidos” le restaban importancia al asunto ya que siempre es posible resucitar el traje de su propia boda o salir a comprar una buena camisa blanca y un saco azul. Pero para “las elegidas” comienza el calvario en forma de pregunta: ¿Qué me pongo?

Reinas y princesas también se lo plantean y tienen, incluso, la misma solución que nosotras, simples plebeyas, aunque claro…ampliada.

Por empezar, lo saben con muchísima anticipación. Además, cuentan con la inestimable ayuda de amigas consejeras pero, también, con dos o tres asesores expertos en moda y protocolo. Pueden pedir algo prestado, claro. Igual que en nuestro caso pero con la diferencia de que ellas cuentan con verdaderas “vestitecas” (permítaseme el neologismo) perfectamente organizadas por modelo y color en donde se guardan trajes que ya usaron hermanas, madres y hasta abuelas a los que se puede recurrir. Por no hablar de las cajas fuertes con cientos de joyas a disposición. Y si de repetir atuendo se trata, lo hacen, incluso, con menos prejuicio de nosotras mismas y costureras prestas a disimular el paso del tiempo en la figura.

En algo sí se diferencian y mucho ellas de nosotras: los diseñadores más encumbrados están a su disposición para ofrecerles vestidos de ensueño que las convertirán en la invitada perfecta.

Y más de un atuendo, además. Ya los eventos se multiplican por dos: la cena previa a la boda, generalmente de gala, y la ceremonia en sí que, habitualmente, es de día y de corto o de semi gala. Y se suman aún más, outfits si hay baile a la noche y desayuno al día siguiente. O sea, varios conjuntos completos y diferentes. Y ojo con olvidarse los guantes rojos o la diadema de zafiros en casa porque, en general, hay un viaje de avión de por medio y no es cuestión de ir a buscarlos.

Julio, este mes que ya se nos está yendo, marca el cierre de la temporada de bodas reales que comienza, en general, con la primavera europea. Este año ha sido la excepción y, por eso, solo nos queda recordar a las grandes invitadas de las grandes bodas de primaveras pasadas.

¿Qué debe tener una invitada para ser considerada perfecta? Discreción, elegancia, ceñirse al dress code indicado, evitar el blanco y el negro y, en caso de agregar algún toque original, que este no opaque el protagonismo que debe tener la novia. Aunque la iglesia esté llena de testas coronadas y la que se case sea una simple plebeya, ese día es la más reina de todas.

¿Qué debe tener una invitada para ser perfecta? Discreción, elegancia y evitar el blanco y el negro

 

¿Excepciones? Las hubo… El 14 de mayo de 2004 se celebró en Copenhague la boda de Federico, el príncipe heredero de la corona danesa, con Mary Donaldson. Los novios estaban impecables, pero lo que más recordamos de esa boda es el vestido rojo fuego que lució la aún prometida de Felipe de Borbón, la periodista Letizia Ortiz, hoy reina de España. Felipe y Letizia se habían comprometido hacía unos meses y la boda iba a ser el sábado siguiente a la de Federico y Mary de modo que fue en Copenhague la presentación oficial como nueva integrante del Gotha. Y deslumbró con un diseño de Lorenzo Caprile de corte recto, con cola, realizado en seda natural y las mangas ajustadas, de tul. Todos los tejidos eran españoles tal como había pedido la casa Real al hacer el encargo. El escote Bardot era el adecuado para el lucimiento de los broches de diamantes y rubíes que habían sido de la condesa de Barcelona, abuela de Felipe. Letizia fue la mejor, sin duda. Pero también es justo decir que no le fue difícil porque a esa boda todas llevaron atuendos bastante anodinos y ni Máxima, que suele ser “la invitada perfecta”, destacó en esa oportunidad.

Todo lo contrario pasó una semana después en Madrid… allí Letizia era la novia y estaba espectacular. Es una boda que será recordada por la elegancia de las damas tanto en la gala previa como en la ceremonia en la Almudena. De la cena de gala imposible no hacer mención a otra dama que lleva el estandarte de la elegancia “royal” desde hace, por lo menos, cinco décadas: la princesa Carolina de Mónaco. Una falda negra y un top con profusión de volados de gasa, plumas y un lazo rosa es, sin duda, su Chanel más recordado. No por nada fue elegida la mejor vestida en una encuesta realizada por la revista Hola a un grupo de expertos.

El 22 de mayo de 2004 de mañana era la boda y el dress code exigía ir de corto y con tocado o capelina. Pues nada de caso hizo la mujer más elegante y la única que quitó protagonismo a la novia: Rania, la reina de Jordania, se robó todas las miradas con su pollera larga color malva y su sencilla camisa blanca, todo de Alexander MacQueen para Givenchy. Y nada en la cabeza. La infanta Elena, hermana del novio, no se quedó atrás: pasó de ser el patito feo de la familia a marcar estilo con ese impresionante traje de vestido y chaqueta en encaje rosa y blanco, firmado por Christian Lacroix y, para rematar la españolidad, una dramática mantilla negra con su peinetón enhiesto. Inolvidable.

Era la época de oro de Elena quien en la boda de la princesa Victoria de Suecia, de la que el 19 de junio pasado se cumplieron 10 años, lució un impresionante vestido de falda rosa capote y torera de pedrería. Un claro homenaje a la España profunda, la de los toros. Y firmado por Lorenzo Caprile porque una boda royal no es boda si no hay un Caprile.

La boda de Victoria y Daniel Westling, su entrenador personal, será también recordada por la elegancia de las damas. Imposible olvidar el Armani color maquillaje que llevó Charlene Wittstock, la entonces prometida del príncipe Alberto de Mónaco. A Charlene se le puede criticar su excesivo gusto por los retoques, su escasa sonrisa o que se prodiga poco, pero no hay duda de la elegancia de su minimalismo. Está en el podio, sin duda, de las invitadas perfectas. En su propia boda, un año después de su presentación en sociedad en Estocolmo, estuvo espectacular.

Ojo con olvidarse los guantes rojos o la diadema de zafiros en el castillo

 

Recordarán los lectores que la de Mónaco fue una boda polémica. Los medios repitieron hasta el cansancio que la novia estaba arrepentida, que los hijos extramatrimoniales de Alberto no estaban invitados y, lo peor, decían que se iba a repetir la historia de otra boda a la que no habían asistido ninguna de las testas coronadas invitadas. El desplante se lo habían hecho el 19 de abril de 1956 al príncipe Rainiero y a Grace Kelly. Un poco porque el principado no tenía categoría de reino y otro poco porque se casaba con una simple actriz de Hollywood. Dicen que no hay que escupir al cielo: pocos años después esos mismos que consideraron la boda de poco nivel, vieron, desde la tierra o el cielo, a sus nietos casarse con chicas comunes y corrientes sin una gota de sangre azul en las venas. Lo cierto es que nada de eso pasó y la boda de Charlene y Alberto brilló con la presencia de miembros de todas las casas reales. Excepto la española, curiosamente, la única que había estado representada en la boda de Rainiero y Grace. Y las invitadas no defraudaron. Una boda de verano en la que Máxima brilló con un vestido color sol, con una gran flor y enorme capelina de rafia. Y es que nuestra chica es, por definición, la invitada perfecta. O casi, porque muy discreta no es pero siempre aporta un toque original, un color diferente y una sonrisa encantadora.

Quizás cuando más deslumbrante estuvo, fue en la fiesta previa a la boda del príncipe Guillermo, el heredero de Luxemburgo. Allí el protagonista fue el diseñador libanés Ellie Saab, uno de los preferidos de la realeza. Brillo y encajes son su estilo y así se presentaron muchas de las invitadas. Pero Máxima eligió a un vestido de Jan Taminiau cuyo escote dejaba ver un poco más de lo políticamente correcto. Joyas, pasamanería y estola a juego hicieron que la prensa dijera que el atuendo recordaba a las bailarinas del Folies Bergère.

No caben ni tantos nombres ni tantas fotos en estas pocas líneas pero hay páginas y páginas especializadas que estos últimos meses han recordado las bodas de primavera. Una rápida búsqueda dará grandes resultados y nos ayudará a inspirarnos en la princesa Magdalena de Suecia, en la reina Matilde de los Belgas, en todas las chicas del principado de Mónaco, en las infantas de España en su época de oro, y en las ya nombradas Letizia, Máxima, Mary y Victoria para que, cuando todo esto pase y nos convoquen a una gran boda, podamos convertirnos, como ellas, en invitadas perfectas.

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