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Séptimo Día |EL ARTE DE TITULAR CON CERDOS, LOCOS O FANTASMAS

Un escritor y un bibliófilo platenses

Novelistas y poetas en busca del título perdido. Del Decamerón a la corriente distópica de la actualidad. Enojos de Borges con Bioy Casares y Eduardo Mallea

Un escritor y un bibliófilo platenses

Jorge Luis Borges / Web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

31 de Octubre de 2021 | 06:51
Edición impresa

En “Fantasmas en el parque” (Editorial Aguilar, 2008), su libro de memorias mezcladas con sueños y retazos de ficción, María Elena Walsh contó sobre el disgusto que le produjo a Borges enterarse del título que le iba a poner –y finalmente le puso- Adolfo Bioy Casares a la que entonces era su última novela, “Historia de la guerra del cerdo”. Se conoce que los títulos literarios son problemáticos, difíciles de hallar y éste fue uno más.

María Elena compartió de cerca ese dilema en la casa de Bioy y su mujer Silvina Ocampo. Sentado con los anfitriones en la mesa de esa casa estaba Borges, “con la cara muy cerca del plato, comiendo papilla y carne que le despedaza Adolfito, y luego devorando cucharadas de dulce de leche. Borges y Adolfito charlan muy divertidos, haciendo comentarios bobos, como estudiantes…”

Eduardo Mallea

“Adolfito confiesa que para el libro que está escribiendo sólo se le ocurre un título, “Historia de la Guerra del Cerdo”, que es horrible pero que es el único título posible”. Entonces Borges lo lapida con una cita de Shakespeare, que se encuentra en “El mercader de Venecia”. Transcribe María Elena esa cita, dicha en inglés de época: “Some men there are love not a gaping pig! some, that are mad if they behold a cat! And others...” Llevada a su síntesis conceptual, Borges le dijo allí a Bioy que “sobre gustos no hay nada escrito”. El malestar era evidente.

“La elección del título de una novela es una de las cosas más apasionantes de la tarea del escritor”

 

En alguna traspapelada entrevista Borges se expandió después en su enojo por el título elegido y dijo que “Bioy se condenó a llevar siempre un chancho en la tapa de uno de sus libros”.

Raro efecto el de los títulos para Borges, porque también fueron motivo –a partir de un elogio- para castigar a otro íntimo amigo suyo, Eduardo Mallea, famoso por la erguida transparencia de mucho de los títulos de sus libros. Acá van algunos ejemplos: “Historia de una pasión argentina” (1937); “La bahía del silencio” (1940); “Todo verdor perecerá” (1945); “La vida blanca” (1960), “La barca de hielo” (1967); “La mancha en el mármol” (1985), entre otros.

Borges sostuvo siempre que Mallea había logrado estampar los mejores títulos de la literatura argentina y agregó: “Lástima esa manía de Eduardito de agregarle libros a sus títulos…”

¿Cuándo se produce el big bang de un título? ¿Nace de un chispazo germinal o es como una jugada de ajedrez, producto de una dura elaboración?

Francisco Artola / Web

ARTOLA

“Creo que el proceso de elección del título de una novela es una de las cosas más apasionantes de la tarea del escritor. En sólo tres, cuatro o cinco palabras debemos concentrar un acabado indicio de lo que vamos a encontrar dentro de la obra. Si bien puede no ser revelador, tenemos que saber que el lector en todo momento está comparando o matizando con el sentido del título de la obra lo que va leyendo. Esto a veces puede darse de manera consciente, pero sin dudas, constantemente está presente en la inconsciencia del lector”, dice el escritor platense Francisco Artola.

Artola forma parte del reducido grupo de jóvenes novelistas argentinos con creciente repercusión y presencia en el mercado. La primera publicación fue en 2016, en la antología de cuentos llamada “Artilugios”, de Ediciones Masmédula. En 2019 publicó su primera novela, “El Gran Paso” (Niña Pez Ediciones), que tuvo amplia y favorable acogida de la crítica. Es además cuentista.

“Bioy se condenó a llevar siempre un chancho en la tapa de uno de sus libros”

 

Añade que “en el caso de mi novela “El gran paso”, éste no fue el título original. Mientras la estaba escribiendo, el nombre que tenía pensado era “Agujas en el alma”, que intentaba describir en pocas palabras el sentimiento profundo que tenía el personaje principal luego de desatarse el conflicto central de la obra: la desaparición de la hija. Después de terminar e incluso luego de la prueba de galera que se imprimió con esté último título, decidí cambiarlo”.

“Había algo que hacía ruido, que no me convencía”, siguió reflexionando. “Tal vez el ser tan metafórico y con una palabra trillada como es ‘alma’ pensé que sería mejor ir por otro lado. Tenía que encontrar algo más positivo, que enaltezca el momento de la decisión que buscaba llevar al protagonista a la conquista de su felicidad personal, y más aún luego de haber tenido unos cuantos conflictos existenciales previos en su vida. Luego de barajar distintas opciones y de analizarlo en profundidad decidí que el título sería “El gran paso”.

La última tendencia “titulera” viene de la mano de la novela distópica

 

Agregó Artola que “fue ahí en dónde pude reafirmar y convertir en una convicción que la elección del título es un proceso que hay que recorrer, al cual hay que darle tiempo y dedicación tanto como al libro mismo. Con este nuevo nombre, lo que busqué fue mostrar cómo el protagonista a través de ese “paso” pudo direccionar su vida hacia el lugar preciso en dónde quería estar, para lo cual fue esencial la toma de algunas decisiones claves”.

UN BIBLIÓFILO

Lector de mil libros, poseedor de joyas bibliográficas, el platense José Alberto Romano Yalour aporta referencias curiosas sobre el motivo de algunos títulos y así recuerda que la novela “El hombre que fue jueves” (Chesterton) describe a un grupo de anarquistas que querían pasar desapercibidos y que para ello se identificaron cada uno con el nombre de un día de la semana. “Ocurre que el que era Jueves muere y entonces un detective de Scotland Yard logra infiltrarse en el grupo y termina siendo electo como el nuevo Jueves”.

Jorge Luis Borges / Web

“Los siete locos”, de Roberto Arlt, son también, coincidentemente, siete personajes y forman una sociedad igualmente secreta inspirada en el anarquismo. Los personajes son Erdosain, su esposa, el Astrólogo, Haffner, Bromberg, el Hombre que vio a la partera y la renga Hipolita, agregó Romano Yalour.

Se puede hablar también del Decameron de Boccaccio, que reúne a cien cuentos, cuyo nombre combina dos palabras griegas que significan diez (deka) y días (hémera), o sea que la obra describe un acontecimiento que ocurre a lo largo de diez días.

Adolfo Bioy Casares / Web

El tema del título –aunque mucho más el de los prólogos- está incluido en “Museo de la Novela de la Eterna” de Macedonio Fernández –del que se dice que, pese a haber sido un “mal escritor”, una buena parte de la literatura argentina del siglo XX lo siguió a él- y después por su alter ego uruguayo, Felisberto Hernández, que para resolver el grave problema de los títulos propuso que los libros no tuvieran tapa.

Artola es parte del grupo de novelistas argentinos jóvenes con creciente repercusión

 

Se coincide en que el título literario apunta a cumplir una función orientativa. La anteúltima tendencia vino signada por el género de la ciencia ficción, con Bradbury y sus “Crónicas marcianas” a la cabeza. Si bien su nacimiento es anterior y se remonta a 1920, el género encontró su auge en la segunda mitad del siglo XX, de la mano del avance científico y tecnológico.

La última tendencia “titulera” viene de la mano de la novela distópica, que habla de países devastados por una suerte de prolongado apocalipsis. Se vive en un naufragio social, en una época rara que pretende invadir a la humanidad y esterilizarla. “Los que duermen en el polvo” (Alfaguara, 2017 ) del porteño Horacio Convertini, que describe ataques de canibalismo en el actual barrio de Nueva Pompeya, vendría a ser un título ejemplificativo de esa corriente.

 

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